martes, 30 de septiembre de 2025

La elegancia florentina del Palacio de los Marqueses de Valverde, en pleno casco antiguo

 



Subir desde la plaza Mayor por detrás del Ayuntamiento en busca del Valladolid más ancestral. Dejarse arropar por el número de monumentos que han sobrevivido de un lejano pasado abundante. Uno se va encontrando edificios que se han salvado de la ruina y la incuria humana. San Benito, el Patio Herreriano, San Agustín, los conventos de Santa Isabel y Santa Clara, o San Miguel, la casa de los Valverde, Fabio Nelli, el convento de la Concepción, el antiguo Coso, el Palacio del Licenciado Butrón...Todos ellos en una proximidad continua que prosigue en otras direcciones. Estamos hablando de pleno casco antiguo o, mejor dicho, de una de las zonas del casco antiguo. 

Cierto que todos estos edificios disponen de un uso totalmente nuevo. Cierto que muchos de ellos no llegan completos o se ha rescatado una parte con alta dignidad. Cierto que deben convivir, por mor de la no siempre respetuosa evolución constructiva e inmobiliaria, con edificios de altura que nada tienen que ver con la fisionomía de aquellos siglos en que fueron erigidos los monumentos. Y es ahí, en ese recorrido donde haciendo esquina con la calle Expósitos -qué nombre tan significativo- y San Ignacio, junto a la Plaza de Fabio Nelli, donde destaca todavía con empaque la casa de los Marqueses de Valverde.  



El edificio fue rehabilitado integralmente hace pocas décadas y la restauración también afectó a la fachada. Llama la atención esa disposición angular tan poderosa de la esquina, donde las balconadas se superponen con dos ventanas separadas por un pilar almohadillado, como todo el contorno.  Encima de las ventanas se erigen dos medallones renacentistas con figuras femeninas que algunos dicen que pueden representar virtudes de los dueños de la casa. En la Guía de Arquitectura de Valladolid escribe Daniel Villalobos Alonso: "Estas imágenes transmiten aun a los que las contemplan, las cualidades evocadoras del ornamento renacentista, poseedor de un lenguaje preciso en su simbología que se refiere a la tradición neoplatónica recuperada en ese siglo en la ciudad de Valladolid y a su discurso sobre el amor, tan discutido en los debates filosóficos del pensamiento neoplatónico".

Esta esquina resalta más como escultórica que cual elemento arquitectónico, pues el almohadillado florentino causa el impacto de una representación plástica, enormemente decorativa. Lo más logrado es que estas ventanas se armonizan y compenetran visualmente con la portada, que exhibe a su vez un hermoso almohadillado. La puerta es un derroche de almohadillado, tanto en el arco de medio punto como en los laterales, una muestra renacentista dotada de una cualidad decorativa diferente a la de otras fachadas más sobrias de los palacios vallisoletanos. La ventana que se alza sobre la puerta no desmerece en absoluto y aunque se estima que es ya barroca y bastante posterior, los atlantes -masculino y femenino- que la enmarcan, reforzada decorativamente por mascarones y escudos nobiliarios, completan una fachada redundando en su personalidad.




El patio, en línea con lo que se llevaba en su época por los demás palacios, exhibe una armoniosa galería en la que, según parece, las columnas actuales son una sustitución de las orginales, ignoro si por el mal estado de las primitivas o por otra circunstancia. El edificio entero es hoy algo totalmente distinto al fin original -aunque a lo largo de los siglos a la par que cambió de propiedad también sufriría abundantes modificaciones-  y está ocupado por viviendas, comercios y oficinas. No obstante el acceso al patio es abierto y se agradece que la conversión más moderna haya mantenido al menos un cierto espíritu y recuerdo de lo que fue tradicionalmente. Otras ventanas y balcones que aparecen en la fachada principal y la de la calle Expósitos son de época posterior, y al buenoteador enseguida le salta a la vista estilos y formas de entender la arquitectura que tuvieron en cada época.

Propiedad a mediados del siglo XVI de Don Juan de Figueoa y María Núñez de Toledo, más tarde perteneció a Don Fernando de Tovar, señor de la Sierra de la Reina y Marqués de Valverde. Es por este último nombre por el que es citado. 





Mirar la ciudad nos conduce a preguntarnos. Y en esa indagación más se descubre la riqueza urbanística o, si se quiere inmobiliaria, monumental, que tuvo que haber en Valladolid hace unos siglos. Quedan soberbios testigos, gran parte de carácter eclesiástico -y eso que de este orden han desaparecido un número elevado de monasterios e iglesias- y otra parte de edificación civil, de palacios o casas de nobleza o de mercaderes ricos, o simplemente posadas. Y al constatar lo que nos queda, que nos parece mucho, es cuando uno se da cuenta de lo perdido. Trazados antiguos modificados, calles enteras venidas abajo, edificaciones señoriales y soportales desaparecidos. No es un fenómeno nuevo, no viene solamente de las décadas de especulación inmobiliaria del último tercio del siglo XX. Ya el historiador ilustrado Antonio Ponz, que realizó un recorrido por España por encargo de Campomanes en pleno siglo XVIII, relata en su Viaje de España (1783) lo que vio por Valladolid y se sensibilizó con el lujo monumental heredado, pero constató también la decadencia:

"Se encuentran en esta Ciudad multitud de portaditas buenas, y patios con columnas en las casas antiguas, casi todas sin concluir, que por desgracia abandonaron, y abandonan sus dueños: muchos de los capiteles son de aquellas caprichosas invenciones de Berruguete, compuestos de cabecillas, animalejos, serpientes, y otras cosas, que no se deben imitar en tales miembros de la arquitectura; pero fuera de esto son trabajos de mucha prolixidad, y diligencia, que divierten y entretienen la vista de quien los mira. 

(...) Se ven igualmente diferentes patios, y portadas de la arquitectura Greco-Romana, que floreció en el buen tiempo 

(...) Da compasion el número de casas que hay ruinosas, y enteramente caidas, ó á medio caer, que se encuentran en muchas calles, siendo muy pocas las que se reparan, y menos las que se hacen de nuevo. Consiste en que muchas son de mayorazgos, que no se creen en obligación de repararlas: en los alquileres cortos, y ser las obras costosas. Como no las pueden vender, ni permutar sin licencia de S.M. y dispendiosas diligencias se aumenta la ruina. Se junta también el gravamen de censos perpetuos que las casas tienen, y subsisten en sus solares, y así no quieren repararlas los dueños del dominio util".  
 












Corrió una leyenda -ojo con las leyendas, que muchas de ellas suelen ser malévolas- por la que las figuras de los atlantes de la ventana barroca que hay sobre la puerta serían la representación de dos amantes adúlteros. La mujer se trataría de la marquesa, que fue infiel a su marido al enamorarse de un criado, y el hombre sería el amante del que ella se encaprichó. El marido supo de la relación y estableció causa contra ella pero el fallo judicical o le satisfizo, por lo que, en venganza, decidió reproducir a ambos personajes rendidos a Eros en plena fachada, no se sabe si como escarnio, desquite o aviso moral para generaciones futuras. Cuento, al fin y al cabo, porque nada consta en ninguna parte sobre lo que relata. Si se contó al calor del hogar en las noches de invierno o es invención de algún vate aburrido, tampoco es comprobable. Pero ya hubo quien, pretendiendo ser un nuevo Quevedo varios siglos más tarde, ingenió una poesía.

En efecto, en el poema El drama universal, del poeta romántico Ramón de Campoamor, se recoge la leyenda de la mujer que se entiende con el amante a espaldas del marido, en esa tradición muy al gusto del siglo XIX. He ahí un trozo.

LOS MARQUESES DE VALVERDE 

«Se alzó en Valladolid un edificio, 
de Fabio Nelli en la plazuela un día, 
y desnudo, en el ancho frontispicio, 
el cuerpo de la dueña se veía. 

»Creyó, haciendo la impúdica escultura, 
este Marqués celoso y delirante, 
vil castigar la vil desenvoltura 
de esa adúltera esposa y del amante. 

»Ciego, al llenar a su mujer de lodo, 
no ve el Marqués que su deshonra sella, 
publicando el imbécil de este modo
la infamia de él y la vergüenza de ella.
 
»Y ¿qué diréis del escultor impío? 
No supo, al retratarla, el miserable, 
que si el mundo perdona un extravío, 
siempre es con la bajeza inexorable. 

»Éste fue el escultor que hizo el retrato, 
ése el marido fue, la mujer ésa: 
¿cuál tuvo de los tres, menos recato, 
el artista, el marqués, o la marquesa?» 


1 comentario:

  1. Buena selección de fotos donde se contemplan detalles de edificaciones de calidad que para el visitante ocasional pueden pasar desapercibidas, salvo que el paseo se haga lento y con el propósito de visitar y admirar estos rincones singulares.
    Saludos.

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