Parece irse pero acaso llega. Nunca sabremos si su encogimiento viene dado por los rigores extremos de las estaciones del año o si se encuentra alicaído a causa del poco interés manifestado por el público en la última función. Tal vez se sienta apesadumbrado por un amor que no pudo ser en la última población donde se alojó o porque no fue comprendido por alguna autoridad puritana que le expulsó sin apenas darle tiempo a mostrar su arte.
La vida del comediante es tan solitaria como despechada. El comediante pone el dedo en la llaga de lo que muchos no dirían en público aunque lo deseasen. Al comediante, salvo excepciones, se le permite la arrogancia, la burla, el desdén y la bufonada porque no es uno de los suyos. Pertenece a otro mundo. Es alguien de paso que con sus máscaras a cuestas y sus letras aprendidas representa la vida como si fuera ficción. El comediante, maleta en mano y personajes a la espalda, da sus funciones para malvivir de ello pero vive para hacer de su rol un sistema de vida. Su andar es lento y pausado. Visto a distancia nunca sabes si llega o se está yendo. Pero él sueña con sirenas porque ha padecido como Odiseo los asaltos que depara el proceloso oceáno, pero también imagina que los molinos son monstruos dispuestos a acabar con él si no idea la manera de combatirlos.
La obra escultórica de El comediante se encuentra situada en la Plaza de Martí y Monsó, junto a la Plaza Mayor. Obra del vallisoletano Eduardo Cuadrado (1947-2021) se erigió precisamente para evocar la vieja plaza de la Comedia donde existía desde el siglo XVIII un patio de teatro. Algunos hemos conocido el cine Coca, levantado en 1930 en el mismo lugar, sin que hubiéramos imaginado al disfrutar de innumerables sesiones de cine que aquel suelo había estado poseído anteriormente por otro espacio diferente de representaciones no menos imaginarias. Pero más que evocar la antigua plaza o el oficio mismo del actor es la figura del comediante lo que el artista trata de resaltar de un modo un tanto nostálgico. El mismo material de bronce, la oscuridad que emana de toda la figura, el individuo en tamaño natural pertrechado para una caminata sin fin -y ahí el paraguas habla tanto o más que el resto de la imagen- y su colocación aislada en un extremo de la plaza, transmite una imagen de personaje solitario, reconcentrado y melancólico. O simplemente de alguien que pasa de todos los humanos a los que va dedicando su arte por pueblos y urbes.
Al otro extremo de la plaza le espera la fuente de las sirenas de Concha Gay. Pero su destino es mantener con ellas un diálogo a distancia. Quién sabe si algún día no coincidirán.
Me gusta este tipo de escultura, tan afín al paseante e incluso mezclado con él, y siempre de tamaño similar al del humano.
ResponderEliminarHe visto de similares y siempre me he parado a hacerme una foto.
Me gusta.
salut
Siiiii, me he cruzado con ella muchas veces viniendo del Poniente. Me gusta. Marisol
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