jueves, 15 de agosto de 2024

De dispensario antituberculoso a centro de enseñanza

 


No son los árboles los que ocultan la casa, sino los edificios de alrededor. Es como una isla arquitectónica en medio de la construcción más moderna. Al estilo de un palacete o casona del Norte, el edificio que ocupa hoy el CEPA, Centro de Educación de Personas Adultas, en la calle Muro, se levantó en 1919. Su fin entonces, convertirse en dispensario antituberculoso. La tuberculosis o tisis ha sido en el pasado uno de los azotes más crueles en las sociedades occidentales. No solo el descubrimiento del bacilo que lo producía y el tratamiento correspondiente sino sobre todo las mejoras de la calidad de vivienda, alimentación y en general de condiciones de vida consiguieron reducir si no erradicar la enfermedad. El caldo del cultivo siempre fue la pobreza, aunque del mal no estuvieran libres ni las clases altas.

Que el dispensario estuviera en una calle que junto con la calle Gamazo y Acera Recoletos han tenido empaque burgués desde el siglo XIX no es casual. Estaba ubicado también en el barrio de San Andrés, que fue un barrio que creció en dirección norte y hacia Las Delicias por su elevada población obrera, gran parte de ella en torno al ferrocarril. Y ya es sabido que en las condiciones deficientes de hábitat, trabajo y ambiente de los trabajadores se estaba más propenso a verse contagiado por el letal bacilo, en nuestra ciudad y en todas las urbes industriales.

Pero ya en épocas recientes el edificio fue transferido al Ministerio de Educación para facilitar conocimientos básicos a personas adultas. Y ahí sigue en su cometido. Para el paseante es como encontrarse de pronto con una excepcionalidad dentro de la alineación de edificios más recientes. Visualmente, independientemente de su función, se agradece. 


http://cepamuro.centros.educa.jcyl.es/sitio/index.cgi?wid_seccion=1&wid_item=48





En su libro de recuerdos Historia de un barrio, estampas del Valladolid que fue, un antiguo vecino del barrio de San Andrés, Miguel Ángel Pastor, dedica uno de sus breves capítulos a la tuberculosis, tan extendida aún en la década de los 40 del siglo pasado. Valga como testimonio de un tiempo:

"La tuberculosis fue el mal terrible de los años de la posguerra española. Cuando de alguien decían que tenía una mancha en el pulmón había que ponerse en lo peor.

Se afirmaba que era una enfermedad contagiosa, y las familias que tenían la desgracia de que alguno de sus miembros había contraído la tuberculosis, evitaban que el enfermo saliera a la calle. Si era un niño o un adolescente ponían una silla junto al balcón y sentaban al paciente, sometido a una dieta especial, incluso on algo tan prohibitivo en aquellos tiempos como el jamón.

El médico llegaba y fruncía el ceño.

- Hay que llevarlo al Pabelloón Antituberculoso.

La familia comenzaba a preocuparse seriamente. Pocos de los que ingresaban en aquel centro volvían con vida".