jueves, 23 de mayo de 2024

Los cipreses de la plaza de la Universidad, un monumento

 


No es un monumento a los cipreses, sino que los cipreses son el monumento añadido a un espacio que durante siglos estuvo abandonado. Hoy lo enriquece incorporando la vida vegetal a las ruinas de una antigua colegiata románica -Santa María la Mayor era nombrada y se dice que fue fundación del mismo conde que repobló la urbe en el último tercio del siglo XI- casi toda ella derruida para la construcción unos siglos después de una catedral que tampoco pasó de ser sino la mitad de la prevista. Pero eso es parte de la historia de la ciudad en que se intentó acometer lo nuevo destruyendo lo viejo y sin que a veces lo nuevo cuajase o quedara a medias.

Recuerdo haber estrenado en estas ruinas mi cámara Werlisa, elemental pero asequible para un padre que no dudaba en dar satisfacción a su hijo y de paso iniciarse este, también a medias, en la captura fotográfica. Hace unas décadas estas ruinas eran más ruinas, había un talud de tierra que casi ocultaba los restos de una torre románica de la que aún puede verse un cuerpo inferior. Igualmente persistían contra los elementos algunas arquerías ojivales. Un amontonamiento que pasaba desapercibido en pleno corazón de la ciudad. 



Una restauración apropiada en su momento, el rescate de algunas dependencias góticas hoy adjuntas a la catedral y haber concebido el espacio que había ocupado la nave de la antigua iglesia como jardín conectado con la plaza dio nuevo sentido y dignificó los restos de piedra. Pero sin duda que fueron estos esbeltos cipreses los que han llevado juventud y alegría a un territorio yermo. He leído por alguna parte que cada ciprés se ubica en la base de lo que era cada pilar que sostenía la bóveda de la colegiata, separando las distintas naves. Hoy no sostienen techumbre alguna pero son un estandarte al aire y a la atmósfera, tan necesitados de oxigenación. Y un homenaje a la visualización estética del entorno.




No sé quién tuvo la idea de llamar jardín necrológico -necrológico ¿por qué?- a este espacio. Tal vez la idea se herede de la visión del Romanticismo sobre los cementerios, donde tanta acogida tuvieron los cipreses. Aunque ciertamente ya en la Antigüedad grecorromana venían simbolizando al mundo de los muertos y más en concreto a la imagen que se han hecho los hombres de una deseada aunque improbable eternidad. Pero, ¿hay que recordar que los romanos plantaban estos árboles hermosos a la vera de los caminos que llevaban a sus urbes o que aún hoy día la Toscana esté repoblada en sus caminos por hileras de cipreses? Habrá que ver hoy el ciprés como símbolo de permanencia, de constante esfuerzo por elevarse los hombres por encima de las dificultades.

Lástima que el jardín esté acotado, decisión esta la del encerramiento que se tomó para evitar la ocupación gamberra del espacio. Para mí que no es la mejor solución.