He aquí un ejemplo de salvación. Teniendo en cuenta que tantos edificios representativos de otras épocas y estilos se han venido abajo, o aún están en camino de ello, la supervivencia de la conocida Casa Luelmo o Villa Paulita, a pesar de sus avatares es una afortunada excepción. El edificio pertenecía a la familia Luelmo, y fue levantado a instancias de Rufo Luelmo y su mujer Paulita, y encargada su construcción al arquitecto Antonio Ortiz de Urbina. No está clara la fecha de edificación, tal vez 1907 o algún año posterior, por falta de datos. Concebida como villa de recreo de esta familia de la burguesía vallisoletana de principios del siglo XX, parece tener elementos tanto eclécticos como modernistas en su disposición y decoración.
La finca de 49 hectáreas de la familia fue la que se conoció como Granja Minaya, una explotación avícola importante no solo en Valladolid sino en toda la región, que dio trabajo a más de un centenar de personas. En su tiempo era un lugar establecido a las afueras de Valladolid, entre la Cañada de Puente Duero y la Carretera de Rueda, tan lejos todos esos espacios de la prolongación del Paseo Zorrilla que conocemos ahora, paseo que terminaba en nuestra infancia en La Rubia. Hasta 1956 el edificio permaneció sin cambios hasta 1956 en que el hijo del primer propietario, José María Luelmo Soto, que compaginaba su cometidos empresariales con sus inclinaciones intelectuales y poéticas, decidió reformarla. Y en ella siguió habitando la familia hasta la muerte de su mujer en 1996. Cinco años antes había fallecido el empresario poeta.
¿Después? Después el abandono y su consiguiente y paulatino deterioro. Incluso fue okupada y en 1998 se declaró un incendio en las zonas altas del edificio. Pero Casa Luelmo no pereció. Una rigurosa rehabilitación basada en los proyectos originales de Ortiz de Urbina junto a una nueva titularidad pública -había sido comprada por el Ayuntamiento- y un uso posterior que permanece lograron ponerla a salvo. Hoy es sede de la Fundación Santa María la Real, hija de aquel proyecto recuperador del Románico por parte de Peridis (José María Pérez González), sí, el de los dibujos humoristas críticos de El País que a su vez es arquitecto y gran conocedor del arte medieval.
Por supuesto, el entorno de la Casa Luelmo ya no tiene nada que ver con el lugar idílico que concibió la familia en los orígenes. Aquellas fincas de los alrededores desparecieron en sus usos agrícolas y los terrenos convertidos en suelo urbano. Así que ahora se encuentra ubicada, sin haberse movido de sitio, en la zona llamada Parque Alameda, un núcleo poblacional nuevo que seguramente asustaría un poco a los propietarios primitivos, por temor a que el empaque del edifico mermara visualmente, pero que se suaviza a través de un limitado y relativamente frondoso parque, dignamente proyectado.
Las informaciones sobre la historia y otros detalles del edificio pueden encontrarse fácilmente en internet, y no voy a insistir en ellas. Creo que la galería fotográfica es un aperitivo para quien quiera saber más, aunque ya contemplar el edificio y su entorno proporciona un goce. Pero sí traigo aquí un testimonio directo del profesor y escritor vallisoletano Pedro Ojeda Escudero en el libro La metáfora del mirlo, una especie de diario del confinamiento del covid, con recuerdos y vivencias, sí, pero con pensamientos, búsqueda de claves y reflexiones al vuelo sobre la existencia y el mundo que toca vivir. He aquí:
"Mi familia es de origen humilde. Mis padres no tuvieron casa en propiedad hasta que la empresa para la que trabajaba mi padre le cedió una como compensación del despido por el cierre de la misma. Una casa pequeña en la carretera de Rueda, un tercero sin ascensor, cuya tasación aceptaron sin cotejar. En ella vivieron el resto de sus vidas. La empresa era propiedad de un poeta, José María Luelmo y tenía su sede en una finca a las afueras de Valladolid. Luelmo procedía de la burguesía vallisoletana de la primera mitad del siglo XX y era un apreciable poeta, compañero de Francisco Pino en la aventura de fundar revistas de vanguardia. Cuando supo que yo estudiaba Filología española, quiso hablar conmigo y mantuvimos algunas conversaciones en su despacho de la casa central de la finca, un hermoso edificio de estilo modernista de principios del siglo XX, quizá el más hermoso de todos los que se levantaron en Valladolid en aquellos tiempos, con una torre esbelta y llamativa al que yo entraba por la puerta de servicio que daba a la cocina, bajando unas escaleras techadas por las ramas de una magnífica higuera".
Uno aprecia estos testimonios, porque aunque no pueda ver tal cual fue un tiempo pretérito, sirven para hacerse una idea del significado que un entorno, un tipo de vida, unas actividades y el comportamiento de las personas que han desaparecido dejan huella en nosotros.