miércoles, 3 de diciembre de 2025

Aquel muchacho regio de Gante y su heredado prognatismo mandibular, en el Museo de Escultura

 



Siempre me ha llamado la atención este busto. O el personaje que representa, mejor dicho. No invita al diálogo precisamente. La actitud, un tanto ausente. El rostro, nada simpático. La alegría ausente, no obstante representar a un joven culto. La fisionomía, difícil, no contribuye a empatizar. No sé si el personaje en vida sería así, o fue cosa del escultor flamenco, por cierto desconocido, que la labró hacia 1520. Los visitantes pasan ante ella, sin mayores concesiones, como mucho leen el letrero correspondiente y avanzan por la sala que les va a abrir grandes tesoros. Se diría que la obra casi está ahí por error. Que acompaña por inercia a las demás obras renacentistas, siendo ella también una escultura de aquellos comienzos del siglo XVI. Que mantiene su distancia como si el expresado siguiera en su estado de juventud en Gante o en Bruselas. Pero quién sabe. ¿No podría ser, desde su discreta posición, el guardián del arte de las salas del museo? Y sin embargo, yo me paro ante esta herma, contemplo con detalle la imagen, inquiero con respeto al individuo regio que hay detrás de su faz. 

Dicen que comía solo. Que no quería ser objeto de espectáculo verse contemplado en tal tarea -él, que a lo largo de su vida comió tanto y bebió sus considerables dosis cerveceras- para no sentirse incómodo. Al fin y al cabo, su alta posición social omnímoda sobre todos los hombres de sus reinos le permitía decidir sin complejos hasta en los más nimios detalles. A la edad que representa la figura solo hablaría bien el francés y escasamente el castellano. Y eso a pesar de ser hijo de madre castellana y heredero de la corona peninsular. Tampoco se le debía dar bien el flamenco, aun habiendo nacido en Gante, ni el alemán, no obstante converger también en su testa la amplia herencia del Sacro Imperio Romano Germánico. 






Así que el magno hombre está representado en este retrato de caliza cuando iba recibiendo todo sin haber aportado todavía nada. Desde su impecable vestimenta -camisa, jubón, manto real, sombrero aplumado- se permite lucir ya la gran insignia que aquel Duque de Borgoña creara casi un siglo antes, el Toisón de Oro. Probablemente en la fecha supuesta del retrato ya fuese el personaje no solo rey Carlos I de España sino a su vez emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico.

Si se compara esta imagen con otras muy posteriores se diría que no tiene nada que ver...salvo sus características faciales. En esta realeza más sencilla, con sus justos atributos, resalta el defecto congénito que había heredado. La especial característica denominada prognatismo, consistente en que las mandíbulas se encuentran en distino plano. La mandíbula inferior se expande hacia el exterior haciendo que los dientes de ambas mandíbulas no coincidan, y el labio inferior es más grueso y el superior más reducido, lo cual genera no solo una diferencia estética sino problemas importantes para la masticación y la deglución. Naturalmente, en tantos cuadros del Carlos V maduro, guerrero y a caballo, por ejemplo, los pintores reducen esa proyección mandibular, disimulada con la barba.





Las herencias regias podían aportar riquezas y dominios, pero también características defectuosas, principalmente por esa especie de endogamia real que obligaba a establecer matrimonios consanguíneos para garantizar la supervivencia de los Estados, las dinastías y sus intereses. Se suele calificar al prognatismo del emperador Carlos como el prognatismo Habsburgo, pues ya se daba en antecesores imperiales. Pero otros historiadores también citan que dentro de la tradición real castellana ya se habían producido casos. 

Pero para más detalle recurro a un interesante artículo del neurólogo de la Universidad de Salamanca José Ramón Alonso:

"Los Habsburgo son uno de los escasos ejemplos de una herencia mendeliana de características faciales. El retrato del emperador muestra lo que se conoce como la “mandíbula Habsburgo” característica mandíbula prognata (extendida hacia fuera) y un labio inferior grueso y prominente, el “labio Habsburgo”. Otras características faciales típicas de la familia eran una nariz grande y con una prominencia en el centro y una tendencia a un aplanamiento de las áreas malares (la mandíbula superior) 

Eso mismo podemos observar en la maravillosa galería real que custodia el Museo del Prado, donde los retratos de varios reyes Austria en particular Carlos I, Felipe IV y Carlos II nos muestran su peculiar mandíbula saliente. Aunque se transmitía como un rasgo autosómico dominante, los hombres estaban mucho más afectados que las mujeres. Todo ello se observa con claridad en los retratos y esculturas conservados en pinacotecas y museos. El caso más extremo parece ser el de Carlos II, el Hechizado. El prognatismo puede ser una característica fisonómica de nacimiento como en el caso de los Habsburgo o estar causado por un problema hormonal como el gigantismo o la acromegalia o ser debido a un trastorno genético como el síndrome de Crouzon o el síndrome de Gotz-Gorlin. El prognatismo es una extensión o protrusión de la mandíbula inferior que hace que los dientes superiores e inferiores no coincidan adecuadamente.

De esta forma, se genera un desfase entre la superficie de masticación de unos dientes y otros lo que puede generar problemas para hablar, masticar o morder. Se cuenta que en su primer viaje a España, uno de sus súbditos le dijo a Carlos 'Cierre Su Majestad la boca, que las moscas de este país son muy insolentes'. De él se dice que era incapaz de masticar su comida adecuadamente, que sufría de indigestión por tragar los alimentos casi enteros y que normalmente comía solo por la vergüenza que pasaba si se le caía comida de la boca".





Contemplar este retrato de juventud de Carlos y compararlo con los padecmientos físicos que tuvo a lo largo de su vida -no hay que olvidar que falleció con 58 años- da para reflexionar sobre la lucha por mantener el poder, las hegemonías y las riquezas. Probablemente el problema mandibular fuese un condicionante de otros problemas. Además se dice que era muy glotón. Es de suponer que su vida, aun siendo de lo más elevado que cabe uno imaginar en cuanto a estatus de su tiempo, tuviera un alto componente de estrés que diríamos ahora. Repásese la compleja política a la que se dedicó durante su existencia. Yo apenas había oído algo sobre los males que padeció. Pero los médicos Javier Pérez Frías y Ángel Rodríguez Cabezas, del SEMA, en un artículo sobre la patografía (descripción de enfermedades) del Emperador Carlos exponen una lista de patologías que sufrió durante su vida: 

"1. Hipertrofia de adenoides (vegetaciones) 
2. Crisis convulsivas 
3. Cefaleas 
4. Asma (accesos esporádicos) 
5. Hepatitis vírica 
6. Hemorroides 
7. Dispepsia 
8. Presbicia 
9. Prurito 
10. Trastorno depresivo vs melancolía 
11. Necrofilia (interés patológico por la muerte) y otras supersticiones. 
12. Diabetes mellitus tipo 2 
13. Gota con poliartritis atípica (depósito de cristales de urato monosódico en varias articulaciones) 
14. Litiasis renal 
15. Prognatismo (probable única manifestación de acromegalia) 
16. Paludismo"

Saque cada cual sus conclusiones. Eso sí, no pasen de largo ante este Carlos joven cuando visiten el Museo Nacional de Escultura. Paren ante él, y dialoguen. Al fin y al cabo cualquiera de nosotros, plebeyos y siervos, no podríamos haber estado jamás en su presencia en aquel lejano siglo XVI.