jueves, 28 de agosto de 2025

El encanto en estío del jardín de la Casa de Zorrilla

 



Es uno de esos jardines interiores que puede pillarte de paso, y que se muestra tímido aunque deseoso de ser recorrido. Su limitada superficie se proyecta gracias a la frondosidad que le hace crecer. Cipreses, hiedras, parras y otras especies que uno no alcanza a nombrar cubren de belleza ese patio jardín. ¿Qué más se puede pedir? Lo denominan jardín romántico, por acompañar la casa natal del poeta y dramaturgo José Zorrilla (Valladolid, 1817 - Madrid 1893), aunque creo que los jardines ni son románticos ni lo contrario. Son el ambiente que desean recrear. Son jardines también de las cuatro estaciones, si bien en verano se muestran exuberantes y muestran un escenario relajante y evocador.

Llegas al jardín atravesando el portalón que hay en la peatonal calle Fray Luis de Granada, donde un embozado en bronce escapado del Tenorio te pide casi el santo y seña. Alto, ¿quién va?, escucha el visitante a su espalda nada más atravesar el umbral por mor de un sensor que detecta su llegada. Decir Tenorio es citar ya a Zorrilla implícitamente, pues es el autor del Don Juan más familiar en España. A continuación te dedicas a un paseo lento y fresco a través de los estrechos pasillos entre los árboles. Por un instante crees estar en un paraje de otro tiempo, no solo por lo apartado sino por la acogedora e invulnerable soledad. El edificio nuevo de los Juzgados queda detrás pero los cipreses amortiguan parcialmente el golpe visual. 

La adaptación de la puerta de la fachada de una desaparecida casa noble de la calle Alonso Pesquera (¡cuánta destrucción lloran estos restos acoplados a fines modernos!) confiere una pretendida recreación antigua que resulta más atractiva para el reclamo de visitantes. Los lienzos de piedras de viejas fachadas desaparecidas que se han trasladado a otros espacios más recientes obran como una mala conciencia de una buena parte, nada pequeña por cierto, de la ciudad perdida o, mejor dicho, destruída. Porque una pérdida nunca es casual y menos inocente. Y, sin embargo, gracias a esta supervivencia de algunos muros, sillares, arcos y escudos, piedras al fin y al cabo, que pretende embellecer espacios para los que nunca fueron creados, que en Valladolid son muchos, aún nos dan idea de la pujanza pretérita. 




Es el jardín de la Casa de Zorrilla, pero no adquiere la categoría de un espacio transitado por la ciudadanía. Salvo para los visitantes al caserón principal. Sucede lo mismo que con la Casa de Cervantes, si bien esta se encuentra en un lugar más de paso, la calle Miguel Íscar. Pero ambos jardines no son considerados más que como ámbitos interiores, vinculados a un museo y aunque invitan a tomar posesión de ellos siquiera como simple parada del transeúnte no suelen estar frecuentados. Probablemente ni su mera concepción lo pretenda. Tratan dignamente en ambos casos de adornar los edificios respectivos, dotarlos de mayor atracción e incluso revitalizar zonas que probablemente nunca antes fueron verdes. Nada que objetar en este sentido. Disfrútense mientras el cuerpo les pida un alto en el camino y sean satisfechos los visitantes con una visión agradable e íntima que el estío no regatea.

Y  sin embargo uno piensa si al estar este jardín interior en una calle discreta, sin tráfico, por la que apenas pasa gente, una calle que no lleva a ninguna parte porque ya hay otras calles perpendiculares y paralelas que cumplen el cometido del tránsito, se beneficia de su aproximación al vallisoletano. Por cierto, miento, la calle conduce también, o sobre todo, al núcleo de un conjunto suntuario de edificios monumentales (San Pablo, San Gregorio y su Museo de Escultura, Palacio Villena, Casa del Sol, Palacio Real) 

Volviendo al jardín, se dirá que desde el punto de vista museístico, es decir, más privativo, evidentemente cumple con su objetivo. Pues el jardín queda apropiado por la función de la Casa y se limita a mantener el horario de museo. Esa misma condición ¿limita el acceso y conocimiento por los ciudadanos de un espacio agradable y reconfortante? Cierto que determinadas actividades de la Casa o del ente Valladolid en su tinta, bien al aire libre o bajo techo, propician detenerse y relajarse sensorialmente. No revolvamos más y demos por útil lo que hay y que el vallisoletano de paseo prolongue sus recorridos no solo dejándose llevar por los espacios fáciles sino esforzándose un poco por disfrutar de lo recóndito.






Ha recibido al visitante desde un busto el vallisoletano Narciso Alonso Cortés, gran erudito y además cervantista, del que se conmemora este año los 150 años de su nacimiento. ¿Merece la pena traer a este blog el poema que escribiera Antonio Machado para él? ¿Por qué no? Seguramente muchos no conocerán ni la amistad que mantenían ambos literatos ni estos dedicados versos de Machado. Enramado en el jardín de la Casa de José Zorrilla creo que suena mejor, no obstante el tiempo transcurrido. Léase aquel elaborado poema de amistad no solo como contribución del reconocimiento efectuado por el poeta sevillano sino como homenaje nuestro.


 NARCISO ALONSO CORTÉS, poeta de Castilla
Iam senior, sed cruda deo viridisque senectus.
VIRGILIO: Eneida.


Tus versos me han llegado a este rincón manchego,
regio presente en arcas de rica taracea,
que guardan, entre ramos de castellano espliego,
narcisos de Citeres y lirios de Judea.

En tu árbol viejo anida un canto adolescente,
del ruiseñor de antaño la dulce melodía.
Poeta, que declaras arrugas en tu frente,
tu musa es la más noble: se llama Todavía.

El corazón del hombre con red sutil envuelve
el tiempo, como niebla de río una arboleda.
¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!
Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!

El tiempo rompe el hierro y gasta los marfiles.
Con limas y barrenas, buriles y tenazas,
el tiempo lanza obreros a trabajar febriles,
enanos con punzones y cíclopes con mazas.

El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde;
socava el alto muro, la piedra agujerea;
apaga la mejilla y abrasa la hoja verde;
sobre las frentes cava los surcos de la idea.

Pero el poeta afronta el tiempo inexorable,
como David al fiero gigante filisteo;
de su armadura busca la pieza vulnerable,
y quiere obrar la hazaña a que no osó Teseo.

Vencer al tiempo quiere. ¡Al tiempo! ¿Hay un seguro
donde afincar la lucha? ¿Quién lanzará el venablo
que cace esa alimaña? ¿Se sabe de un conjuro
que ahuyente ese enemigo, como la cruz al diablo?

El alma. El alma vence— ¡la pobre cenicienta,
que en este siglo vano, cruel, empedernido,
por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!—
al ángel de la muerte y al agua del olvido.

Su fortaleza opone al tiempo, como el puente
al ímpetu del río sus pétreos tajamares;
bajo ella el tiempo lleva bramando su torrente,
sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares.

Poeta, el alma sólo es ancla en la ribera,
dardo cruel y doble escudo adamantino;
y en el diciembre helado, rosal de primavera;
y el sol del caminante y sombra del camino.

Poeta, que declaras arrugas en tu frente,
tu noble verso sea más joven cada día;
que en tu árbol viejo suene el canto adolescente,
del ruiseñor eterno la dulce melodía.


















1 comentario:

  1. Paseante:
    un verdadero remanso de frescor y tranquilidad.
    Debían ser buenos amigos para dedicarle un poema así.
    Salu2.

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