domingo, 29 de diciembre de 2024

No es solo recogevidrios sino también recogegatos

 


Dicho así no se trata de que los gatos entren y se queden allí dentro. Es zona comedor, que diríamos los humanos. Y ahí tenemos el elegante contenedor con utilidad de recogida de cascos, apoyado por mensajes tópicos que inducen al civismo. Pero es algo más.

Este espacio arbolado  junto al túnel peatonal de Arco de Ladrillo, donde las vías del ferrocarril, ha sido siempre muy concurrido por la colonia gatuna. Alguien ingenió que un recogedor de vidrio fuera también comedero de gatos, para lo cual tiene unas ventanas laterales. La lujosa pintura que luce, de cuyo autor no he localizado el nombre de momento, es la referencia doble para quien cumpla con el desalojo de las botellas y/o quiera dar de comer a los mininos. 

Al contemplar en la imagen del contenedor la pose observadora y en guardia de un gato, envuelto en la frondosidad de plantas y flores, a uno le da en pensar en la majestuosidad del animal y en sus otras propiedades: la calma, la curiosidad, la capacidad de reflejos, su arrogancia,  su agilidad, su adaptación doméstica, a veces tan demasiado doméstica que se cree el dueño de la casa. Recuerdo aquella Oda al gato de Pablo Neruda, de la que extraigo su comienzo. La poesía completa va con el enlace,


Los animales fueron
imperfectos, 
largos de cola, tristes 
de cabeza. 
Poco a poco se fueron
componiendo, 
haciéndose paisaje, 
adquiriendo lunares, gracia, vuelo. 
El gato, 
solo el gato 
apareció completo 
y orgulloso: 
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.








miércoles, 25 de diciembre de 2024

La herida eterna de las estatuas

 



La ciudad tiene que compartir su presente con los restos de su pasado y en cierto modo con el recuerdo de lo que hubo y desapareció. De lo que ya no existe queda constancia a través de la investigación de los historiadores, basada a su vez en documentos, planos y relatos de cronistas. De lo que vemos aún en monumentos, edificios civiles o religiosos, prácticamente todos ellos sufrientes de sucesivas transformaciones y/o privaciones, nos asombramos por su monumentalidad y relativo buen estado, pero con frecuencia olvidamos fijarnos en los detalles. Uno de estos detalles, nada escondido, por cierto, es el del deterioro de las estatuas que muestran hornacinas, tribunas o columnas.

A este deterioro me da por llamarlo herida eterna. Esculturas que nacieron completas, que fueron testigos pero a la vez reas del paso del tiempo, en su múltiple forma de clima, vandalismo o simple descuido, han llegado a nuestros días amputadas, descabezadas, reducidas, desgastadas. Santos o vírgenes de templos, representaciones alegóricas de la universidad, blasones de fachadas nobles, etc., participan del desinterés o la curiosidad de los viandantes. 

Al curioso le suele dar en pensar. Tal estatua ha sido pasto de las heladas y fríos de la ciudad. Tal otra enseña claramente la venganza de alguna soldadesca ajena. Aquella puede ser por la propia inconsistencia de la materia de que está labrada. Las otras por los excrementos ácidos de las aves. Pero ya digo, son imaginaciones. En algunos casos se sabrá cómo se produjo la pérdida o el daño. En otros, no, simplemente se culpará a la acción atmosférica, a los elementos naturales.




Recuerdo haber leído hace tiempo en el librito Arte deteriorado, del arquitecto barcelonés Francesc Cornadó: "Las obras de arte deteriorado acumulan, además, las señales que la experiencia histórica ha añadido sobre la obra original. Son grietas, son signos de barbarie, de imprudencia o huellas que la naturaleza inclemente ha dejado marcadas en la obra del ser humano. 

El paso de las estaciones, una tras otra, poco a poco ha ido señalando las horas del derribo físico. Lejos de toda consideración negativa entendemos las señales del tiempo como un valor estético añadido. Se trata de una carga comunicativa que enriquece la acción creativa inicial.

A nuestro conocimiento apriorístico, compatible con el juicio de la obra original, sumamos ahora experiencias propias, ajenas e históricas. El tiempo modifica los cuerpos y las mentes. Se alteran las superficies, el vicio y la virtud".

He ahí, pues, la cuestión actual. Vemos las obras deterioradas como parte de la herencia histórica. Nos parece que han estado así siempre, simplemente porque de siempre las hemos conocido en ese estado. Las aceptamos tales como se manifiestan: quebradas, mutiladas, acéfalas, deformes. Han sido alteradas paralelamente a la transformación de circunstancias y avatares de cada tiempo histórico por el que ha atravesado Valladolid. Siempre será mejor esto que tenemos y como lo tenemos que no lamentarnos por lo que que perdimos, que es mucho, solemos decirnos para consolarnos.




Y sin embargo, hay alteraciones por destrucción y cambios por cuidado y preservación. Las limpiezas de estatuas, fachadas o patios de monumentos, por ejemplo, tratan de sortear la incuria del tiempo que ha depositado su pátina.  Figuras o sillares de piedra ennegrecidos que al ser tratados recuperan si no el tono original, lo cual es imposible porque siempre hay pérdida en la superficie de la materia, al menos nos los acercan a una aproximación. He puesto aquí algunas fotografías de hace años donde se observa el tono de las capas adquiridas para que se compare con aquellas otras que han sido limpiadas.

 


He pasado por tres monumentos de Valladolid donde se puede advertir el arte exterior deteriorado. Este primer grupo corresponde a esculturas de la fachada del edificio histórico de la Universidad. Diversas figuras femeninas representando la Teología, la Ciencia Canónica, la Ciencia Legal, la Retórica, la Geometría y la Sabiduría. No en vano el lema de la Universidad es Sapientia Aedificavit Sibi Domum, es decir, La sabiduría edificó para sí esta casa. No he fotografiado otras esculturas situadas más altas, tales como la Astronomía, la Filosofía, la Medicina y la Historia, o las de varios reyes que auspiciaron la fundación o promoción de la universidad.









No pasa desapercibido al paseante el estado de algunos escudos y leones de la ristra de columnas leonadas que adornan la fachada universitaria. Fueron rescatadas de su estado anterior pero el mal fundamental en algunass de ellas ya venía de lejos y se advierte ahora más.










Las siguientes estatuas se encuentran en hornacinas de la fachada de la iglesia de las Francesas, junto al claustro de la entrada anterior. El deterioro de ellas es considerable.










Y por último, San Pedro y San Pablo, en sus hornacinas de la fachada catedralicia, demediados en sus atributos simbólicos.









viernes, 20 de diciembre de 2024

Las Francesas. Un claustro conventual de lujo de hace siglos incrustado en la arquitectura de hoy



Con el Patio de Las Francesas me pasa como con el Pasaje Gutiérrez. Uno en gótico tardío y otro en la modernidad comercial de finales del siglo XIX son dos espacios que se pueden atravesar en pleno centro urbano. No solo como ámbitos de paso sino de parada y sosiego. Un destino comercial les vincula hoy día. Si el Pasaje Gutiérrez nació como galerías comerciales hace 140 años, a la moda de las galerías de las grandes ciudades europeas, y aún le queda alguna huella de aquello, el claustro de Las Francesas tuvo hace cinco siglos un origen religioso pero los tiempos modernos de fiebre inmobiliaria lo convirtieron hace apenas unas décadas en elemento decorativo que era acompañado de bloque de viviendas nuevas, oficinas y tiendas. El precio de estar en junto a calles tan principales como Santiago, María de Molina o Héroes de Alcántara.

El patio de Las Francesas es en realidad el claustro de un convento fundado a finales del siglo XIV por dos mujeres de la nobleza, María de Zúñiga y María de Fonseca, con objeto de acoger a señoras de alta alcurnia. Lo nombraron como convento de las Comendadoras de Santa Cruz de Santiago. Este claustro, levantado en 1537 por el arquitecto Fernando de Entrambasaguas, y una iglesia adjunta secularizada, convertida en sala municipal de exposiciones, es lo que queda, y no es poco, de aquella obra de rigurosa clausura que duró hasta la Desamortización de Mendizábal de 1836. Posteriormente, ya avanzado el siglo XIX, fue una comunidad de Dominicas Francesas la que se aposentó allí, de ahí el nombre por el que los vallisoletanos conocen popularmente al lugar, y donde estas monjas fomentaron un centro de enseñanza. ¿Quién de nosotros no ha conocido a niñas y jovencitas, eso sí, de familias bien, que iban a Las Francesas? 




Pero hoy el signo es otro. El colegio y las religiosas se trasladaron a la Huerta del Rey hace unos años y puesto que el lugar era un caramelo de primera para los constructores la fisionomía del terreno secular cambió radicalmente. Y gracias que se ha salvado, un tanto secuestrado por los edificios modernos, este claustro que algunos utilizan de paso entre calles céntricas -como el Pasaje Gutiérrez- pero que pocos entran a contemplar expresamente la arquitectura que nos legó aquel gótico tardío. Una obra que probablemente se inspiró en los patios de lujo de San Gregorio y del Palacio de Santa Cruz, pero que tiene muchas connotaciones también con el Palacio de los Welser de Núremberg. 




Al paseante le parecía de recibo fotografiar con cierto pero aleatorio detalle este cuadrilátero esbelto de arcadas con arcos que los entendidos llaman carpaneles y escarzanos. Llevar la mirada a la armonía de las columnas y de los capiteles que se pretenden toscanos unos, jónicos otros, sin serlo. Acercar la filigrana de los antepechos de los dos pisos superiores, esas barandas de piedra con multitud de composiciones de dibujos geométricos que se entrelazan, dibujan estrellas, generan espirales, trazan circunferencias. La belleza y la gracia que hemos visto siempre en otros patios de nuestra ciudad, tan cultivados en el pasado. 
   


El viandante habitual suele prestar más atención al suelo del interior del claustro. Así suele señalárselo a sus familiares y amigos que vienen de fuera. Y es que en el suelo todo resulta más anecdótico y próximo al entendimiento popular. Este piso es una especie de mosaico tejido con cantos rodados y huesos de tabas, una antigua costumbre de este tipo de construcciones en la Castilla vieja, formando representaciones variadas. 



 
Siempre recaba mi atención la zona descubierta del claustro. Esa fuente baja a la que se accede a través de unos cortos escalones dispuestos como recordando los cuatro puntos cardinales. ¿Sería esa la intención? Una disposición que trae a la mente, puesto que el arte es tan antiguo y nada se crea en él de la noche a la mañana, los baptisterios de las primitivas iglesias paleocristianas, que a su vez se inspiran en aquello del impluvium y el compluvium de los patios de las casas romanas. Y perdónenme la pedante asociación de ideas pero es que las obras antiguas no están ahí todavía solo para nombrarlas sino para Interpretarlas, admirarlas y, por qué no, soñar.

























Entrando desde la calle Santiago el peatón se encuentra con este patio de circunstancias. Por el rincón del fondo se puede acceder al claustro. A la izquierda la iglesia sala de exposiciones y a la derecha parte de las modernas edificaciones. Estas muestran la entrada a unas galerías comerciales. Sobre ellas se observa, como en las dos fotografías anteriores, la superposición de los pisos modernos. Que cada cual extraiga su propia opinión.