miércoles, 29 de mayo de 2024

Las sirenas apacibles de Concha Gay

 



Al entrar en la plaza Martí y Monsó, según me llega el chapoteo de una fuente me parece percibir la voz de Circe dándole consejos a Odiseo: 

"Escucha ahora tú lo que voy a decirte y lo recordará después el dios mismo. Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan estas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil —que sujeten a este las amarras—, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas".





Pero estas sirenas ¿están esperando de verdad a los navegantes aventureros para seducirlos o son ellas las cautivadas apacibles en una plaza rectangular frecuentada por las costumbres del ocio y el alterne? Una plaza que hace doscientos cincuenta años ya se la conocía como Plazuela del Teatro, si bien prácticamente en casi todos sus lados es de construcción de nuevo cuño. Otros la hemos conocido siempre como Plaza del Coca, aún la solemos nombrar así, porque allí estuvo en nuestra infancia y juventud un cine de estreno, hoy desaparecido.  

Y ellas, las tres sirenas que Concha Gay realizó, en un vaciado en bronce en 1996, más parecen tres vecinas cualquiera que peligrosas ninfas prestas a interferir malévolamente en el paseo de los viandantes y turistas. Están sentadas al borde de las imaginarias rocas, jugando con el oleaje oceánico, invitando a que el paseante detenga sus pasos, hable con ellas y se deje influir por la sensación de serenidad que transmiten.




A medida que abandono la plaza pienso en el osado Odiseo que conoció otras sirenas más peligrosas. Y cómo tuvo que padecer la tentación de sus cantos: "Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda." 

Y es que la ciudad tradicional tiene el embrujo de estar permitiendo cada día que el paseante pille su particular retorno al origen.





(Las citas de la Odisea, de Homero, están tomadas de la Edición digital del Instituto Latinoamericano de Comunicación Educativa, ILCE)




domingo, 26 de mayo de 2024

En la proximidad del foco del incendio de Valladolid en 1561

 




Si hay una calle en la que siempre me detengo cada vez que paso por ella y observo su perspectiva y la disfruto desde ambas aceras es la calle Platerías, antes llamada simplemente de la Platería, y mucho antes La Costanilla. Pero la dejo para otro día porque es una calle importante en la historia de la ciudad y merece fotografías contrastadas. 

Hoy me apetecía traer aquí este edificio que hace esquina en Platerías con Macías Picavea, antes Cantarranas, y que difiere del resto. Esa impresión de edificio torreón, enseñando el ladrillo a diferencia de todos los que le rodean, siempre me llama la atención. Leo por el Idealista que es de 1800, y tras un repaso severo por lo que se ve, se mantiene esbelto. Choca un poco, pero no riñe, con las demás casas, como se puede comprobar en alguna de las imágenes.




El paseante callejero es alguien que pasa una y mil veces por los mismos sitios y no siempre sabe de lo que hay, sino que va descubriendo a base de patear la urbe. Lo enigmático y aproximado es que por ese lugar estuvo el foco del incendio de la ciudad en 1561, sin que jamás haya quedado claro cuáles fueron sus causas. Para unos venganza de luteranos (recuérdese que dos años antes había tenido lugar la persecución y consiguiente auto de fe contra los erasmistas y luteranos, personificados en Agustín de Cazalla, familia y seguidores), para otros cosa de unos extranjeros de paso, cómo no, el de fuera siempre bajo sospecha, y para otros unos pícaros que prendieron una hoguera para asar un gato y con el aire tan característico de la ciudad las llamas avivaron y se extendieron. Nada pudo saberse con certeza, salvo que el corazón de la ciudad de entonces fue presa del fuego.

Uno, al pasar por este lugar no puede por menos que sentir sus particulares vibraciones. La imaginación es libre y hasta la visualización del curso del río Esgueva a dos pasos de ahí, del que quedan como mudos testigos puentes soterrados, se le antoja percibir incluso con el croar de los domésticos anfibios. Las edificaciones actuales nada tienen que ver con las que hubiese en 1561. El incendio, que causó víctimas y destruyó 670 casas (el 10 por ciento del total de viviendas de la urbe), dejando sin bienes a 1.300 vecinos, tuvo un efecto a la larga de reconstrucción de la zona en nueva planta. Felipe II, natural de la entonces villa vallisoletana, a pesar de haber constituido la Corte en Madrid, amparó un nuevo urbanismo para todo el espacio devastado. Aun a costa de imponer impuestos elevados y demoler edificios que no se ajustaban al nuevo plan urbanístico. Mereció la pena y casi a finales de siglo aquel monarca tan discutido en ocasiones concedió a Valladolid el título de ciudad.




Entre otros testimonios un testigo ocular del incendio, Luis Delgado, relató de esta manera la catástrofe: 

"En el año de mil quinientos sesenta y uno, día de San Matheo Apóstol, que cayó en domingo, se prendió fuego en la Platería con tan gran violencia que, habiéndola en brebe tiempo consumido, passó a la Costanilla adonde hizo el mismo estrago; y en veinte y seis horas consumió parte de Cantarranas, corral de la Copera, Mal cocinado, Media Plaza, y los Corrillos, a más de la Platería y la Costanilla que quedan referidas, que en todo se hizo el cómputo eran más de seiscientas casas, todo en menos de veinte y seis horas. Empezó el fuego entre las dos y tres de la noche, no se pudo saber el author de este yncendio, aunque corrieron voces, fue ymbención de luteranos, que había entonces en esta ciudad, (a la sazón Villa) Se quemaron muchas Haziendas y Riquezas, perecieron seis personas, entre ellas una muger de un Platero con dos niñas (etcétera)".


La perspectiva de Platerías y la de Rua Oscura, a la vera de la iglesia de la Cruz, las dejo aquí como sugerencias. Otro día retomaré dos calles que me son familiares desde mi juventud.




jueves, 23 de mayo de 2024

Los cipreses de la plaza de la Universidad, un monumento

 


No es un monumento a los cipreses, sino que los cipreses son el monumento añadido a un espacio que durante siglos estuvo abandonado. Hoy lo enriquece incorporando la vida vegetal a las ruinas de una antigua colegiata románica -Santa María la Mayor era nombrada y se dice que fue fundación del mismo conde que repobló la urbe en el último tercio del siglo XI- casi toda ella derruida para la construcción unos siglos después de una catedral que tampoco pasó de ser sino la mitad de la prevista. Pero eso es parte de la historia de la ciudad en que se intentó acometer lo nuevo destruyendo lo viejo y sin que a veces lo nuevo cuajase o quedara a medias.

Recuerdo haber estrenado en estas ruinas mi cámara Werlisa, elemental pero asequible para un padre que no dudaba en dar satisfacción a su hijo y de paso iniciarse este, también a medias, en la captura fotográfica. Hace unas décadas estas ruinas eran más ruinas, había un talud de tierra que casi ocultaba los restos de una torre románica de la que aún puede verse un cuerpo inferior. Igualmente persistían contra los elementos algunas arquerías ojivales. Un amontonamiento que pasaba desapercibido en pleno corazón de la ciudad. 



Una restauración apropiada en su momento, el rescate de algunas dependencias góticas hoy adjuntas a la catedral y haber concebido el espacio que había ocupado la nave de la antigua iglesia como jardín conectado con la plaza dio nuevo sentido y dignificó los restos de piedra. Pero sin duda que fueron estos esbeltos cipreses los que han llevado juventud y alegría a un territorio yermo. He leído por alguna parte que cada ciprés se ubica en la base de lo que era cada pilar que sostenía la bóveda de la colegiata, separando las distintas naves. Hoy no sostienen techumbre alguna pero son un estandarte al aire y a la atmósfera, tan necesitados de oxigenación. Y un homenaje a la visualización estética del entorno.




No sé quién tuvo la idea de llamar jardín necrológico -necrológico ¿por qué?- a este espacio. Tal vez la idea se herede de la visión del Romanticismo sobre los cementerios, donde tanta acogida tuvieron los cipreses. Aunque ciertamente ya en la Antigüedad grecorromana venían simbolizando al mundo de los muertos y más en concreto a la imagen que se han hecho los hombres de una deseada aunque improbable eternidad. Pero, ¿hay que recordar que los romanos plantaban estos árboles hermosos a la vera de los caminos que llevaban a sus urbes o que aún hoy día la Toscana esté repoblada en sus caminos por hileras de cipreses? Habrá que ver hoy el ciprés como símbolo de permanencia, de constante esfuerzo por elevarse los hombres por encima de las dificultades.

Lástima que el jardín esté acotado, decisión esta la del encerramiento que se tomó para evitar la ocupación gamberra del espacio. Para mí que no es la mejor solución.







lunes, 20 de mayo de 2024

Negras y blancas: entre escolares anda el juego y una novela de Zweig

 


Entre blancas y negras, o negras y blancas, que tanto monta, etcétera, anduvo el juego entre escolares este último sábado. Y allí el tablero gigante,con sus piezas elaboradas con neumáticos reciclados, según cuentan. Tuvo lugar en la Plaza de Portugalete. Cuando me vi ante las piezas monumentales pensé: ¿cojo las blancas o las negras? ¿O me desdoblo y juego desde una y otra banda? 

Entonces me vino a la cabeza algo que narra Stefan Zweig en su Novela de ajedrez. Lo he buscado, y dice un personaje:

"Yo no sé si usted se habrá parado alguna vez a pensar en la disposición mental con que se aborda este juego de juegos. Por poco que haya pensado usted en ello habrá comprobado, sin embargo, que en el ajedrez, al ser un puro juego del pensamiento desligado por completo del azar, es lógicamente un absurdo querer jugar contra uno mismo. Al fin y al cabo, el único encanto del ajedrez reside precisamente en el despliegue diferente de una estrategia en dos cerebros, en el hecho de que no sepan las negras cuál será la maniobra correspondiente de las blancas en esta guerra del intelecto, en tener que adivinarlo e interponerse, y para las blancas, en adelantarse en las secretas intenciones de las negras y contrarrestarlas. Si una misma persona juega con las blancas y con las negras, se produce entonces una situación incongruente, en donde un mismo cerebro ha de saber y al mismo tiempo no saber, ha de ser capaz de olvidar completamente cuando juega con las negras lo que quería y pretendía cinco minutos antes cuando jugaba con las blancas. Un doble pensamiento como este presupone en realidad una escisión absoluta de la consciencia, una capacidad de enfocar y desenfocar el cerebro como si fuese un aparato mecánico; querer jugar contra uno mismo representa en definitiva una paradoja tan grande en ajedrez como querer saltar sobre la propia sombra".

Y sin embargo, pensé, más allá de la novela de Zweig, que sabía mucho de la ida y de ajedrez, hay jugadores únicos, pero desdoblados, que juegan contra su contrincante interior. Pero yo estaba de paso en Portugalete y admiraba el empeño de los chicos para clasificar a un ganador que competiría otro día en un marco de juego regional.









jueves, 16 de mayo de 2024

Un rincón abierto y colorido en el casco antiguo

 



Ni es un ángulo muerto, ni un escondrijo, ni un rincón apartado. Al ser peatonal no convoca tráfico y el paso de viandantes se nutre principalmente de colegiales y estudiantes. Es un espacio abierto y a la vez recogido en pleno centro histórico. Podría ser un espacio anodino y destruído más, de los que hartamente sufrió Valladolid en el pasado, bien por envejecimiento o por especulación inmobiliaria, o por ambas causas tan relacionadas. Pero la rehabilitación de algunos edificios con altura prudente y la anchura respetada de la plaza otorga una armonía humilde pero gozosa al lugar.

Sin embargo lo que más llama la atención es el colorido de las casas de esa acera, rompedor en relación con la austeridad gris que suele dominar en el casco viejo. Diferentes tonos que no hace falta describir porque hablan por sí solos. Lejos de chocar negativamente esta mezcla de colorido transgresor es bien recibido por nuestros ojos. Y uno piensa que pasear merece la pena y que el paisaje interior de la urbe tiene la virtud de facilitar percepciones múltiples y alegres.

La calle lleva el nombre de Andrés de Laorden, homenaje a un catedrático de Medicina de la Universidad vallisoletana durante el siglo XIX. También figura con un nombre probablemente anterior como calle del Moral. Confluye con la calle más antigua de la ciudad que hoy se llama Juan Mambrilla pero en siglos medievales fue la calle Francos.










martes, 14 de mayo de 2024

Ana Rodríguez Fischer presentará 'Antes de que llegue el olvido' en la Fundación Segundo y Santiago Montes

 




Ana Rodríguez Fischer (Asturias, 1957) es Profesora de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró con la tesis “La obra narrativa de Rosa Chacel”, escritora de la que ha editado los nueve volúmenes de su Obra Completa, así como otras ediciones sueltas de sus distintas obras y los epistolarios Cartas a Rosa Chacel y De mar a mar: Correspondencia entre Rosa Chacel y Ana María Moix. Es autora asimismo del volumen Prosa española de vanguardia y de otros trabajos de escritores de la Edad de Plata. Crítica literaria de larga trayectoria en ABC, en la actualidad, es colaboradora habitual del suplemento literario del diario “El País”, Babelia. Como escritora, inició su trayectoria en 1995, cuando obtuvo el Premio Femenino Lumen por la novela Objetos extraviados, a la que siguieron Batir de alas (Acento, 1998), Ciudadanos (Edhasa, 1998), Pasiones tatuadas (SM, 2002), El pulso del azar (Alfabia, 2012) y El poeta y el pintor (Alfabia, 2014). Antes de que llegue el olvido obtuvo el Premio de novela Café Gijón 2023. 

«El riesgo de esta novela era caer en el biografismo o quedarse en la descripción de la multitud de situaciones desgraciadas, mucho menos que las felices, que le tocaron vivir a las protagonistas de esta historia llena, sobre todo, de aflicción y desesperanza. Rodríguez Fischer diseña un cuaderno de notas en el que, como si se trata de una carta, la poetisa Anna Ajmátova nos relata en primera persona la vida de Marina Tsvietáieva. 


(Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, por Carmen Vivas para El Independiente)
Estas mujeres se vieron personalmente sólo dos veces en sus vidas. Pero siempre fue la poesía, sobre todo la que Marina le dedicaba a su amiga del alma Anna. Anna y Marina pertenecieron a equivalentes familias bien situadas y cultivadas en la Rusia prerrevolucionaria. Ambos se casaron y tuvieron hijos, ambas zozobraron en algunos amores y también se sintieron dueñas de su destino, uno infinitamente más desgraciado que el otro. El relato de Anna conmueve en la medida en que en él entra la vida de Marina. Anna sobrevivió varios años a Marina. Sus respectivos hijos sufrieron también hambre, intemperie y consecutivas e inhumanas encarcelaciones, como sus padres. Sólo se salvaron del suicidio, como ocurrió con Marina, y de la muerte por fusilamiento, como ocurrió con el marido de Anna, el poeta Nikolái Gumiliov. Y sobre todo, sufriendo los métodos más perversos del estalinismo para obligarlas a callar. 

Ana Rodríguez Fischer logra una novela de radiante eficacia narrativa. Nos conmueve a través de las vidas de ambas poetisas. Y lo asombroso es que lo hace al lado de sus destinos, de sus ambiciones estéticas, de sus modelos poéticos rupturistas. No hay ni una pizca de retórica exegética. Sólo hay literatura pura. E inspirada.» 

(J. Ernesto Ayala-Dip. Babelia. El País, 30/01/2024)


* Nota remitida por la Fundación Segundo y Santiago Montes


jueves, 9 de mayo de 2024

El despreocupado Arlequín de Ángel Membiela

 


Me gustan las esculturas en que el personaje representado está abstraído. Por supuesto, las imágenes que evoquen lo épico o lo místico, por ejemplo, tendrán caracterizaciones  que exalten los valores de su leyenda o la ascesis que le aleje del suelo que pisa. Pero hay personificaciones que, aun siendo de tipos humanos extraordinarios, provengan o no del mundo de la ficción, adoptan una actitud semejante a cualquier comportamiento del común de los mortales. Es el caso de la proximidad que suscita el Arlequín sentado, obra del escultor vallisoletano Ángel Membiela Rodríguez. Se halla situado en la calle Fray Luis de León, a la altura del colegio La Salle, en una actitud despreocupada y lasa, como si se estuviera recuperando de una de sus actuaciones. 

Porque el arlequín, ¿medita? ¿Observa al corro de espectadores que se disuelve? ¿Piensa en la siguiente actuación? ¿Simplemente se relaja? ¿O le acucia el escepticismo sobre un oficio que tal vez no le dure hasta el fin de sus días? El arlequín ha detenido su ritmo y sus chanzas y se convierte en un humano escapado de la Comedia del Arte. No es un mero personaje camaleónico que trata al mundo a patadas para defenderse de él y de paso de sí mismo. Membiela reconvirtió el duro metal del perfil laminado que forma la figura en un conviviente de calle más.

Porque este arlequín parece ser también el artista callejero que vive del reconocimiento de su obra por parte de los viandantes. Es el saltimbanqui que entretiene. El acróbata que deleita con su gimnasia. El danzarín que debe sentarse a recuperar energías tras sus piruetas. El temible burlón de la sociedad y de los comportamientos de sus élites, tan bien como patéticamente copiadas por los más humildes. Fue una buena idea instalar unos bancos que arropan la escultura y que genera con ella un conjunto más dinámico. Bien sabe el arlequín que cuenta con la compañía de los muchachos de un colegio cercano en sus horas de recreo.




José Luis Cano de Gardoqui dice de esta obra en su libro Escultura pública en la ciudad de Valladolid: "La maestría de Membiela desplegada en el trabajo del metal, dota a la figura de una inusitada flexibilidad y ligereza formales a unmaterial tan rígido y pesado en origen como la viga Grey de sección especial, cuya sección cuadrada permite ese juego interesante de llenos y vacíos, de rectas y curvas tan personal y característico del artista. La despreocupada actitud del personaje, ubicado sobre estrecha peana rectangular horadada, así como el propio emplazamiento de la figura, muy accesible por otra parte a los viandantes, son aspectos que atraen indefectiblemente la atención del ciudadano, quien desde un principio sintió cerca y familiar esta obra".






miércoles, 8 de mayo de 2024

Lo que (no) sabe Angélica Tanarro de las palabras. Fundación Segundo y Santiago Montes

 


Viernes 10 de mayo de 2024 

Presentación del libro de poemas Lo que (no) sé de las palabras. Con su autora Angélica Tanarro estarán Carlos Aganzo y César Augusto Ayuso. 





"¿ESTÁ todo dicho? 

Preguntas al brezo y a la escarcha 
al espejo y a las horas muertas 
al dolor 
siempre al dolor… 

Mientras tanto las convocas 
buceas su caudal 
arañas el moho y la costumbre 
deseas su más nítido perfil 

                para que sigan nombrando lo que importa. 





Angélica Tanarro es escritora, pe­riodista y docente. Está especializada en in­formación cultural, campo en el que ejerce la crítica literaria, cinematográfica y de arte contemporáneo. Ha sido jefa de Cultura en El Norte de Castilla y responsable de su suplemento cultural La Sombra del Ciprés, donde sigue colaborando, además de pu­blicar en revistas especializadas como PW en español o Turia. Coordina para la Fun­dación Miguel Delibes el ciclo Cronistas del Siglo XXI. Es autora de los libros de poesía Serán distancia y Memoria del límiteLo que (no) sé de las palabras es su tercer poemario. 

Las palabras nos interpelan, nos acompa­ñan o se muestran esquivas, nos represen­tan o nos traicionan. Son la materia que da cuerpo a nuestros sueños, a nuestros temo­res, deseos e incertidumbres. La muerte de un ser querido las pone a prueba una vez más o, mejor, nos pone a prueba frente a ellas. Este libro indaga en ese vacío que deja la ausencia del otro, porque la vida –el tiempo, cada vez más rápido– se queda en el aire y las palabras, son precaria compañía que ahondan en el propio desvalimiento. De esa contradictoria relación y de este ín­timo y doloroso proceso da cuenta, de un modo sutil, esta poesía".



* Esta información ha sido remitida por la Fundación Segundo y Santiago Montes.


sábado, 4 de mayo de 2024

Presencias plásticas que sorprenden al paseante

 


Pasear no es andar con la cerviz agachada, pendiente de un suelo que no va a desaparecer por las buenas bajo los pies. Tampoco es andar apresuradamente: esto es desplazamiento. Se puede pasear sin objeto ni meta, abstraído. O compaginando recorrido con recados tranquilos. La urgencia es contraria al paseo. Se puede caminar alternando ritmos, en función de lo que nos permitan las piernas. Pero más allá de la forma de efectuar un recorrido los paseantes comparten un sentido agradable. Disfrutan, disfrutamos, no solo alimentando el aparato locomotor, sino el cerebro. ¿Cómo? A través de la mirada. 

La mirada nos conduce a la observación. Observar es pensar lo que nos rodea. Si se ha vivido toda la vida en la misma ciudad, la mirada nos permite recordar. Hayan desaparecido espacios urbanos y edificios de nuestra infancia o permanezcan todavía, la memoria se reaviva. Ello proporciona satisfacción. Pero nos lleva también a hacernos preguntas. Sobre los cambios, sobre el tiempo que vivimos y el que empieza a ser habitado por nuevas generaciones. Algunos somos asiduos a leer cuantos carteles o letreros nos encontramos en los paseos. Hasta los más insignificantes, esos cartelitos, a veces manuales, adheridos a  las farolas. También a contemplar las incidencias y modificaciones que periódicamente tienen lugar en calles y plazas.



Cuando nos topamos de pronto con un mural que cubre y dignifica una medianería, y mira que hay medianiles por Valladolid, la sorpresa nos hace parar en seco. Luego viene la admiración sensitiva, la búsqueda de significado, el goce de los colores y las líneas. Y dedicamos un instante de reconocimiento al autor de aquel arte, aunque nos sea desconocido.   

La imagen con que se abre la entrada lleva por título Mirar al futuro con alas de libertad, igualdad y respeto. Eva Mena es la autora de este mural en la calle López Gómez, 24. Eva Mena, por lo que puede leerse en su web, tiene un amplio historial de obras murales dentro y fuera de España. Su propuesta es rotunda: "Quizás tienes delante una pared, un muro, medianera o interior de local que parece vacío, impersonal o que simplemente quieres pintar sin recurrir a la solución 'clásica'. Son ejemplos de espacios que puede transformar el arte mural, aportando soluciones adaptables y visualmente creativas".






Hace ya más de setenta años que el Renault 4/4 salió de la factoría de la empresa FASA de Valladolid. Aunque había sido creado unos años antes en Francia. 

Leo por alguna parte que le llamaban cuatro cuatro por contar con cuatro plazas, cuatro puertas, cuatro cilindros y cuatro caballos. En sus inicios el motor lo tenía en la parte trasera, de ahí aquellas rejillas de ventilación. Pero las cuestiones técnicas las dejo para los entendidos de vehículos del pasado, porque las nuevas generaciones desconocen lo que fue aquel automóvil compacto, redondeado, bastante estético y, cómo no, entrañable. ¿Será por todo ello por lo que es objeto todavía de ser representado en algunos espacios de la ciudad? En este caso se nos ofrece, como homenaje a algo icónico o como recuerdo simplemente, en la puerta de un garaje de la calle Expósitos, casi en la confluencia con San Quirce. Una manera estética para adornar un portalón que sin duda sería grafiteado vandálicamente de no haberse pintado el 4/4.

Una obra plástica de arte actual sobre otra mecánica de hace décadas estimula la vista. Y lo agradece la memoria. Los vulgares grafiteros ensuciaparedes deberían aprender de los artistas. O dejarse enseñar al menos. No he logrado saber del autor. Si en algún momento tengo conocimiento corregiré esta deficiencia.







Nada virtual y sí muy activos los camiones que hacen de punto limpio móvil por diferentes lugares de la ciudad. Con un horario por día y lugar se emplazan durante un tiempo a la espera de que los vecinos bajen electrodomésticos viejos, ordenadores obsoletos o cualquier otro material que debe ser tratado selectivamente. El lema lo deja claro: No es solo basura. Tal vez tengan una segunda oportunidad o en todo o en sus componentes separadamente. 

La decoración de los lomos del vehículo es obra del pintor Manolo Sierra, sobradamente conocido por sus murales, no digo ya por sus lienzos o aportaciones ilustradas concedidas a infinidad de organismos y organizaciones sociales y políticas ciudadanas..






Una representación de imagen femenina y naturaleza ocupa esta medianería estrecha a la que otorga una verticalidad bella la ilustradora y muralista Rhapsodyca. Mujer y zorro, como si emergieran de un campo de lirios, fundidos en una especie de encantamiento de cuento de leyendas, sorprende al transeúnte que se dirige hacia la Plaza de Santa Cruz por la calle Fray Luis de León. Rhapsodyca la tituló Rosa del desierto, y dice que es la sexta obra que forma parte de un proyecto suyo que nombra La lucha. Por cierto, ¿de dónde le vendrá a esta artista su atracción poderosa hacia el zorro? Lo digo por otras imágenes de tema análogo que he visto en su página.

Desgraciadamente la señalización municipal no eligió el mejor lugar para la contemplación del arte urbano.