“Su Majestad quiso ver lo que parecía más dificultoso, que era poder, un hombre, trabajar debajo del agua por espacio de tiempo. Así por Agosto del pasado de 1.602, fue con sus galeras, por el río de esta ciudad, al jardín de D. Antonio de Toledo, donde hubo mucha gente. Eché un hombre debajo del agua y al cabo de una hora le mandó salir Su Majestad, y, aunque respondió debajo del agua que no quería salir tan presto porque se hallaba bien, tornó su Majestad a mandarle que saliese. El cual dijo que podía estar debajo del agua todo el tiempo que pudiese sufrir y sustentar la frialdad de ella y el hambre”.
Esto cuenta Jerónimo Ayanz, ingeniero navarro al servicio del rey, y Su Majestad se trataba de Felipe III. La época, el período efímero en que Valladolid fue capital y corte de la monarquía, de 1601 a 1606. Así que aquí tenemos que el río Pisuerga no se limitó a pasar por Valladolid, sino que fue el medio donde en aquellos años se probaron, según parece, diversos ingenios náuticos. No es baladí, por lo tanto, que los dibujantes del mural que se halla junto a la base de la Pasarela del Museo de la Ciencia, eligiesen la figura del buzo para establecer un recordatorio de puentes y anécdotas que han vinculado al río con la ciudad.
Con el epígrafe El río que nos trae, los miembros de la Asociación Pincelart Olid hacen una síntesis del río y la ciudad. Mencionan los más históricos y representativos, el Puente Mayor (1080), Puente Colgante (1864), Puente del Cubo (1954), Puente del Poniente (1960), Puente de la Hispanidad (1999), Pasarela del Museo de la Ciencia (2004), si bien después aún ha llegado alguno más. Y junto a esta mención no podían faltar personajes representativos de la ciudad, las lavanderas de las aceñas junto al Puente Mayor, el Catarro, histórico salvador de vivos y de ahogados en el Pisuerga o los piragüistas.
Creo que el Pisuerga estará agradecido por este homenaje. Hay que recordar que no siempre fue el río propiamente dicho de Valladolid. Que la ciudad, en sus orígenes y fundación por el Conde Ansúrez y durante varios siglos, estaba algo alejada del río, este quedaba extramuros. El río o los ríos de Valladolid eran las Esguevas, esos dos ramales que la atravesaban, uno por el medio, otro más tangencialmente, y del cual se servían los vallisoletanos de la Edad Media. Solo tras la desaparición del amurallamiento y con el crecimiento de la ciudad el Pisuerga empezó a tomar carta de naturaleza como río de cierta envergadura de Valladolid. Así que no es de extrañar que en literaturas y crónicas del pasado ya aparezca con todo su vigor y representación esa corriente que va de Norte a Sur y que acompaña al crecimiento urbano de las últimas décadas.
Un río este nuestro, el Pisuerga, que nos lleva a vecinos de unos barrios a otros, y nos sitúa en todas las direcciones, que está integrado plenamente en la ciudad, que alegra y suaviza con sus riberas frondosas las moles del caserío e invita a través de los senderos de sus orillas a un recorrido que nos aparte del mundanal ruido. ¿Se imagina alguien a estas alturas a Valladolid sin el Pisuerga?