Creo que es un solitario incluso en las fechas de corridas, así que no digo por la noche cuando normalmente no pasará ni el gato delante de su porte. Aunque, por lo que se ve, sea de día o de noche siempre le acompañará su sombra, que no sé si su recuerdo por parte de los partidarios del espectáculo.
La escultura encarna al torero local Fernando Domínguez Rodríguez, nacido a principios del siglo XX y cuya trayectoria en el toreo se desarrolló principalmente antes de la guerra civil (1936/1939) y parece ser que, aunque volvió después fue por poco tiempo. Por supuesto para esta breve información he tenido que recurrir a la red, pues mis conocimientos sobre el tema son reducidos.
Me llama la atención la pose que el autor de la escultura eligió para representar al torero. De pie, aparentemente tranquilo, seguro de sí mismo (o solo controlador porque las procesiones de ese oficio irán siempre por dentro de las tripas), observando seguramente la arena mientras se apoya en el burladero. La obra del escultor Pablo Ignacio Lozano Pérez se ubica junto a esa arquitectura de ladrillo esbelta y trabajada que conforma el exterior de la Plaza de Toros, con 134 años a sus espaldas circulares.
Pero el torero no contempla el coso, que ha dejado tras de sí, sino que vive en el tráfago de nuestros días, observando a los que transitan, mudo pero apacible. Acaso medita sobre el paso del tiempo. Siempre he pensado que muchas estatuas, sobre todo si no son de alto pedestal, establecen un diálogo con los vivos. Y más si encarnan personajes sencillos o de celebridad relativa o vecinos de otro tiempo que significaron algo para la ciudad.
Es una escultura realista, en bronce, realizada en 1999, pero tiene algo que rompe el hieratismo de lo realista, algo así como una manera de modelar el cuerpo que rechaza la rigidez y lo dota de cierto movimiento. Se puede percibir del torero una especie de campechanía y tanto la actitud del personaje como el hecho de que apenas se eleve sobre una peana baja, no obstante el tamaño de la estatua, le da cercanía con los viandantes. Muy acertado. Hay sobriedad pero también desenfado en la imagen, y creo que la posición y forma de la plancha donde se apoya le da un aire moderno, alejado de otras esculturas historicistas o costumbristas que tanto abundan en nuestra ciudad.
Gusten o no las corridas de toros, se tenga la opinión que se tenga sobre la tradición y el negocio que rodea ese mundo tan comercial, lo cierto es que tanto el personaje como la escultura están ahí. Por cierto, siguiendo el Paseo de Zorrilla en dirección sur hay otro personaje no menos importante, o acaso más, que el torero, pues sin él los toreros y todo lo que se mueve en ese ámbito no existirían. El toro. Para otro día las imágenes.
Tiene el porte de estar en movimiento.
ResponderEliminarPor supuesto, en el movimiento de su faena, en un instante pausado.
EliminarMe gusta, y mucho.
ResponderEliminarTiene movimiento, tiene vida, está a la espera.
Salut
Es un solitario. Pero no siempre. Los niños se suben a la peana y los turistas se fotografían, algo es algo debe pensar.
EliminarPor tanto, esperamos el próximo artículo para ver al desafortunado héroe de estas angustiosas escenas sangrientas.
ResponderEliminarEn otro momento, no sé si el próximo, pues el héroe debe estar paciendo. Puede que sea Ferdinando el toro. Munro Leaf escribió aquel cuento en 1936, es un cuento clásico para niños con proyecciones metafóricas más allá de los toros.
Eliminar¡Ah, ah, ah! ciertamente ! El pasto debe estar muy verde después de estas últimas lluvias. Tendré que pedirle a mi mujer que me cuente sobre el toro Fernandino por la noche antes de irme a dormir, no lo conozco.
EliminarFerdinando lo llamaba su padre creador Munro Leaf. Un toro que por ser pacífico (aquí dirían manso) es rebelde. Podría ser un buen libro de texto.
Eliminarhttps://www.librosinfantiles.net/autores/itemlist/category/80-munro-leaf
He puesto un comentario está mañana, decía que me gusta esta escultura, está viva y transmite fuerza.
ResponderEliminarSalut
No he podido responder antes. También la veo yo como dices.
EliminarEs una de las mejores esculturas urbanas de Valladolid, sin duda.
ResponderEliminarSe desmarca del historicismo impersonal y tópico y no cae en el costumbrismo que en las últimas décadas, no sé si tras la mismas manos, tanto escultóricas como de administración municipal, cunden en pueblos y ciudades castellanas.
EliminarUna reflexión para meditarla, para ver nuestras calles, nuestros monumentos,
ResponderEliminarcomo lo que son en realidad: presencias y testigos de un tiempo, una época,
una cultura. Ni mejores ni peores que otras, sólo la pura verdad de lo que somos
y fueron nuestros antecesores, por lo que deberían ser intocables.
Saludos desde aquí al lado.
Nada que objetar ni añadir a tu comentario, de ahí que no me duelan prendas en colocar la imagen de este torero, simplemente porque además es una escultura que la encuentro interesante, y me gusta. Saludos, pues.
EliminarPaseante:
ResponderEliminares curioso comprobar que, según mires la estatua desde un lado o de otro, cambia la impresión. Por un lado parece que el torero se resguarda, se protege. Por otro, parce que se expone, reta sin miedo.
Salu2.
Sí, la plancha que simula el burladero propicia esa visión, pero el brazo apoyado, una pierna doblada y la mano sobre la cadera hablan por sí solos. Está a la expectativa. Podemos obviar el tema Toros pero podemos aplicar el gesto a la vida. De hecho hay una terminología taurina que la aplicamos a las expresiones cotidianas, nos vayan o no las corridas.
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