viernes, 26 de julio de 2024

La hábil orfebrería de los albañiles

 



Puede parecer que este paseante padece obsesión por las fachadas de los edificios, pues mira y se admira por lo que se planta ante sus ojos. Por ejemplo, este tejido enladrillado que recuerda el mejor hacer de los mudéjares, por tomar una referencia de alta calidad en el pasado arquitectónico del país.

En este edificio de la calle Mantería la tarea de los albañiles es orfebrería pura armonizada con un material de calidad. Ahí lleva desde el año 1904. A la solidez del ladrillo que cubre toda la fachada el arquitecfto y los albañiles añadieron un juego de colocación diverso y alterno de figuras geométricas que convierten en un tapiz la fachada y rinden homenaje al noble material que cubre gran parte de las viviendas de la ciudad.

Diestros fabricantes los del ladrillo. Imaginativo arquitecto que propuso la ornamentación. Hábiles artesanos los albañiles que ejecutaron la obra. Resultado: cuando una fachada de ladrillo es puro arte. Ciento veinte años nos contemplan.







miércoles, 24 de julio de 2024

Esos vetustos pero altivos depósitos de agua de la Estación de Ariza

 


No puedo evitar ponerme sentimental cuando me encuentro con alguno de aquellos signos del antiguo ferrocarril, hoy obsoletos y,  por supuesto, sumamente abandonados. No, el paseante no va buscando la ruina, pero se la encuentra en algunos de sus recorridos. Es cierto que la herencia histórica ha sido rica y abundante, pero el gran olvidado es el legado industrial. Por más que la arqueología industrial haya puesto el dedo en la llaga de un patrimonio en gran parte hoy al margen, parece que aún no se sabe muy bien qué hacer con tantos vestigios. Y mientras, el abandono va causando estragos. 

Oxidados y rodeados de maleza permanecen los dos depósitos de agua que surtían a las locomotoras de los trenes de la vieja línea Valladolid-Ariza. Se encuentran junto al paso a nivel de la Esperanza y en un  extremo de la vieja estación de ferrocarril llamada precisamente Valladolid-La Esperanza. En Valladolid en otros tiempos llegó a haber tres estaciones. La principal, denominada Valladolid-Campo Grande, cubría la línea Madrid - Irún. Es la que sigue en vigor y actualizada para el AVE. La de La Esperanza iba hasta Ariza, en Zaragoza, y su trazado seguía gran parte del curso del Duero. Y además existió otra estación, San Bartolomé, en el barrio de la Victoria, para un tren menor pero entrañable, el tren burra, que iba de nuestra ciudad a Medina de Rioseco, en la Tierra de Campos, secular granero de cereal del país.

Dejo para mostrar en otra ocasión la estación de Ariza, hoy estrangulada entre la vecindad del Polígono Argales y las nuevas edificaciones de la Ciudad de la Comunicación. Y ahí, junto a un paso a nivel al que le queda poca existencia, se alzan todavía altivos estos dos testigos de la técnica y del ferrocarril como impulsor del desarrollo de la ciudad. Es decir, de la historia. El entorno de hierbajos, basura, tapias maltrechas e inútiles y edificaciones derruídas empobrece este ámbito antiguamente viario y ahora olvidado. Aún se observa alguna casita de operarios del ferrocarril, las vías y los cambios de aguja. Tal vez la terminación de la Ciudad de la Comunicación sume este entorno de alto valor testimonial y pueda ser integrado como zona de expansión de los espacios edificados.













domingo, 21 de julio de 2024

Paseando con Robert Walser (por uno de los territorios del Campo Grande)

 



El escritor suizo de lengua alemana Robert Walser (1878-1956), con una prolífica y originalísima obra literaria, escribió El paseo, relato de 1917, donde las observaciones exteriores se funden con las reflexiones particulares y se deja llevar por la contemplación de la belleza que está in situ, esperándonos, pero que solo nuestra capacidad de percibirla y gozarla va a darle el peculiar sentido humano. Ante un recorrido parcial del Campo Grande, donde se ubican las imágenes que se acompañan, se me ocurrió reproducir algunos párrafos de sus sugerencias sobre la actiud del paseante ordinario.

"Pasear me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, aniquilada. Sin pasear y recibir informes no podría tampoco rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo, y no digamos toda una novela corta. Sin pasear no podría hacer observaciones ni estudios.  (...) En un bello y dilatado paseo se me ocurren mil ideas aprovechables y útiles. Encerrado en casa, me arruinaría y secaría miserablemente. Para mí pasear no es solo sano y bello, sino también conveniente y útil. Un paseo me estimula profesionalmente y a la vez me da gusto y alegría en el terreno personal; me recrea y consuela y alegra, es para mí un placer y al mismo tiempo tiene la cualidad de que me excita y acicatea a seguir creando, en tanto que me ofrece como material numerosos objetos pequeños y grandes que después, en casa, elaboro con celo y diligencia.




Un paseo está siempre lleno de importantes manifestaciones dignas de ver y de sentir. De imágenes y vivas poesías, de hechizos y bellezas naturales bullen a menudo los lindos paseos, por cortos que sean. Naturaleza y costumbres se abren atractivas y encantadoras a los sentidos y ojos del paseante atento, que desde luego tiene que pasear no con los ojos bajos, sino abiertos y despejados, si ha de brotar en él el hermoso sentido y el sereno y noble pensamiento del paseo. Piense cómo el poeta ha de empobrecerse y fracasar de forma lamentable si la hermosa Naturaleza maternal y paternal e infantil no le refesca una y otra vez con la fuente de lo bueno y de lo hermoso. Piense cómo para el poeta la instrucción y la sagrada y dorada enseñanza que obtiene ahí fuera, al juguetón aire libre, son una y otra vez de la mayor importancia.




Sin el paseo y sin la contemplación de la Naturaleza a él vinculada, sin esa indagación tan agradable como llena de advertencias, me siento como perdido y lo estoy de hecho. Con supremo cariño y atención ha de contemplar el que pasea la más pequeña de las cosas vivas, ya sea un niño, un perro, un mosquito, una mariposa, un gorrión, un gusano, una flor, un hombre, una casa, un árbol, un arbusto, un caracol, un ratón, una nube, una montaña, una hoja o tan solo un pobre y desechado trozo de papel de escribir, en el que quizá un buen escolar ha escrito sus primeras e inconexas letras. Las cosas más elevadas y las más bajas, las más serias y las más graciosas, le son por igual queridas y valiosas. No puede llevar consigo ninguna clase de sensible amor propio y sensibilidad. 




Su cuidadosa mirada tiene que vagar y deslizarse por doquier, desinteresadamente y carente de egoísmo; tiene que ser siemopre capaz de disolverse en la observación y percepción de las cosas, y ha de postergarse, menospreciarse y olvidarse de sí mismo, sus quejas y necesidades, carencias, privaciones, como el bravo, servicial y dispuesto al sacrificio soldado en campaña. Tiene que ser capaz en todo momento de compasión, de identificación y de entusiasmo, y ojalá que lo sea. Tiene que alzarse a elevado arrebato y hundirse y saber descender a la más profunda y mínima cotianeidad, y probablemente sabe".

 
El libro de Walser es un pequeño tesoro. ¿Quién diría que algo tan aparentemente desenfadado y ligero, que también lo es, como el hecho de pasear podría servir para estimular nuestra imaginación e incluso promover creación? El paseo es lo opuesto a cualquier forma de pasividad, de dejadez, de indolencia o de entrega a una simple fórmula de consumo que hoy te venden y atropella a todo el mundo. Ámbitos de paseo no faltan. Desde el entorno de la ciudad, los parques o simplemente el recorrido observador del interior del caserío urbano se brinda al ciudadano, y más en una ciudad tan cómoda como Valladolid, el encanto y encantamiento del paseo.   
 









Los textos están tomados de la edición que Siruela hizo de El paseo, de Robert Walser, en 1996, en su colección Libros del tiempo.




jueves, 18 de julio de 2024

Las fachadas cromáticas de la calle Asunción

 


No sé de quién sería la ocurrencia, pero considero un acierto la policromía de un tramo de acera de la calle Asunción. Esta calle, desde que inauguraron el túnel de las Delicias en el año 1952, no tuvo salida para vehículos en uno de sus extremos, el de calle Labradores. Siendo una calle céntrica y parte de lo que fue el barrio de trabajadores ferroviarios desde el siglo XIX ha quedado un tanto traspuesta. No es un lugar de paso más para los que viven en ella o van a sus recados. Encontrarse de pronto con la alegría de los colores es un hallazgo divertido y estimulante. El color es una manera de compensar fachadas anodinas y realzar que en cada edificio puede latir siempre una armonía y una originalidad, por muy austeros y rectilíneos que hayan sido de principio.

Estos edificios tan cromáticos tienen una antigüedad alta. El que comparte dos coloridos es de 1940. Pero el azul, por ejemplo, es de 1914 y el amarillo de 1883 nada menos. Esta calle y otras paralelas a ella es de las que conservan más edificio añosos, pero muchos de ellos se han rehabilitado o bien remozado de alguna manera. 

Los colores son un elemento cultural que ha variado a través de los siglos y de las sociedades y que hoy mismo no se ven con el mismo significado en Occidente y en Oriente, por poner dos focos de trayectoria histórica tan diferente. Desconozco por qué y cómo se decicieron los propietarios de estos edificios por los colores que exhiben. Ni si hubo consenso o fue imposición. Para gustos los colores, dice un dicho al uso. Por supuesto, y también los sabores, las palabras, las ideas. Pero si los colores definen tanto las tendencias de personas y colectividades la elección de los de estas casas de Asunción me intriga. Si alguna vez me entero lo contaré.   




El historiador francés Michel Pastoureau, en su sorprendente libro Diccionario de los colores habla de cómo en la historia de la humanidad se han producido mutaciones importantes y decisivas en el gusto y uso de los colores. "...Los colores de la actualidad no pueden entenderse si no es a la luz de los colores del pasado, con los cuales existe generalmente una continuidad y más raras veces una ruptura. Hablar de las prácticas y significados del color en el mundo actual implica necesariamente volver atrás, unas veces al siglo XVIII y al XIX y otras a épocas anteriores (...) Estas diferentes fases, estas diferentes transformaciones, estos diferentes sistemas han dejado numerosas y muy profundas huellas en nuestros conceptos y nuestras definiciones del color, en nuestros usos actuales, en nuestros códigos y nuestros rituales, en nuestro vocabulario, nuestra imaginación y nuestra sensibilidad". 

Tal vez lo que vivimos en nuestro tiempo sea una superabundancia no solo de tonos de colores -la gama de ellos es casi infinita- sino de significados en base a ellos, aplicados a las innumerables actividades humanas, a la multiplicidad de objetos, a la reinvención de paisajes urbanos. Y en ese sentido Michel Pastoureau es firme: "Soy de los que creen que el color es un fenómeno cultural, estrictamente cultural, que se vive y se define de manera distinta según las épocas, las sociedades y las civilizaciones. No tiene nada de universal, ni en su naturaleza ni en su percepción. Por eso mismo no creo en la posibilidad de un discurso científico unívoco sobre el color, basado únicamente en las leyes de la física, de la química, de las matemáticas y de la neurobiología. Para mí, un color si no hay alguien que lo mira no existe (en este sentido, le doy la razón a Goethe contra Newton) El único discurso posible sobre el color es ante todo de naturaleza social y antropológica".

¿Complejo o sencillo? Lo que sorprende y agrada al paseante al encontrar estos edificios de colores en la calle Asunción, por lo que tiene de rupturista y rescatador del abandono o lo insustancial, ¿sería compartido emocionalmente por oros viandantes? ¿Pensarán lo mismo quienes habiten estas viviendas o sentirán rechazo por los colores? Siempre podrán decir a sus amigos: vivo en tal calle, la casa amarilla o la azul.    










lunes, 15 de julio de 2024

La Rosa, la última harinera de la ciudad


Hay muchos vallisoletanos que pasan con frecuencia por delante de este edificio, en la calle Puente Colgante, sin tener idea -y acaso sin preguntárselo- de lo que fue hasta no hace muchos años. Se trata de una fábrica de harinas denominada La Rosa, de principios del siglo XX. Uno todavía ha visto cargar sacos de harina en una especie de muelle que daba a la vía. Pues bien, probablemente la cercanía del ferrocarril, la Estación del Norte y la Estación de Ariza, y en una zona que en aquel tiempo no había prácticamente viviendas propiciara su instalación en ese punto. Ahora puede chocarnos que una fábrica de harinas haya estado en núcleo habitado, pero es que el conglomerado de edificaciones llegó después.

Muy próximo a la Estación de Autobuses y a RENFE el edificio mantiene un empaque severo y a la vez señorial, y desde la acera de enfrente pueden verse algunos conductos y chimeneas sin desmontar. Parece ser que aunque el edificio fuera original de 1906 se amplió en 1924 y posteriormente se erigió un cuerpo superior. 

 


En la revista El Financiero Hispano-Americano, que se subtitulaba como Revista Económica, Industrial y Mercantil, Doctrinal y Práctica (esto de doctrinal y práctica me intriga) de julio de 1911, dedicado a Valladolid, hay una pequeña reseña sobre la fábrica:

"Esta fábrica de harinas, sistema austro-húngaro, es propiedad de los señores Lomas Hermanos, y una de las más acreditadas de Valladolid.

Fue montada el año 1907 por la Casa de los señores Daverio Henrici y compañía de Zurich, con todos los aparatos más perfeccionados, constituyendo, por lo tanto, una moderna fábrica modelo. Su edificio fue construido ad hoc, de nueva planta, estando movida su máquina por energía eléctrica.

Su capacidad de molturación es de 20.000 kilogramos diarios de trigo".




No dejen de detenerse cuando pasen ante la que fue la última harinera en vigor de la ciudad. La factura de ladrillo de esta larga fachada, muy homogénea toda ella, habla mucho tanto a favor de la nobleza del material empleado como del uso y función que le daban los arquitectos de aquel tiempo. Es de esperar que si bien obsoleta no deje de ser una presencia íntegra como un bien monumental de carácter industrial. 

Algunos todavía hemos conocido dos fábricas de harinas más en la ciudad, con arquitecturas soberbias. Una muy cercana a esta, la de La Magdalena, junto al Arco de Ladrillo en la carretera de Madrid, que ardió misteriosamente en 1976. Y la del Palero, que también ardió en 1975 y de ella al menos sobreviven unos muros integrados en la nueva arquitectura del Museo de la Ciencia. También nos acordamos de La Perla, junto al Puente Mayor, devenida en hotel los últimos años y ahora cerrado. Un edificio exteriormente bonito que ya traerá por este blog el paseante.



jueves, 11 de julio de 2024

Los restos de la Casa de la Aguada desde la que se captaba el agua del Pisuerga para llevarla al ferrocarril

 


Aguada.

3.f. Acción y efecto de aprovisionarse de agua un buque, una tropa, una caravana, etc.

(Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua)


La historia de Valladolid es antigua. Es la historia de muchas construcciones, pero también de muchas destrucciones. Posesión y pérdida son dos constantes que se han ido alternando a lo largo del tiempo. Lo que ha llegado hasta nuestros días aun siendo bastante es residual, con su importancia y calidad indudables, pero también permite intuir lo que se ha perdido. En materia de estructuras urbanas, de edificios de distintas épocas, de ingenios técnicos y fabriles que quedaron obsoletos y llegaron a su desaparición.

Uno de esos espacios que pocos conocen lo que fue, aunque es lugar de tránsito, pues está al borde del llamado Puente Colgante, que de colgante no tiene nada, es lo que se conocía como Casa de la Aguada. El edificio que hoy se ve remozado, y adulterado, pues está al servicio de un uso hostelero, fue un edificio vinculado al ferrocarril cuya misión era la de bombear agua del río Pisuerga, que está a sus pies, y llevarla hasta la Estación del Norte, que no se encuentra precisamente a un paso. Se trataba de suministrar agua para las locomotoras de vapor, tarea que tuvo lugar entre 1860 y 1944. Para ello se construyó una arqueta de captación, un pozo y un sistema de bombeo que permitían conducir el agua del río a través de una tubería larga y de buen diámetro hasta la estación.

La incuria -un término harto asociado al acontecer de la ciudad- apenas ha dejado en pie el edificio principal, hoy notablemente alterado por mor del negocio citado, unos muros de piedra, prácticamente soterrados, la arqueta, el pozo y una rueda de noria. Pero hay que echar mucha imaginación para comprender tanto la realización del ingenio como la relación entre este espacio de captación de agua del río y el ferrocarril. 

Como dato más lamentable parece ser que este espacio no estuvo catalogado por los planes de urbanismo ni reconocido como valor cultural e histórico. Y que piezas de la maquinaria que contenía fueron vendidas como chatarra. Al menos el paseante rinde homenaje al entorno y trata de imaginarlo en la perspectiva de un largo siglo y medio anterior.
















viernes, 5 de julio de 2024

El cedro majestuoso y recoleto del colegio García Quintana

 



Un árbol es siempre un monumento. Un edificio, una escultura, una obra plástica, un hombre incluso. Pero sin mano humana. La mano humana ha podido hacer de intermediaria. Trasladar desde otra región geográfica, repoblar, plantar, poner semillas aquí o allá. La otra mano se denomina clima. Fertilidad. Aire. Lluvia. La naturaleza por sí misma. Un árbol es, pues y sobre todo, vida.

Esa sensación monumental embriaga al paseante ante un árbol majestuoso o sencillo, o en medio de una arboleda. La arboleda es una de las referencias de la infancia de muchos vallisoletanos. Pero hay, o mejor dicho, hubo, otro elemento. Antes, cuando las casas molineras eran la tipología urbana por excelencia en los barrios obreros, céntricos unos o periféricos otros, da igual, existían patios en la mayoría de los cuales había un pozo. Y a mayores en muchos de ellos se erguía una acacia, por ejemplo.

Así que uno tiene una atracción reverencial no solo por lo que va encontrando por plazas o calles, sino en espacios recoletos, como este del patio del Colegio Público García Quintana, en la Plaza España. Cuando una especie de la envergadura de un cedro la encuentras en un espacio interior te da la impresión de que está cautiva. Pero ¿cabe pensar que un árbol tan esplendoroso pueda ser sometido a cautividad? Este puede verse al pasar por la puerta lateral del colegio por la calle Teresa Gil o bien desde una ventana que hay subiendo al primer piso de la Biblioteca Martín Abril, en la calle López Gómez. De cualquier modo es un árbol afortunado. Acompañado como está gran parte del año por los chavales en el recreo.