Tengo una extraña pero familiar predilección por los jardines pequeños, esos que son nuevos y rescatan los rincones de la ciudad, desproveyéndolos de la vocación de basureros a la que se habrían visto abocados si la imaginación no se hubiera impuesto a la incuria. Apenas unos metros de zonas céntricas, de tránsito abundante donde viejos y nuevos sistema de transporte pugnan por coexistir junto al transeúnte presuroso o el jubilado calmo. Sin ocultar realidades inmediatas -viales, ferrocarril, edificios ruinosos y construcciones modernas de alturas desmesuradas- disfrazan la aglomeración, aligeran la mezcolanza de elementos urbanos y traen con su sueño artificial algo de la fronda natural que una vez perdió el paisaje ciudadano.
Se trata de un pequeño espacio situado junto al Arco de Ladrillo. Nada más atravesar el humilde y deprimido paso subterráneo peatonal que comunica la calle Puente Colgante, a la altura del paso elevado sobre el ferrocarril, con toda la zona poblada de la carretera de Madrid. Justo al borde de las vías del tren, en los terrenos que antaño fueron de una fábrica de harinas que hace décadas ardió y que por arte de la fiebre y consecuente burbuja inmobiliaria se trocó en nuevas construcciones. Sorprende el cuidado y buen estado de esta vegetación amable de la que se benefician los vecinos de la zona.
No sé por qué me viene a la mente un relato que el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht cuenta en sus Historias del señor Keuner:
"Interrogado sobre sus relaciones con la naturaleza, el señor K. contestó:
- De cuando en cuando me gustaría ver algún que otro árbol al salir de casa, en esos momentos, sobre todo, en que, debido al cambio de aspecto que experimentan según la hora del día y la época del año, tan particular grado de realidad alcanzan. Ocurre además que en las ciudades, el invariable espectáculo de objetos de uso, como casas y calles que no tendrían sentido de estar deshabitadas, acaba por trastornarnos. Nuestra singular organización social nos hace incluir también a los hombres entre los objetos de uso. Pues bien, los árboles tienen -al menos para mí, que no soy carpintero- un no sé qué de autónomo, de independiente de mi persona que me tranquiliza, y confío en que incluso para el carpintero tengan también algo que no sea reducible a pura y simple utilidad".
Ciertamente, hasta las pequeñas zonas ajardinadas, transmiten la ligereza y el bienestar de una naturaleza que no desea ser apartada por el cemento, el asfalto y el ladrillo que sí son simple utilidad, desprovistos con frecuencia de belleza.
Al fondo asoma la estructura huérfana del antiguo y magistral depósito de locomotoras, por cuya supervivencia procura la gente de la Asociación de Amigos del Ferrocarril. Con la incertidumbre generada por la decisión de no soterrar las vías nadie sabe qué será de una huella de arqueología industrial hoy por hoy echada a perder. pero rescatable incluso en su funcionamiento, siquiera con afán museístico.
Los árboles siempre aportan vida. Creo que nos conocen. Bueno, hay alguno que se hace el despistado....pero nos conocen
ResponderEliminarSalut
Así es, por sí mismos representan vida. Unos son de origen salvaje y permanecen en tal estado, otros son de recreación, digamos, por el hombre, que siempre busca su utilidad. La relación del hombre con el arbolado siempre ha sido de utilidad, precisando la ensoñación de Brecht que, por otra parte, comparto. Su misma sombra el hombre la transforma en algo útil, no digamos su tala histórica o la obtención de sus frutos o meramente su adorno...Todo ello marca el carácter que reviste la vegetación en general para el Sapiens. Y mientras mimemos a los árboles bien vamos. En Valladolid la superficie de zonas ajardinadas ha crecido considerablemente, ya iré sacando aquí espacios antiguos y modernos que se han conservado a pesar de la contaminación. Un saludo fuerte.
EliminarLa vegetación es demasiado bondadosa, en general. Como se ve en el caso que reflejas aquí sirve para ocultar un tanto, o al menos relegar, el feísmo de zonas que agobian con su crecimiento urbano a veces poco armónico. Pero hay mucho pastiche en forma de jardineras mal cuidada por ahí, aunque ya veo que en este espacio está o eso parece bien cuidado.
ResponderEliminarSi el criterio imperante en nuestras ciudades hubiera sido menos de construcciones atosigantes y calzadas invasoras otro gallo nos cantaría. El pasado no se puede borrar de un plumazo y el futuro...vaya usted a saber qué futuro.
Eliminar