Dicho así no se trata de que los gatos entren y se queden allí dentro. Es zona comedor, que diríamos los humanos. Y ahí tenemos el elegante contenedor con utilidad de recogida de cascos, apoyado por mensajes tópicos que inducen al civismo. Pero es algo más.
Este espacio arbolado junto al túnel peatonal de Arco de Ladrillo, donde las vías del ferrocarril, ha sido siempre muy concurrido por la colonia gatuna. Alguien ingenió que un recogedor de vidrio fuera también comedero de gatos, para lo cual tiene unas ventanas laterales. La lujosa pintura que luce, de cuyo autor no he localizado el nombre de momento, es la referencia doble para quien cumpla con el desalojo de las botellas y/o quiera dar de comer a los mininos.
Al contemplar en la imagen del contenedor la pose observadora y en guardia de un gato, envuelto en la frondosidad de plantas y flores, a uno le da en pensar en la majestuosidad del animal y en sus otras propiedades: la calma, la curiosidad, la capacidad de reflejos, su arrogancia, su agilidad, su adaptación doméstica, a veces tan demasiado doméstica que se cree el dueño de la casa. Recuerdo aquella Oda al gato de Pablo Neruda, de la que extraigo su comienzo. La poesía completa va con el enlace,