Para muchos serán solamente unas piedras decorativas. A fuerza de pasar delante de ellas son ignoradas. Pero si un día no estuvieran, y no se olvide que hace unos años la ocurrencia de un alcalde y su técnico iban camino de eliminar el atrio, ¿se las echaría en falta? Mira, abuelo, una piedra picuda, escuché no hace mucho a un niño, por supuesto observador. Para mi sorpresa más inteligente que su abuelo, que se limitó a decir sí y a tirar de la mano de la criatura.
A veces el paseante tiene la sensación de que ciertos elementos ornametales adjuntos a un monumento son esculturas que se homenajean a sí mismas. Es el caso de estos pináculos que se alinean para delimitar al atrio de la catedral. Toda la baranda, formada por tales bloques tallados de piedra y del pretil de hierro que los une, coronan una atrio dispuesto para salvar la caída del terreno y dar una entrada solemne a la catedral. ¿Solo solemne? Uno no puede evitar imaginar ese espacio hace casi tres siglos pues el interior del atrio depara un banco corrido que sería frecuentado por las posaderas de filigreses y transeúntes. Hoy, erosionado y desgastado por la acción del clima y no sería de extrañar que por maltrato humano, mantiene su porte en diálogo sordo con un pavimento no menos molido.
Este atrio de hacia 1750 fue obra de un arquitecto barroco, Alberto de Churriguera, que también actuó en parte de la fachada de la catedral. No hay que verlo solamente como antesala exterior del edificio sino que juega un papel de sujeción, como contrafuerte del templo que está levantado sobre una pendiente. Basta con recorrer su perímetro entre las calles Cos, Arribas y Portugalete para observar el equilibrio que busca nivelarse entre alturas diferentes.
El remate piramidal evoca una tradición simbólica, no solo cristiana pues se da en distintas culturas, y se traduce en la representación de la montaña. Y la montaña encarnada por la confluencia en un vértice -siempre la geometría- busca representar la totalidad, y las cuatro caras del volumen piramidal serían los ciclos anuales, las cuatro estaciones. En realidad es de suponer que esta figura a pie de calle quiera emular los pináculos que elevados en las partes altas de los edificios religiosos y muchos no religiosos, acaso sin mayores pretensiones de simbolismo y dispuestos por seguir alguna moda de ornamentación. En bastantes edificios con diferentes usos que hay en la ciudad se advierten remates en sus alturas con pináculos de diversas formas.
Estos pináculos son aquí un adorno estético que intenta resaltar la fachada y en consonancia con esta da más cuerpo al atrio. Esa pirámide con base cuadrangular forma triángulos equiláteros en sus caras. Desgraciadamente, como se puede observar casi todos están dañados. O bien desmochados, es decir, que han perdido su parte piramidal, o desconchados o desnivelados. El estado de las diferentes escalinatas no es mejor, pues los peldaños se encuentran partidos cuando no hundidos.
Ignorados por el abundante tránsito peatonal del entorno, los pináculos se mantienen como vigías de otras épocas fenecidas y si pudieran hablar relatarían tantas historias de un Valladolid secular y civil... Bien se merecen ser recreados y homenajeados a través de esta sesión fotográfica de detalle, ellos tan impasibles como maltratados. Todos querían salir en la foto.