La ciudad tiene que compartir su presente con los restos de su pasado y en cierto modo con el recuerdo de lo que hubo y desapareció. De lo que ya no existe queda constancia a través de la investigación de los historiadores, basada a su vez en documentos, planos y relatos de cronistas. De lo que vemos aún en monumentos, edificios civiles o religiosos, prácticamente todos ellos sufrientes de sucesivas transformaciones y/o privaciones, nos asombramos por su monumentalidad y relativo buen estado, pero con frecuencia olvidamos fijarnos en los detalles. Uno de estos detalles, nada escondido, por cierto, es el del deterioro de las estatuas que muestran hornacinas, tribunas o columnas.
A este deterioro me da por llamarlo herida eterna. Esculturas que nacieron completas, que fueron testigos pero a la vez reas del paso del tiempo, en su múltiple forma de clima, vandalismo o simple descuido, han llegado a nuestros días amputadas, descabezadas, reducidas, desgastadas. Santos o vírgenes de templos, representaciones alegóricas de la universidad, blasones de fachadas nobles, etc., participan del desinterés o la curiosidad de los viandantes.
Al curioso le suele dar en pensar. Tal estatua ha sido pasto de las heladas y fríos de la ciudad. Tal otra enseña claramente la venganza de alguna soldadesca ajena. Aquella puede ser por la propia inconsistencia de la materia de que está labrada. Las otras por los excrementos ácidos de las aves. Pero ya digo, son imaginaciones. En algunos casos se sabrá cómo se produjo la pérdida o el daño. En otros, no, simplemente se culpará a la acción atmosférica, a los elementos naturales.
Recuerdo haber leído hace tiempo en el librito Arte deteriorado, del arquitecto barcelonés Francesc Cornadó: "Las obras de arte deteriorado acumulan, además, las señales que la experiencia histórica ha añadido sobre la obra original. Son grietas, son signos de barbarie, de imprudencia o huellas que la naturaleza inclemente ha dejado marcadas en la obra del ser humano.
El paso de las estaciones, una tras otra, poco a poco ha ido señalando las horas del derribo físico. Lejos de toda consideración negativa entendemos las señales del tiempo como un valor estético añadido. Se trata de una carga comunicativa que enriquece la acción creativa inicial.
A nuestro conocimiento apriorístico, compatible con el juicio de la obra original, sumamos ahora experiencias propias, ajenas e históricas. El tiempo modifica los cuerpos y las mentes. Se alteran las superficies, el vicio y la virtud".
He ahí, pues, la cuestión actual. Vemos las obras deterioradas como parte de la herencia histórica. Nos parece que han estado así siempre, simplemente porque de siempre las hemos conocido en ese estado. Las aceptamos tales como se manifiestan: quebradas, mutiladas, acéfalas, deformes. Han sido alteradas paralelamente a la transformación de circunstancias y avatares de cada tiempo histórico por el que ha atravesado Valladolid. Siempre será mejor esto que tenemos y como lo tenemos que no lamentarnos por lo que que perdimos, que es mucho, solemos decirnos para consolarnos.
Y sin embargo, hay alteraciones por destrucción y cambios por cuidado y preservación. Las limpiezas de estatuas, fachadas o patios de monumentos, por ejemplo, tratan de sortear la incuria del tiempo que ha depositado su pátina. Figuras o sillares de piedra ennegrecidos que al ser tratados recuperan si no el tono original, lo cual es imposible porque siempre hay pérdida en la superficie de la materia, al menos nos los acercan a una aproximación. He puesto aquí algunas fotografías de hace años donde se observa el tono de las capas adquiridas para que se compare con aquellas otras que han sido limpiadas.
He pasado por tres monumentos de Valladolid donde se puede advertir el arte exterior deteriorado. Este primer grupo corresponde a esculturas de la fachada del edificio histórico de la Universidad. Diversas figuras femeninas representando la Teología, la Ciencia Canónica, la Ciencia Legal, la Retórica, la Geometría y la Sabiduría. No en vano el lema de la Universidad es Sapientia Aedificavit Sibi Domum, es decir, La sabiduría edificó para sí esta casa. No he fotografiado otras esculturas situadas más altas, tales como la Astronomía, la Filosofía, la Medicina y la Historia, o las de varios reyes que auspiciaron la fundación o promoción de la universidad.
No pasa desapercibido al paseante el estado de algunos escudos y leones de la ristra de columnas leonadas que adornan la fachada universitaria. Fueron rescatadas de su estado anterior pero el mal fundamental en algunass de ellas ya venía de lejos y se advierte ahora más.
Las siguientes estatuas se encuentran en hornacinas de la fachada de la iglesia de las Francesas, junto al claustro de la entrada anterior. El deterioro de ellas es considerable.
Y por último, San Pedro y San Pablo, en sus hornacinas de la fachada catedralicia, demediados en sus atributos simbólicos.