miércoles, 29 de mayo de 2024

Las sirenas apacibles de Concha Gay

 



Al entrar en la plaza Martí y Monsó, según me llega el chapoteo de una fuente me parece percibir la voz de Circe dándole consejos a Odiseo: 

"Escucha ahora tú lo que voy a decirte y lo recordará después el dios mismo. Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan estas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil —que sujeten a este las amarras—, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas".





Pero estas sirenas ¿están esperando de verdad a los navegantes aventureros para seducirlos o son ellas las cautivadas apacibles en una plaza rectangular frecuentada por las costumbres del ocio y el alterne? Una plaza que hace doscientos cincuenta años ya se la conocía como Plazuela del Teatro, si bien prácticamente en casi todos sus lados es de construcción de nuevo cuño. Otros la hemos conocido siempre como Plaza del Coca, aún la solemos nombrar así, porque allí estuvo en nuestra infancia y juventud un cine de estreno, hoy desaparecido.  

Y ellas, las tres sirenas que Concha Gay realizó, en un vaciado en bronce en 1996, más parecen tres vecinas cualquiera que peligrosas ninfas prestas a interferir malévolamente en el paseo de los viandantes y turistas. Están sentadas al borde de las imaginarias rocas, jugando con el oleaje oceánico, invitando a que el paseante detenga sus pasos, hable con ellas y se deje influir por la sensación de serenidad que transmiten.




A medida que abandono la plaza pienso en el osado Odiseo que conoció otras sirenas más peligrosas. Y cómo tuvo que padecer la tentación de sus cantos: "Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda." 

Y es que la ciudad tradicional tiene el embrujo de estar permitiendo cada día que el paseante pille su particular retorno al origen.





(Las citas de la Odisea, de Homero, están tomadas de la Edición digital del Instituto Latinoamericano de Comunicación Educativa, ILCE)