Hay espacios verdes más o menos grandes, más o menos afortunados, más o menos admirados por los transeúntes. Hasta hace unos años, en el entorno de la Antigua y la Solanilla había casas. Después, el derribo de éstas -qué recuerdos nos vienen de la taberna de Casa Gabino, en la esquina con Magaña- dio paso a una pequeña parcela de jardín que nunca tuvo mucho tirón. Pero el pino que allí fue creciendo iba dando una impronta especial al lugar.
La amenaza vino de mano de las veleidades de cierto regidor, que pretendía transformar el subsuelo en aparcamiento público. Algo que suscitó el rechazo de algunos entes ciudadanos. Se armó jaleo: denuncias, recursos judiciales, protestas de calle. Se realizaron catas que dieron lugar al descubrimiento de restos de edificaciones de diversas épocas, entre ellos una necrópolis medieval. No en vano esa zona de la ciudad se ubica en lo que fue el Valladolid más primitivo, antes dela fundación de Pedro Ansúrez, la que procede de tiempos romanos, cuyos restos permanecerían bajo las edificaciones y la urbanización actual de la Plaza de la Universidad.
Durante un tiempo el espacio verde permaneció sumido en el abandono, hasta que una vez desechada la nefasta idea del parking se taparon los restos históricos y se reforma con la actual floritura que engalana el costado de la Antigua y la Solanilla, de la que se beneficia a su vez la calle Magaña, esa trasera de las Angustias por donde transcurría en sus siglos de venturas el ramal norte del río Esgueva.
El pino ubicado en ese espacio urbano es como un símbolo, un monumento al árbol acaso más extendido en Valladolid y provincia. El ábside especial de las Angustias da fe de su talante de vecino fiel.
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