Entre las marquesinas de frutas y verduras y la parada de autobús, en pleno centro de la Plaza de España, pero siempre El Campillo, nadie les quita el espacio del juego a los niños. En la mente aún abstracta de un niño todo es posible. Mover el mundo, flotar sobre las aguas, volar por los aires. Todo es posible porque la capacidad infantil para hacer ficción de manera tan espontánea no volverá a repetirse cuando sean adultos sesudos y en muchos casos carentes de imaginación. Hago las fotografías en un día en que está apagado el funcionamiento de la fuente. Le falta ese toque en que agua y movimiento giratorio de la esfera terráquea llenan por completo el jovial afán de los niños. Pero mejor así para captar las esculturas. Para admirar su robustez, sus formas, su composición dinámica.
Observo a los hombres y mujeres que van de puesto en puesto comprobando el género que se vende. Me fijo en que hay muchas personas de paso que se hacen selfis. Otras miran con detalle los continentes y los océanos, quién sabe si buscando su lugar de origen o un territorio al que les gustaría viajar. Las menos permanecen absortas contemplando a estos niños lúdicos, acaso recordando sus propios juegos tan remotos como olvidados. Ved cómo muevo el planeta, parece clamar la criatura que desde un lado se inclina con los brazos extendidos. Eh tú, no te largues, que uno no se puede apear del mundo, podría sugerir el chico a la chica a la que sujeta y atrae con firmeza hacia la bola.
Me agrada el conjunto, la compostura, la idea. Leo por alguna parte que en la idea más primitiva de la escultora Ana Jiménez esta había pensado en unos ángeles. Pero es mayor el acierto de situar niños comunes, que al fin y al cabo son de este mundo y pululan por doquier. No me imagino una iconografía angelical ¿protegiendo el mundo, un mundo que cada vez dispone de menos protección? Sin embargo los niños nos transmiten, pueden y deben hacerlo, la esperanza de procurar por él, de mejorarlo, incluso de transformarlo para la supervivencia y calidad de todas las especies. Aunque pinten bastos por mor de ciertos intereses y poderes que no se comprometen a avanzar en la salvaguardia del planeta.
Ana Jiménez, nacida en La Coruña en 1926, vivió gran parte de su vida en Valladolid, donde dio clases en la Escuela de Artes y Oficios. Falleció en 2013. En el libro de José Luis Cano de Gardoqui García titulado Escultura pública en la ciudad de Valladolid se puede leer lo siguiente sobre el trabajo de la escultora:
"Sin desdeñar la investigación y experimentación en nuevos lenguajes -postminimal, conceptual- y materiales, la obra de la artista se decanta por la técnica del modelado hacia la consecución de formas plenas y sólidas, auténticas y esenciales, dentro de un idealismo figurativo en el que se patentiza una sincera admiración por la estatuaria clásica. Esto quizá por influencia de sus primeros maestros en la escuela vallisoletana, José Luis Medina y Antonio Vaquero, pero también debida a sus numerosos viajes a Italia y a Grecia".
Ahí siguen los niños, el mundo y el movimiento sobre su propio eje, entre verduleros, fruteros y gentes de paso. Digno espacio en cuyo suelo se levantó, sobrevivió cerca de ochenta años y se derribó, hace muchas décadas, el entrañable Mercado del Campillo.
Al contemplar el juego revoltoso de estos niños en torno al mundo no menos revuelto le viene a uno al magín un poema del vallisoletano Jorge Guillén, el titulado Manera actual de ser niño, recogido en el poemario Clamor:
Antonio viaja que viaja
Por tierra, por mar, por aire,
Va de un continente a otro
Porque el mundo ya no es grande,
Mira desde su avión
Cordilleras y ciudades
Como si, soñando aún,
Sobre algún mapa trazase
Con el dedo rutas, rumbos.
¿Ser hombre es estar de viaje?
Y es que no hay duda, ser hombre es estar en un viaje donde no importa tanto la duración como la calidad de lo que se ve y se disfruta. Como en la niñez.










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