Querido pavo real. El rocío que acompañaba a la niebla de par de mañana se ha diluído lentamente y tú picoteas en busca de lo que solo tú sabes. Pero ¿acaso no hacemos también algo así los humanos? Picotear en nuestro entorno, deslizarnos entre cencelladas, buscar alimentos terrenales, incluidos los que nutren nuestros pensamientos, las emociones y los sentimientos. Y como tú, hay individuos que despliegan su plumaje para conquistas efímeras, pretendiendo deslumbrar en el entorno. ¿Lo logran? ¿O simplemente se lo creen? Si al menos dispusieran de la belleza de tus geometrías plásticas y de tus colores, de la gracilidad de tu imagen, de los movimientos controlados con que te mueves...La vida nos dice que quien de verdad aporta algo constructivo apenas se exhibe. Que quien busca con sinceridad no se pasea con alharacas. Que quien obtiene satisfacciones, que no beneficios crematísticos, lo consigue desde sus silencios. Pero a ti no se te puede aplicar esquema humano alguno porque solo vives para los tuyos. Y las metáforas y comparaciones son ejercicios netamente nuestros.
Te diré que eres una especie de hilo conductor de los vallisoletanos que hemos llegado a cierta edad. Os conocimos de niños y con cierta distancia y prevención. Más de una vez corríais tras algún paseante, acaso interpretando que este invadía un territorio sacro para vosotros. El del cortejo. Pero seguís llamando la atención de los visitantes, aunque no creo que las ánades o las ardillas tengan celos por ello, pródigos en eternizaros con los móviles y no sé hasta qué punto supliendo la observación directa y relajada. No me cabe duda de que sabéis sobradamente que dejáis al personal boquiabierto. Yo suelo escuchar sus expresiones de admiración.
Tenéis un vínculo tan simbólico con el Campo Grande, en cuyo ámbito os movéis como reyes del mambo, que hasta las ilustraciones publicitarias os ponen a capitanear la perspectiva del parque. Sois, como se dice ahora, un icono representativo. Una seña de identidad cuando no una identidad corporativa de la ciudad. Pero a veces, díscolos, despistados o aventureros, sobrepasáis la zona que los humanos os han delimitado y os paseáis alegremente por el Paseo de Filipinos, una ocurrencia que también practican de vez en cuando los patos o los gansos, con los consiguientes riesgos. No sé si fuiste tú u otro de tu familia al que no hace mucho tuve que reconducir hacia el recinto seguro porque había invadido la calzada de vehículos ¡con el tránsito que hay por esa zona! Se ve que mis chasquidos y palmadas conectaron con vuestros receptores sensoriales y logré que, sin mayor percance, tú o el que fuera se reintegrase a la vida ordinaria del jardín. Aquel día tuve la sensación de haber realizado una buena acción con otra especie. Seguro que os lo habéis contado entre vosotros. Eso me basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario