"Paramos en la Posada de las Diligencias, edificio magnífico; pero a los dos días de llegar nos fuimos de ella muy gustosos, porque el alojamiento era malísimo, y la gente de la casa por demás grosera. El dueño, hombre de talla gigantesca, de enormes bigotes y de marcialidad afectada, debía de creerse un caballero demasiado principal para fijar la atención en sus huéspedes, de los que, a la verdad, no andaba muy recargado, porque solo estábamos Antonio y yo. Era persona importante entre los guardias nacionales de Valladolid y se recreaba pavoneándose por la ciudad en un corcel pesadote que encerraba en una cuadra subterránea.
Trasladamos nuestros reales al Caballo de Troya, posada antigua, a cargo de un vascongado que, al menos, no se creía superior a su oficio. Las cosas andaban muy revueltas en Valladolid por creerse inminente una visita de los facciosos. Barreadas todas las puertas, construyeron, además, unos reductos para cubrir los aproches de la ciudad. Poco después de marcharnos nosotros, llegaron, en efecto, los carlistas al mando del cabecilla vizcaíno Zariategui. No encontraron resistencia: los nacionales más decididos se retiraron al reducto principal y enseguida lo entregaron, sin que en toda esa función se disparase un tiro. Mi amigo, el héroe de la posada, en cuanto oyó que se aproximaba el enemigo, montó a caballo y escapó, y no ha vuelto a saberse de él. A mi regreso a Valladolid, hallé la posada en otras manos mucho mejores: regíala un francés de Bayona, quien me prodigó tantas amabilidades como groserías sufrí de su predecesor".
Estas anécdotas son relatadas por el viajero inglés George Borrow en su detallado libro La Biblia en España. Borrow recorrió en varias ocasiones Portugal y España como difusor y vendedor de la Biblia protestante, lo cual tenía su mérito por el riesgo de no ser comprendido. Pero tamaña aventura le proporcionó un conocimiento de los lugares y del paisanaje bastante exhaustivo. Hombre culto, filólogo, escritor, dominaba varias lenguas, y no se dejaba intimidar por las circunstancias de un país que pasaba por guerras civiles. Debió parar en Valladolid en mil ochocientos treinta y seis, en plena Primera Guerra Carlista. En la referencia que hace sobre las posadas en que se hospedó, ignoro cuál sería la primera que cita. No así la del Caballo de Troya, cuyo edificio, con sus alteraciones, se ha conservado hasta nuestros días.
El edificio data de finales del siglo XVI, siendo casa importante en sus orígenes. Un gran portalón en una fachada al estilo del almohadillado florentino permite acceder a un zaguán que a su vez desemboca en un patio. El patio tiene la misma traza de toda la arquitectura doméstica renacentista que hay por la ciudad. Tiene arcadas en tres de los cuatro lados y un piso superior. Amplios arcos de medio punto, esbeltas columnas con capiteles toscanos, y uno de los arcos aparece cegado con una pintura que representa un caballo brioso y debajo la leyenda: El Caballo de Troya. En la portada, sobre un dintel corrido hay cuatro esculturas de animales fantásticos. El edificio disponía de sótanos, caballeriza y pozo. Todos esos espacios han sido ocupados en los últimos años por dependencias del restaurante Santi.
¿Quieren los curiosos datos más precisos? Ahí van, según la Guía de Arquitectura de Valladolid dirigida por Juan Carlos Arnuncio: "En 1578 era propiedad del doctor Paulo de la Vega, quien mandó edificar su patio al albañil y yesero Francisco Navarrete según la traza hecha por Pedro de Mazuecos. En 1539 se mandó edificar la portada contratando la construcción al maestro de cantería Juan de Mazarredonda". No cabe duda de que en aquella época debió haber en la ciudad una pléyade de constructores, arquitectos, albañiles y gentes de oficios vinculados a la edificación. Muchas de sus obras se han perdido para siempre, otras, más o menos respetadas, han llegado hasta nuestros días.
Del primer propietario de la casa cuenta María Antonia Fernández del Hoyo en Casas y palacios de Castilla y León: "Conocida habitualmente como Posada del Caballo de Troya, nombre que también llevó la calle en que se sitúa, hasta hace muy poco se desconocía todo lo relativo a esta casa y sus propietarios. Hoy sabemos que fue construida por un médico de renombre, el doctor Paulo de Vega, natural de Tordehumos, que se doctoró en la Universidad de Valladolid en 1566 y murió en esta misma ciudad en 1614. No es mucho lo que se conoce de su vida excepto que poseía numerosos bienes en su villa natal y otros lugares, que en su casa, como en tantas otras de su época, había al menos un esclavo, y que su fortuna se evaluó en más de 15.000 ducados".
A lo largo de la historia este edificio debió tener diferentes usos y habitados por distintos vecinos. En algún momento el edificio noble se convirtió en posada, tal como ya la conoció Borrow. En las últimas décadas hemos visto en él tiendas y posteriormente restaurante. Pero parece ser que el viejo edificio noble sale a la venta por tres millones de euros, según noticias de prensa. Situado en la calle Correo, detrás de uno de los laterales de la Plaza Mayor, confraterniza con numerosos locales de hostelería. ¿Qué será será cuando pase a las manos del nuevo comprador?
No me resisto a transcribir unos párrafos del libro Urbanismo y arquitectura de Valladolid en los siglos XVII y XVIII, de María Dolores Merino Beato, donde incide en la importancia de los lugares de alojamiento y comida de la ciudad en siglos pasados:
"Aun siendo Valladolid ciudad con diversidad de funciones, la comercial le dio una impronta indeleble. No solo por el diltado espacio material que comprende el Mercado, sino por la existencia de casas que acogen a los forasteros que vienen con su mercancía, y por el importante número de figones, tabernas, botillerías, pastelerías y mesones que ofrecen excelentes manjares y bebidas.
Las posadas y mesones se sitúan en áreas próximas a las del Mercado. Así tenemos la Casa del Caballo de Troya, el Mesón de los Zepos y el Mesón del Vizcaíno en la Rinconada. Diferentes casas de comidas y figones en el Malcocinado, cerca del actual Mercado del Val. Otros mesones hubo en la calle de Magaña, el Mesón de Magaña, y cerca del Arco del Campo, en la calle de Santiago, Mesón de Zerón y Mesón de Rentisca. Estos tres últimos fueron habilitados, en algunas ocasiones, para cuarteles.
Abundaron también las posadas para estudiantes, en la calle de la Solana Alta, Portugalete y la Antigua. Otras posadas acogían a los litigantes, mientras resolvían sus asuntos en la Real Chancillería. Tenía fama Valladolid de rica pastelería. Tiendas de dulces hubo en la Plazuela Vieja, en la Rinconada y en la calle de Olleros".