sábado, 2 de noviembre de 2024

Impasible y pensativo Albert Einstein

 


La explanada del Museo de la Ciencia es el espacio idóneo y vinculante para el descanso del sabio. Ahí en su asiento de calle y posando las manos sobre los papeles de unas fórmulas que cambiaron el mundo, Albert Einstein se reconoce solamente como un intermediario entre la materia y la energía con los humanos, que son parte de la materia y desarrollan su cuota de energía. Oportuna su presencia inmortalizada a corta distancia de la del científico Pío del Río Hortega que en su postura erguida le contempla desde un poco más allá. Este ya salió en otra entrada del blog.

El escultor vallisoletano Luis Santiago Pardo, cuya obra es asidua en calles y plazas de nuestra ciudad, realizó en bronce este trabajo conmemorativo. Inaugurado en 2005 con ocasión del 50 aniversario del fallecimiento del científico. Nada que ver con la escultura al uso en otros tiempos para conmemorar personajes. Aquí la figura del científico aparece en toda su humanidad o, mejor dicho, su humildad, desprovista del aire presuntuoso y la jactancia con que antes se erigían estatuas de los ilustres. Y si alguien tenía, tiene, más derecho a fardar es un científico concienzudo y honesto.



A las puertas del museo pasa sus días el sabio en el banco corrido, como si esperase la llegada de los viandantes a los que contar la historia de su vida o compartir una pizca de sus conocimientos. Tal vez se relaja, acaso su pensamiento mira hacia el pasado, su propia existencia, o bien sigue dando vueltas a sus teorías revolucionarias de la relatividad. Si se compara la familiaridad y bonhomía que desprende esta imagen con la de tantos prohombres subidos a pedestales que acaso no aportaron más que guerras y conquistas, creo que esta visión sobre Einstein de Luis Santiago Plaza es sumamente acertada.

Este tipo de esculturas adquiere más valor si las personas que pasan por delante no se limitan a pasar por delante. Una familia que se sienta en torno al físico y se fotografía. Unos niños que se suben a su regazo y le abrazan y le sonríen y le tiran del bigote. Unas jóvenes que van de fiesta y le dan al selfie junto al señor de las canas de bronce. O un vagabundo que se arriesga a la crudeza de la noche vallisoletana echándose a lo largo del banco, tal vez para encontrarse menos solo.