viernes, 26 de julio de 2024
La hábil orfebrería de los albañiles
miércoles, 24 de julio de 2024
Esos vetustos pero altivos depósitos de agua de la Estación de Ariza
No puedo evitar ponerme sentimental cuando me encuentro con alguno de aquellos signos del antiguo ferrocarril, hoy obsoletos y, por supuesto, sumamente abandonados. No, el paseante no va buscando la ruina, pero se la encuentra en algunos de sus recorridos. Es cierto que la herencia histórica ha sido rica y abundante, pero el gran olvidado es el legado industrial. Por más que la arqueología industrial haya puesto el dedo en la llaga de un patrimonio en gran parte hoy al margen, parece que aún no se sabe muy bien qué hacer con tantos vestigios. Y mientras, el abandono va causando estragos.
Oxidados y rodeados de maleza permanecen los dos depósitos de agua que surtían a las locomotoras de los trenes de la vieja línea Valladolid-Ariza. Se encuentran junto al paso a nivel de la Esperanza y en un extremo de la vieja estación de ferrocarril llamada precisamente Valladolid-La Esperanza. En Valladolid en otros tiempos llegó a haber tres estaciones. La principal, denominada Valladolid-Campo Grande, cubría la línea Madrid - Irún. Es la que sigue en vigor y actualizada para el AVE. La de La Esperanza iba hasta Ariza, en Zaragoza, y su trazado seguía gran parte del curso del Duero. Y además existió otra estación, San Bartolomé, en el barrio de la Victoria, para un tren menor pero entrañable, el tren burra, que iba de nuestra ciudad a Medina de Rioseco, en la Tierra de Campos, secular granero de cereal del país.
Dejo para mostrar en otra ocasión la estación de Ariza, hoy estrangulada entre la vecindad del Polígono Argales y las nuevas edificaciones de la Ciudad de la Comunicación. Y ahí, junto a un paso a nivel al que le queda poca existencia, se alzan todavía altivos estos dos testigos de la técnica y del ferrocarril como impulsor del desarrollo de la ciudad. Es decir, de la historia. El entorno de hierbajos, basura, tapias maltrechas e inútiles y edificaciones derruídas empobrece este ámbito antiguamente viario y ahora olvidado. Aún se observa alguna casita de operarios del ferrocarril, las vías y los cambios de aguja. Tal vez la terminación de la Ciudad de la Comunicación sume este entorno de alto valor testimonial y pueda ser integrado como zona de expansión de los espacios edificados.
domingo, 21 de julio de 2024
Paseando con Robert Walser (por uno de los territorios del Campo Grande)
jueves, 18 de julio de 2024
Las fachadas cromáticas de la calle Asunción
No sé de quién sería la ocurrencia, pero considero un acierto la policromía de un tramo de acera de la calle Asunción. Esta calle, desde que inauguraron el túnel de las Delicias en el año 1952, no tuvo salida para vehículos en uno de sus extremos, el de calle Labradores. Siendo una calle céntrica y parte de lo que fue el barrio de trabajadores ferroviarios desde el siglo XIX ha quedado un tanto traspuesta. No es un lugar de paso más para los que viven en ella o van a sus recados. Encontrarse de pronto con la alegría de los colores es un hallazgo divertido y estimulante. El color es una manera de compensar fachadas anodinas y realzar que en cada edificio puede latir siempre una armonía y una originalidad, por muy austeros y rectilíneos que hayan sido de principio.
Estos edificios tan cromáticos tienen una antigüedad alta. El que comparte dos coloridos es de 1940. Pero el azul, por ejemplo, es de 1914 y el amarillo de 1883 nada menos. Esta calle y otras paralelas a ella es de las que conservan más edificio añosos, pero muchos de ellos se han rehabilitado o bien remozado de alguna manera.
Los colores son un elemento cultural que ha variado a través de los siglos y de las sociedades y que hoy mismo no se ven con el mismo significado en Occidente y en Oriente, por poner dos focos de trayectoria histórica tan diferente. Desconozco por qué y cómo se decicieron los propietarios de estos edificios por los colores que exhiben. Ni si hubo consenso o fue imposición. Para gustos los colores, dice un dicho al uso. Por supuesto, y también los sabores, las palabras, las ideas. Pero si los colores definen tanto las tendencias de personas y colectividades la elección de los de estas casas de Asunción me intriga. Si alguna vez me entero lo contaré.
lunes, 15 de julio de 2024
La Rosa, la última harinera de la ciudad
Hay muchos vallisoletanos que pasan con frecuencia por delante de este edificio, en la calle Puente Colgante, sin tener idea -y acaso sin preguntárselo- de lo que fue hasta no hace muchos años. Se trata de una fábrica de harinas denominada La Rosa, de principios del siglo XX. Uno todavía ha visto cargar sacos de harina en una especie de muelle que daba a la vía. Pues bien, probablemente la cercanía del ferrocarril, la Estación del Norte y la Estación de Ariza, y en una zona que en aquel tiempo no había prácticamente viviendas propiciara su instalación en ese punto. Ahora puede chocarnos que una fábrica de harinas haya estado en núcleo habitado, pero es que el conglomerado de edificaciones llegó después.
Muy próximo a la Estación de Autobuses y a RENFE el edificio mantiene un empaque severo y a la vez señorial, y desde la acera de enfrente pueden verse algunos conductos y chimeneas sin desmontar. Parece ser que aunque el edificio fuera original de 1906 se amplió en 1924 y posteriormente se erigió un cuerpo superior.
"Esta fábrica de harinas, sistema austro-húngaro, es propiedad de los señores Lomas Hermanos, y una de las más acreditadas de Valladolid.
Fue montada el año 1907 por la Casa de los señores Daverio Henrici y compañía de Zurich, con todos los aparatos más perfeccionados, constituyendo, por lo tanto, una moderna fábrica modelo. Su edificio fue construido ad hoc, de nueva planta, estando movida su máquina por energía eléctrica.
Su capacidad de molturación es de 20.000 kilogramos diarios de trigo".
No dejen de detenerse cuando pasen ante la que fue la última harinera en vigor de la ciudad. La factura de ladrillo de esta larga fachada, muy homogénea toda ella, habla mucho tanto a favor de la nobleza del material empleado como del uso y función que le daban los arquitectos de aquel tiempo. Es de esperar que si bien obsoleta no deje de ser una presencia íntegra como un bien monumental de carácter industrial.
Algunos todavía hemos conocido dos fábricas de harinas más en la ciudad, con arquitecturas soberbias. Una muy cercana a esta, la de La Magdalena, junto al Arco de Ladrillo en la carretera de Madrid, que ardió misteriosamente en 1976. Y la del Palero, que también ardió en 1975 y de ella al menos sobreviven unos muros integrados en la nueva arquitectura del Museo de la Ciencia. También nos acordamos de La Perla, junto al Puente Mayor, devenida en hotel los últimos años y ahora cerrado. Un edificio exteriormente bonito que ya traerá por este blog el paseante.
jueves, 11 de julio de 2024
Los restos de la Casa de la Aguada desde la que se captaba el agua del Pisuerga para llevarla al ferrocarril
Aguada.
3.f. Acción y efecto de aprovisionarse de agua un buque, una tropa, una caravana, etc.
(Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua)
La historia de Valladolid es antigua. Es la historia de muchas construcciones, pero también de muchas destrucciones. Posesión y pérdida son dos constantes que se han ido alternando a lo largo del tiempo. Lo que ha llegado hasta nuestros días aun siendo bastante es residual, con su importancia y calidad indudables, pero también permite intuir lo que se ha perdido. En materia de estructuras urbanas, de edificios de distintas épocas, de ingenios técnicos y fabriles que quedaron obsoletos y llegaron a su desaparición.
Uno de esos espacios que pocos conocen lo que fue, aunque es lugar de tránsito, pues está al borde del llamado Puente Colgante, que de colgante no tiene nada, es lo que se conocía como Casa de la Aguada. El edificio que hoy se ve remozado, y adulterado, pues está al servicio de un uso hostelero, fue un edificio vinculado al ferrocarril cuya misión era la de bombear agua del río Pisuerga, que está a sus pies, y llevarla hasta la Estación del Norte, que no se encuentra precisamente a un paso. Se trataba de suministrar agua para las locomotoras de vapor, tarea que tuvo lugar entre 1860 y 1944. Para ello se construyó una arqueta de captación, un pozo y un sistema de bombeo que permitían conducir el agua del río a través de una tubería larga y de buen diámetro hasta la estación.
La incuria -un término harto asociado al acontecer de la ciudad- apenas ha dejado en pie el edificio principal, hoy notablemente alterado por mor del negocio citado, unos muros de piedra, prácticamente soterrados, la arqueta, el pozo y una rueda de noria. Pero hay que echar mucha imaginación para comprender tanto la realización del ingenio como la relación entre este espacio de captación de agua del río y el ferrocarril.
Como dato más lamentable parece ser que este espacio no estuvo catalogado por los planes de urbanismo ni reconocido como valor cultural e histórico. Y que piezas de la maquinaria que contenía fueron vendidas como chatarra. Al menos el paseante rinde homenaje al entorno y trata de imaginarlo en la perspectiva de un largo siglo y medio anterior.
viernes, 5 de julio de 2024
El cedro majestuoso y recoleto del colegio García Quintana