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martes, 16 de septiembre de 2025

Diálogo de verde y piedra en el recóndito jardín arqueológico

 



"Es pequeño el jardín, de aquella forma 
que al hombre llaman el pequeño mundo, 
en quien se cifra su grandeza y forma 
de aquel mundo mayor otro segundo; 
de suerte que el artífice conforma 
con más valor y ingenio más profundo 
al grande paraíso este pequeño, 
muestra del cielo y del valor del dueño".

Lope de Vega, Descripción del Abadía (versos 41-48)


¿Por qué no empezar con unos versos de Lope, aunque este los dirigiera a los jardines de uno de los palacios del Duque de Alba? No quería demorar las imágenes de un jardín escasamente conocido, y más tras haber estado recorriendo el patio de Fabio Nelli. Tampoco es que me haya haya trazado una ruta de jardines; simplemente salen a mi encuentro. Más allá del Campo Grande, que es en sí mismo un parque con muchos jardines, había paseado los jardines de Santa Cruz, de la Casa Cervantes, de la Casa Zorrilla, los jardines de La Rubia, la Fuente de la Salud, entre otros, y los había traído al blog. Y me quedan tantos aún, interiores de edificios y abiertos a un barrio. 

Pero a veces te encuentras con jardines que no te esperas y te sorprenden. Es el caso del que existe en el Museo de Valladolid, o Fabio Nelli. Hay algo de sueño arqueológico en este jardín. Decir arqueológico no quiere decir ni funerario ni pretérito y mucho menos extinto. Es de alguna manera el contrapeso de la exuberancia del patio renacentista desde el que se accede. La altura de los árboles tratan de contrarrestar los muros que lo delimitan. Muros del propio palacio de Fabio Nelli y de la plaza octogonal del viejo coso, a la que está adherido, que lo ensombrecen. 




Las piedras, sin duda exiliadas de antiguos edificios desaparecidos, presumiendo todavía de sólidos basamentos o de esbeltos fustes, dan la impresión de que se hubieran colocado ellas mismas guiadas por el viejo instinto de haber pertenecido a edificios palaciegos demolidos impunemente. Si tienen memoria echarán en falta columnatas de las que formaron parte, arcadas de patio de casas nobles, atrios o zaguanes, o conducciones de agua que durante siglos trajeron el agua de Argales a la ciudad. La nobleza de la piedra no viene solo del edificio al que haya pertenecido una pieza. Viene sobre todo del trabajo manual realizado por quienes las trabajaban. Viene por su representación estética y de uso. Viene por los significados simbólicos que la hayan otorgado y la función que los canteros y arquitectos quisieron que cumpliera.

Jardín más luminoso y fecundo en verano, jardín umbrío y húmedo en estaciones de recogida, la vegetación compensa la dureza y la altura de los muros que cercan. Las tapias de ladrillo o mampostería,  engullidas en algunas partes por las plantas trepadoras, colaboran a un desaliño aparente. Pero todo está más estudiado de lo que parece, con los rótulos informativos de piedras y plantas.

Y uno, admirado por este rincón oxigenante del museo, se va de ahí haciéndose preguntas harto contradictorias. ¿Qué falta en este melancólico jardín interior? ¿Dónde el agua que el paseante desearía ver? ¿Por qué ese aire casi más conventual que accesible y que, sin embargo, le da un carácter secreto que atrapa a los sentidos? ¿Por qué no será más frecuentado si aparta al visitante del ruido de los días? Pero también el paseante duda de sus propias preguntas. No tiene sentido dar vueltas a lo que es como es y le imprime carácter y en alguna medida arrebata.





Entonces, puesto a dejarme llevar por la imaginación, he recordado el poema Al otro lado de la puerta del poeta catalán Francesc Cornadó y lo recito.

AL OTRO LADO DE LA PUERTA 

Hacia poniente, en la parte sombría,
el jardinero quiso plantar un laberinto 
de árboles perennes. Crecieron setos vivos, 
grandes cedros de incienso y tejos recortados. 
Aquellos árboles magníficos murieron de viejos. 
Permanece, sin embargo, una cueva oscura 
cuya puerta está cerrada desde hace algunos años; 

sus bisagras están oxidadas y cuesta
mucho abrirla. Alguno afirma que dentro 
se halla un corredor que conduce a una cámara 
circular con la estatua de una diosa virgen 
de largos y sueltos cabellos y mirada terrible. 
Hay quien dice que la estancia se encuentra vacía 
y que toda mirada no es sino un vacío de sombras.


(Del poemario Jardí ardent -Jardín ardiente- publicado por SD Editores)