Siempre me quedo imaginando, en la confluencia desnivelada de las calles Catedral y Arribas, la torre desaparecida de la Catedral, la auténtica. La torre del otro lado, la que se ve ahora, es de finales del siglo XIX y principios del XX, y nada tiene que ver con la traza que el arquitecto Herrera y después Churriguera, intentaran llevar adelante. Todo el mundo sabe en Valladolid que la catedral es un edificio demediado y cojo. Que el proyecto original era extenso y se había diseñado con cuatro torres, pero quedó no ya inconclusa sino muy a medias. No obstante hay grabados que dejan constancia de que al menos se erigió una torre que daba a poniente, que ya planteó problemas en los primeros años del siglo XVIII y exigió reparaciones. Bien por la altura o por el terreno, probablemente más inestable pues uno de los Esguevas pasaba por detrás, la excesiva envergadura de la torre, a la que se le añadieron más cuerpos que en el proyecto original, no debió contribuir a la estabilidad y firmeza. Y sí, debió ser la torre más alta de la urbe, divisada ya a distancia desde todo el alfoz por los viajeros y gentes que llegaban, y cuentan que popularmente dieron en llamarla La buena moza.
Pero como las leyes de la naturaleza no son las de los humanos y no andan con contemplaciones, tan ajenas a las obras mundanas, he aquí que el tristemente célebre terremoto de Lisboa, que ya Voltaire mencionara en su Poema sobre el desastre de Lisboa, tuvo su efecto sobre la torre. Y aunque el neoclasicista Ventura Rodríguez trató de poner algún remedio parece ser que el daño estructural era más severo y en 1841 se vino abajo.
Aquel seísmo considerable que causó tanta desgracia por ciudades españolas del Sur principalmente y se dejó notar en Valladolid es relatado en primera persona por Ventura Pérez, un vecino que durante bastantes años fue dejando constancia de acontecimientos de la ciudad bajo el título de Diario de Valladolid. Un diario sui generis que el Grupo Pinciano editó hace pocos años y que es un deleite por la de cosas que se narran de modo sencillo y donde se advierte que ya sucedían muchos acontecimientos, sucesos y peripecias en nuestra ciudad. He aquí la transcripción de lo que narra sobre el terremoto en la misma feha que tuvo lugar:
"Año de 1755, dia de Todos los Santos, primero de Noviembre, á las diez de la mañana poco más ó menos, vino un grande terremoto y temblor de tierra de modo que toda la ciudad bambaleó, hasta los más eminentes edificios de templos, palacios y torres, como fue la de la Catedral, que del bambaleo que dió sonó el reloj; pero por la infinita misericordia de Dios no hubo en esta ciudad desgracia ninguna ni el más leve daño, el que en otros pueblos los hubo grandísimos y con grande esceso. Fué general el terremoto en toda la Europa, á una misma hora, y se esperimentaron grande estragos especialmente en Lisboa, Sevilla, Cádiz y Turquía, como lo testificaron las relaciones que de dichas provincias se estendieron en todo el reino. En la Santa Iglesia, á donde yo me hallé á este tiempo, toda la iglesia se bambaleó, y todos los canónigos echaron á correr y dejaron la iglesia sola, que no quedamos en ella mas que el Ilmo. Sr. D. Isidoro Cosío, obispo de ella, su coadatario, un vecino de esta ciudad llamado D. Manuel Colomeda y mi persona; nos arrimamos al machon donde se pone el púlpito cuando vá el acuerdo, hasta que fué viniendo gente diciendo que habia sido en toda la ciudad, y los canónigos acabaron la misa en el oratorio que la decia D. Juan Ignacio Delgado, dignidad de arcediano, y al empezar el Evangelio sucedió".
Pero para un relato de lo acaecido sobre el derrumbe de la torre casi un siglo después, en 1841, tenemos la versión del vallisoletano Matías Sangrador Vítores, cuya Historia de Valladolid, obra de 1851, es considerada la primera síntesis sobre la historia de la ciudad, una obra pionera, en palabras del catedrático de Historia Contemporánea Celso Almuiña, que aporta una serie de datos eruditos. He aquí el relato del derrumbe de La buena moza:
"Llegó por fin el aciago dia 31 de Mayo del referido año de 41, y sobre las doce de la mañana comenzó en esta población una gran tempestad de agua y granizo, acompañada según advirtieron algunos, de un pequeño temblor de tierra, que tuvo inquieto al vecindario hasta las tres de la tarde en que cesó. A las cinco menos cuarto de la misma, una horrible detonación conmovió toda la ciudad, y las densas nubes de polvo que se veian á las inmediaciones de la catedral anunciaron la ruina del ángulo occidental de la gran torre. Se hallaban a la sazón dentro de ella el campanero Juan Martinez y su muger Valeriana Perez, quienes sorprendidos con tan inesperado suceso, trató aquel de salvarse refugiándose en el hueco de una ventana, y esta cayó envuelta entre los escombros hasta el fondo de la capilla de San Juan Evangelista.
Las primeras personas que se presentaron en aquel sitio fueron Jorge Somoza, Aquilino Flecha, Juan Tabernero y Mariano Rodriguez, quienes al oir los triste lamentos del campanero que demandaba socorro desde la ventana en que se había salvado, corrieron á casa del primero y tomando una escalera la colocaron en la pared de la torre, y después de haber subido por ella Somoza y Tabernero, consiguieron bajar a Juan Martinez sin haber sufrido este la menor lesion.
(...) Se practicaron algunas diligencias para averiguar el paradero de la Valeriana; mas no habiéndose podido descubrir llegaron á persuadirse todos de que habria perecido entre las ruinas. Mas sucedió que siendo ya cerca del anochecer, habiéndose llamado á grandes voces á la Valeriana, quedaron todos sorprendidos al oir allá en el fondo de las ruinas una voz triste y apagada que contestaba *aqui estoy".
Final feliz para los campaneros Juan y Valeriana, aunque fatídico destino, incorregible, de la única torre del templo que llegó a estar alzada en su tiempo. Pido disculpas por haber extendido el relato del caso que, no obstante, aún prosigue ampliamente. Si interesa la anécdota el libro de Matías Sangrador se puede encontrar en las bibliotecas municipales.
Grabado de Fournier, antes de la caída de la torre