Querida pajarera. Buscando en un libro me acabo de enterar de que en realidad eres una faisanera. ¿Te crearon para acoger a tales especies? ¿Hubo alguna vez faisanes en tu morada? Si fue así tuvo que ser un espectáculo de una belleza inhabitual, pues abundan en este mundo las familias de los faisanes y galliformes, aunque no las veamos todos los días en nuestro entorno.
No sé cuántos años llevas en orfandad, porque una pajarera o faisanera, si prefieres, pues no pretendo rebajar tu rango, sin aves es una pajarera yerma. Eso sí, aunque estés sin habitantes o te tengan como almacén o se ceben en ti los depredadores del spray, te salva la belleza. Porque la belleza de por sí ya es vida. Porque la belleza, tantas veces recóndita y otras tantas olvidada, se manifiesta con toda su entidad ante quienes la buscamos.
Ese estilo, que alguien con criterios orientalistas muy propios de hace más de un siglo fue capaz de trasladar a tu arquitectura, cuaja en el frondoso jardín donde te situaron. Y sabes bien que tu glorieta es tuya. Transportas ecos de edificaciones simbólicas de zonas del mundo que nos habían sido siempre ajenas. Hay quien quiere ver en ti una pagoda o un templo de la tundra o una iglesia escandinava o una casa indonesia o el quiosco de malaquita del poeta nicaragüense. Y acaso no va descaminado nadie. Porque puedes serlo todo. Porque miras hacia los cuatro puntos y reclamas el vuelo ciego de las aves desaparecidas. Porque nos solicitas a los escasos paseantes silenciosos que, como yo, desviamos el recorrido cotidiano para saludarte y dejarnos acariciar por tu hermosura visual.
Esto es una postal y se me agota el margen de espacio. Solo te hago una confidencia. Cuando era muy niño y mi padre me sacaba de paseo en sus días de asueto recorríamos tu amplio y feraz entorno. Un día me perdí justo donde estás. En realidad no me perdí del todo pero, por breves instantes que me causaron enorme desasosiego me sentí extraviado. Yo había corrido al soltarme de la mano del padre y este permaneció semioculto en la cercanía, seguramente pendiente de mis reacciones, poniéndome a prueba. En el rato que permanecí despistado recorrí fuera de mí tu perímetro una y otra vez. Moviéndome alocadamente. Cada lado de tu polígono me parecía el mismo, mi percepción espacial aún limitada no me permitía situar los ámbitos inhabituales. Hasta que mi padre se manifestó con risas burlonas que solo en parte me reconfortaron. Nunca te cogí manía por aquel desliz mío del que mi padre quiso hacer pedagogía, mi querida faisanera. La manía, si es que cabe en mi capacidad de apreciación, la dejo contra aquellos que no te dan utilidad. Pero quién sabe. Acaso tu destino consiste simplemente en transcurrir por las estaciones del año, adaptada a los rigores vallisoletanos. Y haciendo pensar a los viandantes en el misterio de mundo que preservas en tu seno.
Feliz otoño en que las hojas rojas te rinden pleitesía.
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