De esta mujer, entre pensativa y desgarbada, ¿quién sabría decir a primera vista qué hace, dónde se encuentra y por qué medita? Y sin embargo, ella, tal vez la Historia, extiende a su lado una inscripción que dice: "La ciudad de Valladolid erige este monumento a la memoria de su protector y magnánimo bienhechor el Conde D. Pedro Ansúrez. Siglos XI-XII". Epígrafe muy al gusto de la narrativa historicista que cundía en el siglo XIX y parte del XX.
Y he aquí el motivo de la dedicatoria. El personaje. Pedro Ansúrez. Aquel conde que en lo que algunos llamarían, con halo romántico, la noche de los tiempos impulsó el crecimiento de la ciudad, más que fundarla como tal, como si surgiera de la nada o del desierto. Nada mejor que dejarse llevar por la explicación del que fuera catedrático de Historia Medieval en la Universidad Julio Valdeón Baruque en una obra colectiva titulada Valladolid, historia de una ciudad. No por ser algo extenso el texto es menos importante:
"Valladolid era a mediados del siglo XI un modestísimo núcleo rural, al parecer dependiente de Cabezón, núcleo vecino de mayor entidad. En Valladolid, por otra parte, no había un brillante pasado romano, al margen de las viejas discusiones sobre la mítica Pincia. Tampo hay restos significativos de la época visigoda. A diferencia de núcleos vecinos, como Palencia, Valladolid no era cabeza de una sede episcopal, dignidad que no alcanzó hasta finales de 1595. Tampoco podía beneficiarse de su localización en la ruta que conducía a los peregrinos a Santiago de Compostela. En definitia, el origen de Valladolid era sumamente modesto, lo que contrastaba de forma rotunda con otros núcleos de lc cuenca del Duero, como la citada Palencia o León.
De todos modos, es un hecho admitido que desempeñó un papel decisivo en orden al despegue de Valladolid el conde Pedro Ansúrez. Destacado magnate de la corte del rey de Castilla y León Alfonso VI, Pedro Ansúrez, conde de Saldaña y de Carrión, recibió el encargo de dirigir la actividad repobladora en la zona del Duero medio, con el núcleo de Valladolid como centro estratégico. Cuando el conde Ansúrez llegó a Valladolid, cosa que ocurrió hacia el año 1080, había allí un núcleo 'preurbano', según la expresión que acuñara en su día Amando Represa. De todos modos al conjunto inicial de viviendas, agrupadas en torno a la iglesia de San Pelayo, se le añadieron, en tiempos de Fernando I, otra iglesia, la de San Julián, una arcaica fortaleza y una tosca cerca.
Ciertamente se daban en Valladolid condiciones favorables: abundancia de aguas, pozos y fuentes, en particular las diversas ramas del esgueva y el Pisuerga; existencia de un clima que, aunque continental, estaba algo matizado con respecto a otros lugares de la cuenca del Duero; su papel de núcleo fronterizo entre los reinos de Castilla y de León; incluso su ubicación en un punto intermedio entre la ruta jacobea, por una parte, y las ciudades musulmanas del valle del Tajo, por otra. En todo caso Pedro Ansúrez supo sacar partido de aquellas posibilidades, fortaleciendo al núcleo vallisoletano. A él se debe la edificación de la Colegiata, pero también e un palacio condal y de su iglesia aneja, Santa María la Antigua.En el entorno de la Colegiata hubo un importante desarrollo urbano, completado con la expansión de la villa en otras direcciones, como el barrio de San Martín y la pueblo del Puente.
Estas actuaciones explican que se haya adjudicado tradicionalmente al conde Ansúrez nada más y nada menos que la fundación de Valladolid. En verdad el núcleo de Valladolid existía antes de la llegada de Pedro Ansúrez, pero no es menos cierto que con él comenzó, como ha dicho una vez más Amando Represa, "la tarea de su engrandecimiento".
Enarbolando con una mano el pendón de Castilla y con la otra el pliego supuestamente fundacional, pertrechado de los atributos del manto, el espadón y la adarga, el artista hizo su derroche imaginativo sobre la figura del noble castellano. Muy al gusto de la estética recuperadora de las glorias patrias, tan propia del pesimista eco del 98. Vaya usted a saber cómo era en aquel lejano siglo XI un conde y en concreto este tan decisivo para nuestro acontecer cívico.
La escultura va soportada por un pedestal, obra del arquitecto municipal de entonces, Agapito y Revilla, en piedra de Campaspero, y adquiere una forma acastillada con algunas columnas de inspiración románica en las esquinas. Porque el pedestal dispone de cuatro relieves en bronce, cada uno situado en un lateral del mismo. En el más frontal va la inscripción explicativa del motivo, contemplada por esa representación femenina que se me antoja antítesis de la majestuosa arrogancia del conde. Figura que parece encarnar el pensamiento y la contemplación a través de los siglos. En el lado opuesto, el escudo de la ciudad abrazado por motivos vegetales. En otro lateral se escenifica la presentación del conde Ansúrez ante el rey. Y en el último costado el relieve dejaría constancia de la obra de impulso urbano del conde, la arquitectónica, plasmada en la construcción de Santa María la Mayor, de la que hoy quedan ruinas.
Tantas veces atravesando el paseante la Plaza Mayor, mirando unas veces de reojo y otras obviando el monumento, y ya iba siendo hora de dedicar una sesión fotográfica y textual a un monumento que solo lleva 122 años de existencia.
Agradezco esta entrada, a decir verdad nunca tuve presente quién creó la ciudad, simplemente he pasado por allí en varias ocasiones, de paso y a propósito, y nunca se me dio por pensar en quién fue su creador.
ResponderEliminarAhora ya sé un poco más.
Gracias