Existe un árbol cual yo no he oído
que haya germinado jamás en tierras de Asia
ni en la isla dórica de Pélope, árbol tenaz
que brota espontáneamente, motivo de admiración
de lanzas hostiles, que reverdece por doquier
en esta tierra: el olivo de hojas glaucas
que alimenta a nuestros hijos.
Nadie, ni joven ni en plena vejez,
podría destruirlo con rabiosa mano,
pues el ojo avizor de Zeus, protector de los olivos,
lo vigila siempre, así como también
la de ojos glaucos, Atenea.
Así canta Sófocles, en su Edipo en Colono, al árbol milenario. Y así parece que ungido por la poesía y por la edad se nos muestra este ejemplar, instalado desde 1998 en la Plaza de la Fuente Dorada como un vecino más. Ancestral cultivo mediterráneo, el olivo tiene un significado profundo para cuantos habitamos en países de la zona sur del Mare nostrum. Entras en el mundo del mito y de los simbolismos y te encuentras que este árbol ya estaba situado en la Acrópolis de Atenas dedicado a su diosa favorita. Y que los textos bíblicos que hablan de un extenso diluvio citan a la paloma que trayendo en su pico una rama de olivo significaba la paz al cesar el castigo divino.
Si este simbolismo de la paz predomina en la cultura occidental no parece sino sumamente oportuno tener un olivo en esta plaza tan familiar como transitada de nuestra urbe. A la primitiva tradición de considerarlo emblema de pacificación y utilizar sus hojas en ceremonias de los triunfadores en los juegos o en sus victorias guerreras, se suma la sustancia oleaginosa que emana de sus frutos, tan efectiva en su consumo como representativa en rituales de la antigüedad clásica y del cristianismo.
Y qué mejor simbolismo actualizado que el que aportan las mujeres que dan la cara para denunciar la barbarie de la violencia de género. Durante estas fechas últimas de celebraciones, el olivo de la Plaza de la Fuente Dorada ha dado testimonio, de mano del Foro Feminista de Castilla y León.. No tanto por el fruto habitual, sino por otro más amargo. El que intenta llegar a las conciencias. El que se reclama de la memoria. El que quiere transportar los nombres de las mujeres caídas por el crimen machista a través de los carteles colgados de sus ramas. El que denuncia el acoso y la agresión. El que recuerda a las mujeres y a los hijos víctimas, y exige que no se olvide y que se actúe en un intento de parar los crímenes y condenar a la mano ejecutora.
La belleza no es en este caso solo bella por ser natural -y la estampa del olivo lo prueba- sino por aportar la reivindicación. Al fin y al cabo al hacerlo se actualiza su simbolismo lejano. A Zeus y, sobre todo, a la diosa Atenea la iniciativa les habría encantado.
Este ejemplar de olivo de la Plaza de la Fuente Dorada es centenario; entre 100 a 120 años de edad se le calcula. Su copa abundante completa el porte nervado de su tronco y, según datos del Catálogo de árboles y arboledas de la Revisión del Plan General de Ordenación Urbana de Valladolid, que le considera árbol singular, tiene una altura de algo más de 3 metros. Este mismo informe resalta tanto su buen estado como su calidad estética en el entorno donde se encuentra ubicado.