viernes, 20 de diciembre de 2024

Las Francesas. Un claustro conventual de lujo de hace siglos incrustado en la arquitectura de hoy



Con el Patio de Las Francesas me pasa como con el Pasaje Gutiérrez. Uno en gótico tardío y otro en la modernidad comercial de finales del siglo XIX son dos espacios que se pueden atravesar en pleno centro urbano. No solo como ámbitos de paso sino de parada y sosiego. Un destino comercial les vincula hoy día. Si el Pasaje Gutiérrez nació como galerías comerciales hace 140 años, a la moda de las galerías de las grandes ciudades europeas, y aún le queda alguna huella de aquello, el claustro de Las Francesas tuvo hace cinco siglos un origen religioso pero los tiempos modernos de fiebre inmobiliaria lo convirtieron hace apenas unas décadas en elemento decorativo que era acompañado de bloque de viviendas nuevas, oficinas y tiendas. El precio de estar en junto a calles tan principales como Santiago, María de Molina o Héroes de Alcántara.

El patio de Las Francesas es en realidad el claustro de un convento fundado a finales del siglo XIV por dos mujeres de la nobleza, María de Zúñiga y María de Fonseca, con objeto de acoger a señoras de alta alcurnia. Lo nombraron como convento de las Comendadoras de Santa Cruz de Santiago. Este claustro, levantado en 1537 por el arquitecto Fernando de Entrambasaguas, y una iglesia adjunta secularizada, convertida en sala municipal de exposiciones, es lo que queda, y no es poco, de aquella obra de rigurosa clausura que duró hasta la Desamortización de Mendizábal de 1836. Posteriormente, ya avanzado el siglo XIX, fue una comunidad de Dominicas Francesas la que se aposentó allí, de ahí el nombre por el que los vallisoletanos conocen popularmente al lugar, y donde estas monjas fomentaron un centro de enseñanza. ¿Quién de nosotros no ha conocido a niñas y jovencitas, eso sí, de familias bien, que iban a Las Francesas? 




Pero hoy el signo es otro. El colegio y las religiosas se trasladaron a la Huerta del Rey hace unos años y puesto que el lugar era un caramelo de primera para los constructores la fisionomía del terreno secular cambió radicalmente. Y gracias que se ha salvado, un tanto secuestrado por los edificios modernos, este claustro que algunos utilizan de paso entre calles céntricas -como el Pasaje Gutiérrez- pero que pocos entran a contemplar expresamente la arquitectura que nos legó aquel gótico tardío. Una obra que probablemente se inspiró en los patios de lujo de San Gregorio y del Palacio de Santa Cruz, pero que tiene muchas connotaciones también con el Palacio de los Welser de Núremberg. 




Al paseante le parecía de recibo fotografiar con cierto pero aleatorio detalle este cuadrilátero esbelto de arcadas con arcos que los entendidos llaman carpaneles y escarzanos. Llevar la mirada a la armonía de las columnas y de los capiteles que se pretenden toscanos unos, jónicos otros, sin serlo. Acercar la filigrana de los antepechos de los dos pisos superiores, esas barandas de piedra con multitud de composiciones de dibujos geométricos que se entrelazan, dibujan estrellas, generan espirales, trazan circunferencias. La belleza y la gracia que hemos visto siempre en otros patios de nuestra ciudad, tan cultivados en el pasado. 
   


El viandante habitual suele prestar más atención al suelo del interior del claustro. Así suele señalárselo a sus familiares y amigos que vienen de fuera. Y es que en el suelo todo resulta más anecdótico y próximo al entendimiento popular. Este piso es una especie de mosaico tejido con cantos rodados y huesos de tabas, una antigua costumbre de este tipo de construcciones en la Castilla vieja, formando representaciones variadas. 



 
Siempre recaba mi atención la zona descubierta del claustro. Esa fuente baja a la que se accede a través de unos cortos escalones dispuestos como recordando los cuatro puntos cardinales. ¿Sería esa la intención? Una disposición que trae a la mente, puesto que el arte es tan antiguo y nada se crea en él de la noche a la mañana, los baptisterios de las primitivas iglesias paleocristianas, que a su vez se inspiran en aquello del impluvium y el compluvium de los patios de las casas romanas. Y perdónenme la pedante asociación de ideas pero es que las obras antiguas no están ahí todavía solo para nombrarlas sino para Interpretarlas, admirarlas y, por qué no, soñar.

























Entrando desde la calle Santiago el peatón se encuentra con este patio de circunstancias. Por el rincón del fondo se puede acceder al claustro. A la izquierda la iglesia sala de exposiciones y a la derecha parte de las modernas edificaciones. Estas muestran la entrada a unas galerías comerciales. Sobre ellas se observa, como en las dos fotografías anteriores, la superposición de los pisos modernos. Que cada cual extraiga su propia opinión.