viernes, 5 de julio de 2024

El cedro majestuoso y recoleto del colegio García Quintana

 



Un árbol es siempre un monumento. Un edificio, una escultura, una obra plástica, un hombre incluso. Pero sin mano humana. La mano humana ha podido hacer de intermediaria. Trasladar desde otra región geográfica, repoblar, plantar, poner semillas aquí o allá. La otra mano se denomina clima. Fertilidad. Aire. Lluvia. La naturaleza por sí misma. Un árbol es, pues y sobre todo, vida.

Esa sensación monumental embriaga al paseante ante un árbol majestuoso o sencillo, o en medio de una arboleda. La arboleda es una de las referencias de la infancia de muchos vallisoletanos. Pero hay, o mejor dicho, hubo, otro elemento. Antes, cuando las casas molineras eran la tipología urbana por excelencia en los barrios obreros, céntricos unos o periféricos otros, da igual, existían patios en la mayoría de los cuales había un pozo. Y a mayores en muchos de ellos se erguía una acacia, por ejemplo.

Así que uno tiene una atracción reverencial no solo por lo que va encontrando por plazas o calles, sino en espacios recoletos, como este del patio del Colegio Público García Quintana, en la Plaza España. Cuando una especie de la envergadura de un cedro la encuentras en un espacio interior te da la impresión de que está cautiva. Pero ¿cabe pensar que un árbol tan esplendoroso pueda ser sometido a cautividad? Este puede verse al pasar por la puerta lateral del colegio por la calle Teresa Gil o bien desde una ventana que hay subiendo al primer piso de la Biblioteca Martín Abril, en la calle López Gómez. De cualquier modo es un árbol afortunado. Acompañado como está gran parte del año por los chavales en el recreo.