viernes, 10 de enero de 2025

Máscaras de nuestros días -¿o de siempre?- en el Museo de la Universidad de Valladolid

 


El paseante no niega que siente especial predilección por un objeto artesanal que aún se exhibe en determinadas festividades de todas las regiones del país. Y con el cual todavía la gente mantiene cierta distancia, ya sea en su manifestación callejera o en la exposición en un museo. Distancia y prevención. Conozco a personas que solo mencionarles la máscara emiten su juicio al estilo vade retro. Ignoro si porque sus subconscientes respectivos les hablan temerariamente o porque la estética de muchas máscaras les espanta. Hay gente que no soporta la desfiguración de los cuerpos y mucho menos de los rostros. 

En realidad muchos tipos de máscaras son satíricas y burlonas, y siempre una exageración Pero cada cual es libre para sentirlas perturbadoras, cuando deberían ser más bien purificadoras, es decir una manera de ver en un rostro transfigurado lo ridículo que es el rostro cotidiano que llevamos cada uno al hacer frente a los avatares. Cuando uno se mira en el espejo y juega a hacerse gestos desmesurados con el otro que se refleja en él, ¿no está ejerciendo el papel de máscara? Por no hablar de la máscara, y aquí uno entra en el orden psicológico, que con frecuencia llevamos por la calle para mantener el tipo de individuos normales.




¿Y a cuento de qué viene esta perorata sobre máscaras? A cuento de una exposición que he tenido oportunidad reciente de visitar. No es uno de los museos más conocidos el de la Universidad de Valladolid. De hecho hay varios museos dependientes de la institución, solo que dispersos en sus ubicaciones. Haciendo repaso, y si no me traiciona la memoria, está el de Ciencias Naturales en el edificio conocido como la Normal, el de Ciencias Biomédicas, en la Facultad de Medicina, y el de Historia y Arte, en el Edificio Doctor Tejerina en la Plaza de Santa Cruz. Pues bien en este último, además de un fondo permanente de obras pictóricas y escultóricas, amén de diversos otros objetos, se realizan exposiciones transitorias. Y he aquí que una de ellas es la que está ahora mismo en vigor hasta el 21 de febrero. La titulada Alas y viento, del catalán Nacho Rovira.




Esta exposición es parte del proyecto europeo Masks, y copio y pego de la web de Alas y viento, "destinado a fomentar el aprendizaje de la creación artesanal de máscaras, en el que colaboran doce socios de Rumanía, Italia, Portugal y España, y en colaboración con la Cátedra de Estudios sobre la Tradición de la Universidad de Valladolid". 

Como esta entrada de blog no es un catálogo sino un popurrí visual, a capricho, donde solo se pretende una mirada sobre la belleza y originalidad espectacular de las máscaras, no pretendo orden alguno. Únicamente decir que en esta muestra  hay  máscaras elaboradas por artesanos actuales que responden a diversas manifestaciones populares. Las hay de representaciones de las celebraciones cristianas de Navidad o Semana Santa o el Corpus. Las hay de carácter funerario. O de teatro. Pero sobre todo dominan, al fin y al cabo son las más extendidas y representativas del sentir lúdico, las carnavalescas. Bien las de pueblos, las cortesanas del Barroco o aquellas que aún se inspiran en la Comedia del Arte.




El coleccionista Nacho Rovira dice haber recorrido durante 44 años el planeta recogiendo máscaras por doquier, máscaras representativas de culturas, tradiciones y leyendas, cuyo carácter varía, y que muchas tienen un origen animista. Él lo expresa así: "Dudé en su día cómo llamar a esta colección y me decanté por «Alas y Viento» ya que estas piezas de arte y cultura son personajes, espíritus y ancestros que han viajado con sus alas hasta nuestros días como pájaros inmemoriales impulsados por vientos de fe e ilusión. Mostramos estas máscaras viajeras con la humilde esperanza de que vivan y sigan nuevas corrientes y sinergias durante mucho tiempo".





Pero es la directora de la Cátedra sobre Estudios de la Tradición María Pilar Panero García quien aporta una información más precisa: "Cuando hablamos de máscaras automáticamente tenemos la evocación del arte primitivo, categoría que, por fortuna, se ha desprendido de las connotaciones negativas que tuvo cuando se comenzó a utilizar en la Europa colonial para referirse a las producciones de los «otros», esos pueblos some tidos que vivían como «nosotros» en la Prehistoria. Es decir, el arte primitivo era el arte de los «salvajes» y, en el mejor de los casos, el de los «bárbaros» atrasados e incapaces de producir obras artísticas con los cánones europeos de las clases de prestigio. Esta idea es la que se aplicó también a «nuestros otros», los campesinos que producían sus obras «populares» desde sus economías depauperadas o de subsisten cia. Lo popular es otro nombre para lo primitivo. 

Esta teoría decimonónica y desfasada que veía en las artes primitivas o populares formas antiguas, inge nuas e infantiles, es en parte aceptada y en parte superada por los primitivistas como Gauguin, Picasso o los integrantes del grupo ruso de Sota de diamantes. Los últimos reivindican la cultura popular rusa y la combinan con las culturas exóticas y «primitivas». Uno de los elementos de las culturas exóticas y campesinas que valoraron y fascinaron a los miembros de las vanguardias artísticas fueron las máscaras. Su consideración de arte primitivo o popular se combinó con su estimación como artefacto cultural y uti litario en rituales y cultos reivindicado desde el folklore y el indigenismo. En la oposición al desarrollismo o al colonialismo las artes populares han sido fundamentales para refrendar las identidades frente a la industrialización y la globalización, entendida esta última como colonización cultural. Y en este punto es donde estamos hoy.

La cultura de la máscara se inserta en la música, la danza y la oralidad de las culturas populares, así como en las artesanías, las duraderas y las efímeras. Hoy día se siguen produciendo máscaras para muchas finalidades lúdicas, rituales y estéticas que validan la idea de tradición. Es decir, las máscaras son un soporte plástico para que los grupos participen de la estructura social que es cambiante".





Uno no puede abandonar esta entrada sin traer a colación a un estudioso de los simbolismos como Juan Eduardo Cirlot. 

Dice Cirlot sobre la máscara: "Todas las transformaciones tienen algo de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y lo ambiguo se produce en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser ya otra cosa, pero aún sigue siendo lo que era. Por ello, las transformaciones tienen que ocultarse: de ahí la máscara. La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que es a lo que se quiere ser; este es su carácter mágico tan presente en la máscara teatral griega como en la máscara religiosa africana u oceánica. La máscara equivale a la crisálida".

Sugerencia para quien lea esta página. Visite la exposición y disfrute. Las máscaras no las fabrican los humanos para apartarnos de ellas sino para dejarnos conducir por ellas hacia los territorios que no conocemos de nosotros mismos.  




Quien desee acceder al catálogo situado en la red puede ir a