domingo, 26 de marzo de 2017

El jardín del Colegio Mayor Santa Cruz



Es cierto que el jardín del Colegio Mayor Santa Cruz, adjunto al histórico Palacio renacentista de Santa Cruz, gana sobre todo durante la primavera avanzada y el estío exuberante. No solamente por la fronda de sus árboles y el efecto frescor que transmite, sino porque se impone la vegetación compensando el material de los edificios que lo limitan. Pero el paseante de las cuatro estaciones, que diría el poeta Huidobro, debe ver y captar el efecto del clima sobre los espacios urbanos a lo largo de cada ciclo, porque en cada uno hay belleza. Este jardín reservado y casi secreto, en el que nunca he visto que entre gente de la calle que no sea algún perdido y osado turista ocasional, aún huele a un invierno que no acaba de abandonarnos y a una primavera indecisa que cualquier día hará su estallido. De ahí que este ámbito, que, en su actual estructura, procede de los pasados años 40, dispuesto además con algunos añadidos que llegaron de otras partes de la ciudad, se nos ofrezca todavía en esta fecha austero. 



El acceso desde la calle Cardenal Mendoza, en una zona transitada por estudiantes universitarios y de enseñanza media de los numerosos centros que hay en el entorno.




En medio del patio ajardinado, un estanque con nenúfares y peces entre el verdín.



La fachada de iglesia es un traslado, pues perteneció al extinto Colegio de San Ambrosio, ubicado en su tiempo en la que es ahora calle Santuario. El edificio al que se adosa es la instalación del museo de Arte Africano de la Fundación Jiménez Arellano, con acceso desde el interior del Palacio de Santa Cruz.






Los leones y sus escudos están ampliamente representados en monumentos de la ciudad. Su simbolismo procede seguramente de tiempos, civilizaciones y culturas antiguos. De hecho el león está muy relacionado con interpretaciones astrológicas. Luis Eduardo Cirlot, en su "Diccionario de símbolos" señala del león entre otras características, que "constituye, como rey de los animales, el oponente terrestre del águila en el cielo y, por lo mismo el símbolo del señor natural o posesor de la fuerza y del principio masculino". ¿Era por esta razón por la que príncipes, clérigos y nobles, tan representativos de un sistema patriarcal, utilizaban con frecuencia el emblema del león para exaltar sus linajes, propiedades o instituciones? También recuerda Cirlot:"...el león pertenece al elemento tierra y el león alado al elemento fuego. Ambos simbolizan la lucha continua, la luz solar, la mañana, la dignidad real y la victoria". Alegorías todas ellas de las que los estamentos de poder han hecho tradicional ostentación.



La parte de atrás del Palacio de Santa Cruz delimita otro de los lados del jardín.


Al fondo el actual Colegio Mayor, residencia de estudiantes. Ya en el siglo XVI había una hospedería de estudiantes que posteriormente desapareció. Hubo también aquí una Escuela de Artes y en el siglo pasado volvió a utilizarse como residencia.  

Sobre su fachada dice la "Guía de Arquitectura de Valladolid" dirigida por Juan Carlos Arnuncio Pastor: "La portada, trabajada en piedra y abierta hacia el viejo Colegio, muestra al exterior la nobleza del edificio. Su organización en tres cuerpos -puerta, balcón y escudo del cardenal Mendoza- rematado por un frontón partido, sigue un modelo ya experimentado en el siglo precedente, como en los ejemplos de la Casa del Sol y el palacio del Marqués de Revilla, y que se retomará así mismo en la portada de la Cárcel de la Rean Chancillería".





Y el busto de un prócer de la ciudad, Claudio Moyano, que fue alcalde, rector y diputado en distintas fechas del siglo XIX. Tal vez el elevado pedestal haga destacar al personaje que hoy, mayormente, es un desconocido para la población, no obstante llevar su nombre una calle céntrica. Pues ¿quién recuerda que Claudio Moyano llevó a cabo una iniciativa legislativa por la que se aprobó una ley reguladora de la enseñanza a mediados del siglo XIX, que fue nombrada como la ley Moyano?

Habrá que volver al jardín cuando los árboles estén en su cénit y el estanque se haya poblado de más plantas acuáticas. A ver cómo luce con la estación caluorsa.

martes, 21 de marzo de 2017

Una fuente arquitectónica, la del Ponce de León



Que uno siente debilidad por las viejas fuentes castradas no cabe duda. Existe el modelo tradicional e histórico que cundía por plazas o confluencias, fuente humilde pero efectiva en su tiempo, de la cual pocos ejemplares quedan en activo. Pero a veces uno se encuentra algo diferente, tan distinto que incluso la gente que transcurre diariamente delante de sus narices no sabe siquiera que es una fuente en desuso.

Esta es una fuente arquitectónica. No solamente porque forme parte de un conjunto  -el Colegio Público Ponce de León-  sino porque tiene un no sé qué de templete al que la hiedra corona como para compensar el olvido. La idea de convertir lo que hubiera sido una anodina y áspera esquina en un chaflán amable, con el mismo material en que fue construido el colegio en la tercera década del siglo XX, el honroso y bien trabajado ladrillo, revela el cuidado que ponían arquitectos y albañiles a la hora de cuidar los detalles. Tiempos en que se trabajaba cierta arquitectura con calidez y bien hacer. No olvidemos que Valladolid se entregó en el primer tercio del siglo pasado a la construcción de una verdadera oleada de colegios públicos, de los que tan necesitados estaba la población infantil. Por cierto, el primitivo nombre que llevó el centro fue el de Manuel Bartolomé Cossío, pedagogo krausista perteneciente a la Institución Libre de Enseñanza. 

Se encuentra en la esquina entre las calles Tres Amigos y Francisco Suárez. Supongo que pedir que se active la red de agua en esta fuente, en tiempos en que el paisanaje bebe de botella mineral y de pago, será algo vano.




domingo, 12 de marzo de 2017

El jardín de la Fundación Segundo y Santiago Montes, un retorno al pasado con mirada del presente




La calle Núñez de Arce, en el tramo comprendido entre Cascajares y López Gómez, parece que se mantuviera todavía en otra época. En su época, la decimonónica, cuando naciera el poeta Gaspar Núñez de Arce. Hay una huella todavía viva de aquellas casas de apenas uno o dos pisos con jardín y verja anterior a la entrada. Justo al lado de donde se supone que naciera el poeta se encuentra la sede de la Fundación Segundo y Santiago Montes que, con casi veintitrés años a sus espaldas, se sigue dedicando a proyectos de cooperación al desarrollo en El Salvador. Hoy, esta parte de la calle, peatonalizada y con dos hoteles acordes con la fisionomía de la misma, reviste un encanto recoleto pues su situación céntrica, prácticamente a la sombra de la catedral, genera una especie de oasis arquitectónico y urbanístico, a cobijo del tráfico de otras vías próximas.

Pero este rincón acogedor no es solamente la sede de un ente o un jardín, sino un ámbito donde se realizan a lo largo del curso exposiciones de artistas plásticos o de fotografía, así como conferencias, presentaciones de libros y lecturas poéticas, conciertos. Un retorno al pasado, con miradas avanzadas del presente.






Y en el jardín, Jorge Oteiza de nuevo. Un obsequio de reconocimiento del escultor a su amigo Santiago Montes en forma de chapa pintada a la que tituló Retrato de un gudari llamado Odiseo. El escultor sabría por qué.

Jorge Ramos y Fernando Zaparaín, de la Escuela de Arquitectura de Valladolid, dicen sobre ella:

"Es una obra que expresa muy bien el final de las investigaciones de Oteiza, su concepción de la escultura como hecho arquitectónico, que por lo tanto, se centra en construir un hueco interior habitable mediante superficies yuxtapuestas. Esas superficies son de chapa recortada y soldada en sus aristas, con el grosor estándar del propio material constructivo. No existen vestigios de la masa modelada de sus comienzos y ni siquiera se experimenta sobre el volumen como hacen las maclas volumétricas de los cuboides y tizas. Todo el esfuerzo se dedica a definir una envolvente que active y haga significante el vacío interior. Algo que se consigue con la operación de plegar, concebida como la transición de unas caras a otras siguiendo las ortogonales del triedro euclídeo. Para ello son de suma importancia los recortes a los que se someten los planos de ese triedro, y la selección precisa de las aristas más decisivas para soportar el artefacto y definir un prisma virtual dinámico. El plegado garantiza la superposición y el silueteado de unas caras del cubo virtual sobre otras a través, precisamente, del vacío interior. Este último se llena de relaciones y sirve de puente entre los distintos planos plegados y recortados. Es un espacio diagonal y dinámico que fuga por las esquinas y bordes. Paradójicamente la escultura se reduce a composiciones bidimensionales porque las caras se ven como siluetas oscuras sobre el vacío espacial luminoso y blanco".

¿Permiten las plantas del jardín esa visión sobre la obra, algo que tal vez se podría objetar? Oteiza, no obstante, decidió su instalación donde está ahora, calculando incluso la propia base de cemento sobre la que se yergue. A mi modo de ver las plantas no trastocan el sentido de la escultura, pues el que quiere ver no tiene más que moverse y buscar los ángulos adecuados.





También se puede admirar en el mismo jardín dos trabajos de Miguel Isla, un autor nacido en Tudela de Duero (Valladolid) y cuyas obras se han expandido por diversos países, tales como Egipto, Turquía, China, Siria, Corea, Georgia, Argentina, Japón.... 

De Isla dice María Calleja, de la Fundación Segundo y Santiago Montes: "Considero que su trayectoria es, al menos, sorprendente porque desde un principio prescindió de un entorno que le podía ser más o menos amigable y se aventuró por esos mundos ignotos, míticos, para dejar la huella de su trabajo junto a los más bellos monumentos de la antigüedad y los paisajes más exóticos y sugerentes. Creo que no me equivoco si mantengo que Miguel Isla es el escultor más internacional y más arriesgado de cuantos han surgido en nuestra tierra en los últimos cuarenta años". 



El profesor de Historia del Arte Ignacio Mínguez opina sobre el trabajo de Miguel Isla: "La materia en sus manos se convierte en esencia, sea papel, madera, piedra o metal, haciéndose visible, palpable, legible ante nuestros sentidos, simplicidad plena. El espacio se nos muestra abierto, y a la vez lo encierra todo, aglutinando el todo y la parte, creando axiomas imposibles, cargados de una enorme belleza y simbolismo plástico. El tiempo se transforma, rompe los moldes marcados, busca ámbito nuevos, cauces por los que derramarse empapando toda la obra".

Contar, por lo tanto, en el jardín de entrada a la Fundación con dos representaciones de este autor es todo un lujo. Para quien desee saber más, decir que en esta sede existe un catálogo a la venta sobre las briosas esculturas de Miguel Isla por las regiones más apartadas del planeta.  



  










En la fachada de la entrada a la Fundación, un relieve del escultor Luis Santiago Pardo celebra a la pintora Cristina Montes, una de los hermanos Montes. A muchos paisanos Luis Santiago Pardo les sonará más por la escultura de Rosa Chacel sentada en un banco de la acera de la Plaza del Poniente o el conjunto de Jorge Guillén y los niños jugando a los barcos en la fuente del Parque del Poniente que se repondrá tras la nueva remodelación.



Disfruten del paseo por este tramo de calle, contemplen las fachadas de los edificios restaurados pero acordes, en especial los dos que disponen de jardín. El traslado imaginativo a otro tiempo está asegurado.


martes, 7 de marzo de 2017

Entre la mano floreciente de la primavera y los pinceles exuberantes de Manolo Sierra




Eran días duros de invierno riguroso cuando Manolo Sierra, pintor y peculiar muralista, se lanzó a decorar la fachada de La flor de la canela, a solicitud del establecimiento para celebrar los 15 años que lleva abierto. Pero es que con Manolo Sierra no hay quien pueda ni en materia de frío ni en materia plástica de calle. La iniciativa privada de decorar con estética y alegría parte o proximidad de sus fachadas nos parece a algunos un logro y una línea a seguir. Los perfiles grises que ofrece en muchas calles la ciudad bien merecen ser alterados por coloridos y temáticas que expresen el corazón de la vida urbana. Ya se han visto últimamente puertas abatibles de garajes decoradas con calidad y técnica. Sirven para alegrar y desalojar con su mera presencia las tentaciones de fealdad y emborronamiento de grafiteros sin gusto, cuyo objetivo único parece ser competir a lo tonto entre sí. Por otro lado, pendiente está que se emprenda una acción plástica, también imaginativa y de buen lustre, sobre las numerosas medianeras que abundan en edificios de Valladolid. Ahí el Ayuntamiento debe dar pasos porque artistas dispuestos a la labor creo que los hay.

Justo mes y pico después de la realización del colorista y exuberante mural la avanzadilla de la primavera se anuncia con sus flores de almendro. Justo detrás del bar, en el paso de la Guardería, ahí junto al Arco de Ladrillo.




Pero La flor de la canela es más que un vals de Chabuca Granda. Viene de cierta expresión que ya Sebastián de Covarrubias, autor del extraordinario "Tesoro de la lengua castellana", había definido en 1611. "Para encarecer una cosa de excelente solemos dezir, q es la flor de la de canela". Y en otro lugar vuelve a matizar: "Flor de la canela, lo muy perfeto". Es curioso cómo en torno a esta expresión parecen coincidir la interpretación de Manolo Sierra y la agradable estancia del bar homónimo, a la que se suma una secuela  poética. Llega a mis manos el último libro de poemas de Javier Dámaso, titulado Viajero inmóvil, y en él encuentro este poema titulado precisamente, el autor sabrá por qué, "La flor de la canela":


"Y a aquella limeña
primorosa
que cruzó el mar
para buscarme,
¡cómo no desearla!

Mas resultaba evidente
que yo no le importaba.
Su voluntad categórica,
su enorme determinación
me convertía en glacial.

No era a mí
a quien amaba.
Ella sólo amaba una idea,
una única idea,
la particular imagen
que se hacía de mí".





Recientemente incorporada a la fachada esta talla en madera incisa del artífice José Arcadio Unibaso, Josito, que se incorpora a la seña de identidad del establecimiento.











viernes, 3 de marzo de 2017

La macla de Oteiza y sus sombras




No sé por qué me gusta tanto la macla de Oteiza. Comprenderla racionalmente cuesta, aunque uno puede informarse, si bien entra en los terrenos de la física y de la geometría de los planos y queda desbordado. La observación y deleite con las formas del complejo y variado bloque, sí.

Tal vez no haya muchos vallisoletanos que conozcan la escultura de Jorge Oteiza  -se titula macla de dos cuboides abiertos-  situada junto al ábside de la antigua iglesia de San Agustín, hoy sede del Archivo Municipal, en el Paseo de Isabel la Católica. Está en un pequeño espacio con carácter de recuperación arqueológica  -hay próximas unas lápidas de antiguos enterramientos-  que es de fácil acceso pero que no he visto frecuentado por los viandantes. Sin embargo, el espacio, tan próximo a una vía de tráfico considerable, está bien pensado y el paseante tiene la sensación de alejarse del ruido. ¿Solo por el espacio en sí o también por la piedra tallada por Oteiza? 




Los profesores Fernando Zaparaín y Jorge Ramos, de la Escuela de Arquitectura de Valladolid, dicen en un trabajo que versa acerca de las obras de Oteiza existentes en nuestra ciudad: "El término macla alude, en el lenguaje geológico, a la asociación de dos o más cristales gemelos orientados simétricamente respecto a un eje o un plano. Pero a diferencia de estos cristales, los cuboides Malevich se conjugan de forma asimétrica. Normalmente, varios planos rectos, orientados entre sí diagonalmente, se combinan a su vez con otros planos incurvados (...) Lo particular de la macla es el aspecto de unión inseparable. La fusión de varios elementos produce la sensación de una alta concentración de energía, proporcional a la que se necesitaría para separarlos".

Física y geometría retroalimentándose y rehaciéndose de manos de Oteiza. "En las maclas  -dicen los citados profesores-  funcionan dos tipos de energías contrapuestas: la externa, que moldea al sólido, y la interna, consecuencia de la fusión de elementos. Esta característica produce una gran tensión dinámica que, como sabemos, Oteiza traduce en expresividad, una característica que pretendía apagar". 




El espacio donde se ubica la escultura es suficientemente amplio como para contemplarla desde todos sus ángulos y recovecos. Pero a la vez es un espacio consolidado, con suelo firme que equilibra la macla, con un talud de piedra a distancia suficiente para no interferir ni comer a la escultura, y que diferencia el espacio superior donde se ubica San Agustín de la plaza propia que eleva la centralidad de la escultura. Y con un banco corrido que debería reclamar, con el buen tiempo, naturalmente, la parada y sosiego de los paseantes. E incluso, ¿por qué no?, concebirlo como lugar de cita para algún tipo de acto sereno, una lectura oral, una presentación pública de libros. Seguro que la escultura y su propia energía manifiesta se encontraría menos sola.