jueves, 11 de agosto de 2016

Calmo y jocoso Esgueva



Para muchos vallisoletanos capitalinos, el Esgueva o la Esgueva, según se le nombre, es un río bastante desconocido. Que a un afluente que viene desde tierras de Burgos y atraviesa parte de la provincia de Valladolid se le pueda denominar tanto en masculino como en femenino es un lujo del lenguaje y probablemente de los caprichos de los lugareños. Y sin embargo no fue un solo río cuando penetraba en la ciudad, sino dos. Los historiadores lo han denominado como dos ramales, dos bifurcaciones, una atravesando zona norte y otra zona sur del Valladolid tradicional, obviamente. 

Lo que contemplamos en nuestros días es una canalización moderna, del siglo XX. Del curso de las dos Esguevas  solo quedan restos de puentes soterrados por diversos puntos del centro de la ciudad. Para hacernos una idea de lo que pudieron suponer ambos ramales hay que recurrir al trazado reflejado en los mapas antiguos. También a fotografías de los años 20 y 30 en que, no obstante habiendo quedado soterrado su curso en varias partes de la ciudad ya en el siglo XIX, producían sus aguas subterráneas abundantes y serias inundaciones.

El Pisuerga fue un río extramuros en siglos pasados, no obstante su cauce mayor que el Esgueva. El verdaderamente urbano era esa especie de serpiente bífida que bañaba la urbe, cumplía funciones de saneamiento y desagüe, con los consiguientes efectos de insalubridad también, de lavado de la ropa del vecindario, como lavadero de las Carnicerías de la ciudad, y sus buenos márgenes arbolados.  




Entre la primera foto del estrecho cauce que atraviesa los márgenes de barrios como Pajarillos, Vadillos y España, se muestra aquí la pasarela del viejo artilugio de compuertas que permite que los paseantes y los practicantes de running o simple caminata conecten Ribera de Castilla con la zona de pradera del Barrio España. En dirección paralela al curso del Esgueva también se ha generado un largo paseo que es frecuentado diariamente por caminantes que solo pretenden mantenerse en forma.




El paseante, desde la pasarela, puede contemplar al otro lado la caída en cascada del Esgueva en el amplio caudal del Pisuerga. Hay algo de suntuoso en esta precipitación escalonada en que las aguas parecen adquirir un volumen superior al entregarse de plano a las fauces del río grande.







Descendiendo por un lateral hasta el borde de ambos ríos el efecto impresiona. No es ordinario, y menos en territorios de interior, que una ciudad ofrezca la posibilidad de que sus vecinos accedan a una desembocadura fluvial. Ya que perdimos la imagen paisajística, que hoy se me antoja fantasiosa y envidiable, de dos ríos conviviendo con el caserío y habitantes durante siglos, al menos he aquí una recreación, con apoyo técnico, de la belleza del rumor del agua y del verdor de sus riberas. Lástima que el puente de Santa Teresa, construido recientemente, machacase un cierto ecosistema de la orilla del Pisuerga.






Y el río Pisuerga aquí, jocoso a su vez por haber engullido al niño menor, no sé si sintiéndose Saturno acuático y feraz o para hacerse notar con aquella frase manida, que no se sabe bien cómo se inventó ni para qué fin, de aprovechando que el tal pasa por Valladolid.



Nada hay más hermoso y refrescante que un merendero a orillas de uno o, como en este caso, dos ríos. Trae reminiscencias de épocas pasadas en que el vecindario se solazaba en verano con formas más sencillas y concurridas y, probablemente, de menor gasto. A la vera de higueras, ailantos y otras especies que aportan la exuberancia del estío.











La desembocadura del Esgueva, una invitación a la mirada. También al recorrido en diferentes direcciones de uno de los tesoros de la ciudad más gratificantes.