Una segunda vida en estos tiempos no es una bagatela. Y menos para un quiosco. ¿O prefieres decir kiosco? A mí antes me gustaba llamarlo con k. Desde que en mi infancia el kiosco era una seña de identidad de la calle o del barrio, y del escolar que se paraba delante de él a todas horas para ver las portadas de los tebeos o comprar alguna chuchería. Además aquellos kioscos tenían aires orientales, había algo atractivo y misterioso en ellos. No en vano el Diccionario de la RAE recoge:
Del fr. kiosque, este del turco köşk, este del persa košk, y este del pelvi kōšk 'pabellón'
De otro tiempo y bastante original solo queda uno en la Plaza del Caño Argales, que ya he traído al blog. Pero en las últimas décadas han pasado por muchos diseños y remedos, sin mayor interés arquitectónico, salvo excepciones. La crisis de la prensa papel, que es tanto como decir el relevo generacional de lectores en favor de lo digital o simplemente de nada, ha sentenciado muchos quioscos. Las jubilaciones de los propietarios no han sido tomadas por nuevas manos. Los quiosco languidecen. Pero siempre hay alguno que inicia una segunda vida. El de las imágenes, en la calle Constitución, ha sido repuesto recientemente al acabarse las obras de lo que fue El Corte Inglés e inaugurarse la macrotienda Zara. El lugar y tránsito peatonal, abundante, en teoría le favorece. La obra pictórica que lo adorna, sencilla y grata, lo dignifica y torna más atractivo. Al menos este paseante lo vio así. La firma Alezeia F.V.