domingo, 4 de septiembre de 2016

Cuando los árboles definen y salvan una plaza



¿No es obvio que lo que da entidad a esta pequeña plaza son los árboles? En realidad el espacio es la convergencia entre dos calles, Teresa Gil y San Felipe Neri. Es algo así como la confluencia de dos ríos de cierta intensidad, de los que de uno de ellos aún queda un tramo -Teresa Gil-  que acaba en breve desembocando en la Plaza de Fuente Dorada. La urbanización de esta plaza que es tal de hecho pero no de derecho, pues que yo sepa no tiene nombre, es de nueva factura y aún viene marcada por tres edificios ya históricos como la iglesia, la  Residencia Reyes Católicos y el Colegio Notarial, que salvan en gran medida el espacio. En contrapartida, hay algunos edificios de altura desproporcionada, levantados en las décadas salvajes del urbanismo vallisoletano, que han maltratado ambas calles y las han hecho perder el carácter histórico que secularmente habían tenido. 





La forma triangular que adquiere la plaza y la caída de la calle Teresa Gil hacia Fuente Dorada decidieron resolverla con un descenso en escalones que absorbe la ubicación de un quiosco rompedor estéticamente pero que en absoluto daña el paisaje. Es entre la parte trasera del quiosco y el antiguo Colegio Mayor donde se dispusieron unos bancos a la sombra de la fronda, confiriendo así un espacio de parada para el transeúnte. 

Lo dicho. Sin esos árboles el lugar no tendría alma. Lo han salvado y transformado. Para los viandantes es una sorpresa, un oasis. Son los árboles los que animan la intersección y abren el espacio que edificios modernos habían achicado. Es como si nos enviaran un mensaje: el paisaje horizontal quedó ahogado pero nosotros le damos vuelo con nuestras verticales. Y a fe que a los ojos del paseante lo consiguen.