martes, 21 de enero de 2025

Emersión de la palabra desde Rosa Chacel

 


Quién dijo que la palabra emerge de la piedra no lo sé. Acaso me lo he imaginado. Quien dice piedra dice materia. ¿Y no es la materia la esencia o, mejor dicho, el todo del hombre? ¿Y no está la capacidad de este para transformarla? La escritora vallisoletana emerge de su propia materia. No es solo la imagen de ella, es su palabra la que asciende horadando la dureza. 

Nace la mujer y se hace la escritora. La fusión de bronce y granito en un entorno que se antoja selvático nos hace soñar con metáforas y alegorías. El busto realista, representando tal cual era Rosa Chacel, se crece sobre la base piedra, mole abstracta. El verdín y la pátina cubriendo la voz oculta. Y tras ese marco arbolado y asentado el monumento en el fértil suelo parece haber una conexión con un párrafo de su libro "Memorias de Leticia Valle": "Con todo, me pasa lo que con la rama de hiedra que llega al marco de mi ventana. Cuando la miro de refilón y la veo asomarse al cristal, me parece una lagartija que va a escaparse si me acerco. Sin embargo, no es lo que parece; no puede huir ni estremecerse, aunque pegue en el cristal con los nudillos; pero a pesar de eso me gusta creer que es mi compañera". ¿Se hubiera imaginado alguna vez la escritora que de alguna manera su futuro, ya en otra materia dispersa, iba a hallarse rodeada de la hiedra? ¿Sentiría de este otro modo el latigazo instantáneo de la simbólica lagartija que se ofrecía a sus ojos?

Tribuna idónea desde donde se sigue honrando el recuerdo de la vallisoletana y de paso las palabras que dotaron su obra. La escultura, obra de Francisco Barón (Madrid, 1931-2006), se erigió en un espacio recoleto del Campo Grande en 1988. 






viernes, 17 de enero de 2025

Postales de invierno. El pavo real

 


Querido pavo real. El rocío que acompañaba a la niebla de par de mañana se ha diluído lentamente y tú picoteas en busca de lo que solo tú sabes. Pero ¿acaso no hacemos también algo así los humanos? Picotear en nuestro entorno, deslizarnos entre cencelladas, buscar alimentos terrenales, incluidos los que nutren nuestros pensamientos, las emociones y los sentimientos. Y como tú, hay individuos que despliegan su plumaje para conquistas efímeras, pretendiendo deslumbrar en el entorno. ¿Lo logran? ¿O simplemente se lo creen? Si al menos dispusieran de la belleza de tus geometrías plásticas y de tus colores, de la gracilidad de tu imagen, de los movimientos controlados con que te mueves...La vida nos dice que quien de verdad aporta algo constructivo apenas se exhibe. Que quien busca con sinceridad no se pasea con alharacas. Que quien obtiene satisfacciones, que no beneficios crematísticos, lo consigue desde sus silencios. Pero a ti no se te puede aplicar esquema humano alguno porque solo vives para los tuyos. Y las metáforas y comparaciones son ejercicios netamente nuestros.

Te diré que eres una especie de hilo conductor de los vallisoletanos que hemos llegado a cierta edad. Os conocimos de niños y con cierta distancia y prevención. Más de una vez corríais tras algún paseante, acaso interpretando que este invadía un territorio sacro para vosotros. El del cortejo. Pero seguís llamando la atención de los visitantes, aunque no creo que las ánades o las ardillas tengan celos por ello, pródigos en eternizaros con los móviles y no sé hasta qué punto supliendo la observación directa y relajada. No me cabe duda de que sabéis sobradamente que dejáis al personal boquiabierto. Yo suelo escuchar sus expresiones de admiración.

Tenéis un vínculo tan simbólico con el Campo Grande, en cuyo ámbito os movéis como reyes del mambo, que hasta las ilustraciones publicitarias os ponen a capitanear la perspectiva del parque. Sois, como se dice ahora, un icono representativo. Una seña de identidad cuando no una identidad corporativa de la ciudad. Pero a veces, díscolos, despistados o aventureros, sobrepasáis la zona que los humanos os han delimitado y os paseáis alegremente por el Paseo de Filipinos, una ocurrencia que también practican de vez en cuando los patos o los gansos, con los consiguientes riesgos. No sé si fuiste tú u otro de tu familia al que no hace mucho tuve que reconducir hacia el recinto seguro porque había invadido la calzada de vehículos ¡con el tránsito que hay por esa zona! Se ve que mis chasquidos y palmadas conectaron con vuestros receptores sensoriales y logré que, sin mayor percance, tú o el que fuera se reintegrase a la vida ordinaria del jardín. Aquel día tuve la sensación de haber realizado una buena acción con otra especie. Seguro que os lo habéis contado entre vosotros. Eso me basta.




 

Elisa Martín Ortega y su libro "La piel cantaba" en la Fundación Segundo y Santiago Montes

 




En «La piel cantaba» se establece una alianza entre amor y dolor: la memoria del amor genera dolor al enfrentarse a un deseo infinito. Y la piel es la gran metáfora, la frontera que la voz no puede traspasar para expresar cuanto ansía. Clara, ensimismada y armoniosa, la voz de la piel que canta suena en la noche líricamente desolada; piel que está en el origen del lenguaje y marca los contornos de la boca, del decir. Así pues, la palabra poética, íntimamente ligada al lenguaje oral y a los órganos que lo generan, es una palabra nocturna que permanece agazapada, explora el dolor y ahonda en lo inefable. En palabras de Carlos Aganzo (La piel como frontera, Norte de Castilla) “La voz de Elisa Martín Ortega es una voz encendida en plena búsqueda de la belleza. Una voz que canta sobre las sorpresas del tacto y las visiones del interior, en ese momento incierto, todavía en los feudos de la noche oscura del alma, donde se espera con inminencia la llegada de la luz del amanecer”.





Elisa Martín Ortega (Valladolid, 1980) había publicado hasta el momento tres libros de poesía: Corazón huido (2002) Ensueño (2009) y Alumbramiento (2016), además de los ensayos El lugar de la palabra. Ensayo sobre la Cábala y la poesía contemporánea(2013) y La belleza de la infancia (2022). En su faceta investigadora, se ha dedicado a los estudios sefardíes, y actualmente es profesora de Literatura infantil en la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Madrid. Todos sus libros los ha presentado en la Fundación Segundo y Santiago Montes, a la que ha estado siempre ligada, habiendo colaborado durante dos veranos en las labores didácticas que Catalina Montes llevaba a cabo en la Ciudad Segundo Montes de El Salvador.


* Información remitida por la Fundación Segundo y Santiago Montes.

martes, 14 de enero de 2025

Ménades y sátiro en el jarrón modernista de Ángel Díaz Sánchez en el MUVA

 



He ahí el sátiro en el juego de seducción con las ménades o bacantes. Enredados todos ellos en una celebración dionisíaca el sátiro trata de apropiarse de las danzantes y ellas lo fustigan, escapan, se burlan. Se dejan arrebatar. Es un juego condescendido entre todos. Hasta los amorcillos, esos niños que en realidad son los impulsos eróticos, azuzan la diversión, pugnan por contribuir a su manera a la bacanal. La flauta de Pan cuelga de una rama. Pendiendo de otra rama, un panal de miel al que acude una abeja. Hay una mariposa que revolotea. Toda la imagen es de un mundo rural donde las fuerzas naturales implican a los seres fantásticos como proyección de los mortales. Una ménade se deja caer voluptuosa y enajenada, sin soltar el pandero. Casi se escucha la última percusión musical. Otra, desde lo alto, perdiendo su vestido, se dispone, pletórica de regocijo, a golpear al sátiro con una vara. Un amorcillo tira de la gran oreja caprina del genio. Este ríe y se retuerce abandonado a la lujuria, ocupando gran parte de la escena de un costado del jarrón. Sus manos gruesas obran como zarpas, reteniendo a las dos bacantes por sus brazos o piernas. Las contorsiones de las figuras conceden movimiento a un jarrón que se presta como excusa para la escena. 




Sobre sátiros dice el investigador Ramón Andrés en su Diccionario de música, mitología, magia y religión: "Estos genios festivos y alegres, custodios de los bosques, embriagados por el vino y no menos por la sensualidad del mundo, tenían un aspecto rudo y bestial, mitad hombre y mitad macho cabrío en su parte inferior; otras veces sus piernas y cintura correspondían a un caballo, o bien a un asno. Siempre provistos de una larga cola, sus representaciones coincidían en mostrarlos chatos y calvos, desnudos e itifálicos, con los ojos saltones".

El mismo autor también dedica su erudita indagación a las bacantes: "...Tocan una música de sonido intenso y embriagador, y lo hacen con el aulós y percutiendo fuertemente la tensa piel del tímpano; casi desnudas y con velos transparentes -otras veces se las describe con pieles, a menudo de corzo o de pantera- van por los montes y caminos coronadas de hiedra, llevan un tirso y un cántaro, y danzan con fuerza y violencia. Se pensaba que durante sus rituales estaban poseídas por una pantera, y danzaban imitando los movimientos de este animal".



Siempre es una sorpresa lúdica encontrarse con una recreación que desde el arte clásico se ha estado reproduciendo hasta la actualidad. El juego de la seducción del sátiro con las bacantes. Este interesante jarrón modernista forma parte de la Colección de Arte de la Universidad de Valladolid. Su autor fue el madrileño Ángel Díaz Sánchez (1859-1938) que tras formarse en la Academia de San Fernando de Madrid viajó a Italia donde trabajó intensamente. Posteriormente se asentó en Valladolid y aquí fue durante veinte años profesor de la Academia de Bellas Artes. La Universidad vallisoletana adquirió en 1981 un lote de pinturas y esculturas de este artista.

Realizado en yeso barnizado el jarrón se halla protegido por un acristalamiento que, con sus reflejos, limita la nitidez de las tomas fotográficas del visitante.  










viernes, 10 de enero de 2025

Máscaras de nuestros días -¿o de siempre?- en el Museo de la Universidad de Valladolid

 


El paseante no niega que siente especial predilección por un objeto artesanal que aún se exhibe en determinadas festividades de todas las regiones del país. Y con el cual todavía la gente mantiene cierta distancia, ya sea en su manifestación callejera o en la exposición en un museo. Distancia y prevención. Conozco a personas que solo mencionarles la máscara emiten su juicio al estilo vade retro. Ignoro si porque sus subconscientes respectivos les hablan temerariamente o porque la estética de muchas máscaras les espanta. Hay gente que no soporta la desfiguración de los cuerpos y mucho menos de los rostros. 

En realidad muchos tipos de máscaras son satíricas y burlonas, y siempre una exageración Pero cada cual es libre para sentirlas perturbadoras, cuando deberían ser más bien purificadoras, es decir una manera de ver en un rostro transfigurado lo ridículo que es el rostro cotidiano que llevamos cada uno al hacer frente a los avatares. Cuando uno se mira en el espejo y juega a hacerse gestos desmesurados con el otro que se refleja en él, ¿no está ejerciendo el papel de máscara? Por no hablar de la máscara, y aquí uno entra en el orden psicológico, que con frecuencia llevamos por la calle para mantener el tipo de individuos normales.




¿Y a cuento de qué viene esta perorata sobre máscaras? A cuento de una exposición que he tenido oportunidad reciente de visitar. No es uno de los museos más conocidos el de la Universidad de Valladolid. De hecho hay varios museos dependientes de la institución, solo que dispersos en sus ubicaciones. Haciendo repaso, y si no me traiciona la memoria, está el de Ciencias Naturales en el edificio conocido como la Normal, el de Ciencias Biomédicas, en la Facultad de Medicina, y el de Historia y Arte, en el Edificio Doctor Tejerina en la Plaza de Santa Cruz. Pues bien en este último, además de un fondo permanente de obras pictóricas y escultóricas, amén de diversos otros objetos, se realizan exposiciones transitorias. Y he aquí que una de ellas es la que está ahora mismo en vigor hasta el 21 de febrero. La titulada Alas y viento, del catalán Nacho Rovira.




Esta exposición es parte del proyecto europeo Masks, y copio y pego de la web de Alas y viento, "destinado a fomentar el aprendizaje de la creación artesanal de máscaras, en el que colaboran doce socios de Rumanía, Italia, Portugal y España, y en colaboración con la Cátedra de Estudios sobre la Tradición de la Universidad de Valladolid". 

Como esta entrada de blog no es un catálogo sino un popurrí visual, a capricho, donde solo se pretende una mirada sobre la belleza y originalidad espectacular de las máscaras, no pretendo orden alguno. Únicamente decir que en esta muestra  hay  máscaras elaboradas por artesanos actuales que responden a diversas manifestaciones populares. Las hay de representaciones de las celebraciones cristianas de Navidad o Semana Santa o el Corpus. Las hay de carácter funerario. O de teatro. Pero sobre todo dominan, al fin y al cabo son las más extendidas y representativas del sentir lúdico, las carnavalescas. Bien las de pueblos, las cortesanas del Barroco o aquellas que aún se inspiran en la Comedia del Arte.




El coleccionista Nacho Rovira dice haber recorrido durante 44 años el planeta recogiendo máscaras por doquier, máscaras representativas de culturas, tradiciones y leyendas, cuyo carácter varía, y que muchas tienen un origen animista. Él lo expresa así: "Dudé en su día cómo llamar a esta colección y me decanté por «Alas y Viento» ya que estas piezas de arte y cultura son personajes, espíritus y ancestros que han viajado con sus alas hasta nuestros días como pájaros inmemoriales impulsados por vientos de fe e ilusión. Mostramos estas máscaras viajeras con la humilde esperanza de que vivan y sigan nuevas corrientes y sinergias durante mucho tiempo".





Pero es la directora de la Cátedra sobre Estudios de la Tradición María Pilar Panero García quien aporta una información más precisa: "Cuando hablamos de máscaras automáticamente tenemos la evocación del arte primitivo, categoría que, por fortuna, se ha desprendido de las connotaciones negativas que tuvo cuando se comenzó a utilizar en la Europa colonial para referirse a las producciones de los «otros», esos pueblos some tidos que vivían como «nosotros» en la Prehistoria. Es decir, el arte primitivo era el arte de los «salvajes» y, en el mejor de los casos, el de los «bárbaros» atrasados e incapaces de producir obras artísticas con los cánones europeos de las clases de prestigio. Esta idea es la que se aplicó también a «nuestros otros», los campesinos que producían sus obras «populares» desde sus economías depauperadas o de subsisten cia. Lo popular es otro nombre para lo primitivo. 

Esta teoría decimonónica y desfasada que veía en las artes primitivas o populares formas antiguas, inge nuas e infantiles, es en parte aceptada y en parte superada por los primitivistas como Gauguin, Picasso o los integrantes del grupo ruso de Sota de diamantes. Los últimos reivindican la cultura popular rusa y la combinan con las culturas exóticas y «primitivas». Uno de los elementos de las culturas exóticas y campesinas que valoraron y fascinaron a los miembros de las vanguardias artísticas fueron las máscaras. Su consideración de arte primitivo o popular se combinó con su estimación como artefacto cultural y uti litario en rituales y cultos reivindicado desde el folklore y el indigenismo. En la oposición al desarrollismo o al colonialismo las artes populares han sido fundamentales para refrendar las identidades frente a la industrialización y la globalización, entendida esta última como colonización cultural. Y en este punto es donde estamos hoy.

La cultura de la máscara se inserta en la música, la danza y la oralidad de las culturas populares, así como en las artesanías, las duraderas y las efímeras. Hoy día se siguen produciendo máscaras para muchas finalidades lúdicas, rituales y estéticas que validan la idea de tradición. Es decir, las máscaras son un soporte plástico para que los grupos participen de la estructura social que es cambiante".





Uno no puede abandonar esta entrada sin traer a colación a un estudioso de los simbolismos como Juan Eduardo Cirlot. 

Dice Cirlot sobre la máscara: "Todas las transformaciones tienen algo de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y lo ambiguo se produce en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser ya otra cosa, pero aún sigue siendo lo que era. Por ello, las transformaciones tienen que ocultarse: de ahí la máscara. La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que es a lo que se quiere ser; este es su carácter mágico tan presente en la máscara teatral griega como en la máscara religiosa africana u oceánica. La máscara equivale a la crisálida".

Sugerencia para quien lea esta página. Visite la exposición y disfrute. Las máscaras no las fabrican los humanos para apartarnos de ellas sino para dejarnos conducir por ellas hacia los territorios que no conocemos de nosotros mismos.  




Quien desee acceder al catálogo situado en la red puede ir a















































miércoles, 8 de enero de 2025

El olivo de la Fuente Dorada no es un olivo cualquiera

 




Existe un árbol cual yo no he oído 
que haya germinado jamás en tierras de Asia 
ni en la isla dórica de Pélope, árbol tenaz 
que brota espontáneamente, motivo de admiración 
de lanzas hostiles, que reverdece por doquier 
en esta tierra: el olivo de hojas glaucas 
que alimenta a nuestros hijos. 
Nadie, ni joven ni en plena vejez, 
podría destruirlo con rabiosa mano, 
pues el ojo avizor de Zeus, protector de los olivos,
lo vigila siempre, así como también 
la de ojos glaucos, Atenea.

Así canta Sófocles, en su Edipo en Colono, al árbol milenario. Y así parece que ungido por la poesía y por la edad se nos muestra este ejemplar, instalado desde 1998 en la Plaza de la Fuente Dorada como un vecino más. Ancestral cultivo mediterráneo, el olivo tiene un significado profundo para cuantos habitamos en países de la zona sur del Mare nostrum. Entras en el mundo del mito y de los simbolismos y te encuentras que este árbol ya estaba situado en la Acrópolis de Atenas dedicado a su diosa favorita. Y que los textos bíblicos que hablan de un extenso diluvio citan a la paloma que trayendo en su pico una rama de olivo significaba la paz al cesar el castigo divino.

Si este simbolismo de la paz predomina en la cultura occidental no parece sino sumamente oportuno tener un olivo en esta plaza tan familiar como transitada de nuestra urbe. A la primitiva tradición de considerarlo emblema de pacificación y utilizar sus hojas en ceremonias de los triunfadores en los juegos o en sus victorias guerreras, se suma la sustancia oleaginosa que emana de sus frutos, tan efectiva en su consumo como representativa en rituales de la antigüedad clásica y del cristianismo.  

Y qué mejor simbolismo actualizado que el que aportan las mujeres que dan la cara para denunciar la barbarie de la violencia de género. Durante estas fechas últimas de celebraciones, el olivo de la Plaza de la Fuente Dorada ha dado testimonio, de mano del Foro Feminista de Castilla y León.. No tanto por el fruto habitual, sino por otro más amargo. El que intenta llegar a las conciencias. El que se reclama de la memoria. El que quiere transportar los nombres de las mujeres caídas por el crimen machista a través de los carteles colgados de sus ramas. El que denuncia el acoso y la agresión. El que recuerda a las mujeres y a los hijos víctimas, y exige que no se olvide y que se actúe en un intento de parar los crímenes y condenar a la mano ejecutora. 

La belleza no es en este caso solo bella por ser natural -y la estampa del olivo lo prueba- sino por aportar la reivindicación. Al fin y al cabo al hacerlo se actualiza su simbolismo lejano. A Zeus y, sobre todo, a la diosa Atenea la iniciativa les habría encantado.
                                                                                                                                                                                                                               


Este ejemplar de olivo de la Plaza de la Fuente Dorada es centenario; entre 100 a 120 años de edad se le calcula. Su copa abundante completa el porte nervado de su tronco y, según datos del Catálogo de árboles y arboledas de la Revisión del Plan General de Ordenación Urbana de Valladolid, que le considera árbol singular, tiene una altura de algo más de 3 metros. Este mismo informe resalta tanto su buen  estado como su calidad estética en el entorno donde se encuentra ubicado. 










viernes, 3 de enero de 2025

El Patio de la Casa de los Gallo, algo más que el Hotel Imperial

 




No es frecuente encontrarse en un hotel de toda la vida -aunque la vida del Hotel Imperial vaya a cumplir como tal 111 años, y ya está bien- un patio renacentista con un lujo de arcos, fustes y capiteles como este. Y sobre todo por su esmerada conservación. Y he ahí mi interés por pasearme bajo una iconografía rica cuyo simbolismo se me escapa, pero que se constata que era una práctica al uso en los siglos XVI e incluso XVII en los innumerables palacios y casas nobles que pulularon en nuestra ciudad. Y más cuando fue sede temporal de la Corte de España. Y el gran valor añadido. Este hotel y su restaurante se encuentran ubicados junto a la Plaza Mayor, ágora imprescindible para el local y el forastero.

Cabezas caprinas, seres alados, animales fantásticos, máscaras y mascarones, niños, elementos vegetales, conchas, incluso una calavera, respondiendo a los gustos decorativos de los arquitectos de aquel tiempo, destellan desde los cuatro puntos de cada capitel. Y las esculturas están labradas con sumo primor. Junto a ello la esbeltez de los fustes de las columnas, al igual que su basamento, realzada por la arquería, causa una impresión soberbia al visitante. Sigue la línea del estilo denominado toscano. Nuestro inolvidable historiador de Arte Juan José Martín González calificaba los capiteles de estilo plateresco. Uno piensa que los nombres pueden quedar en segundo plano, y que lo importante es disfrutar sensorialmente de la obra mientras te tomas un café con buen tono o saboreas un verdejo rico. 




No es un patio cualquiera, sino un patio salvado. Hay más en Valladolid, pero también hay menos, pues muchos edificios importantes fueron derribados hace décadas. Nula apreciación por parte de especuladores y autoridades de otros tiempos, si bien seguramente muchos de ellos estarían en deficientes condiciones e incluso entonces se preferiría que se cayeran del todo. Precisamente por ello hay que valorar lo que tenemos. Y lo que ha llegado a nuestros días, como es el caso, se debe en parte a la buena edificación inicial, al mantenimiento de supervivencia de varios siglos y al cuidado de la familia Abellán Velasco, propietarios del hotel.

Leve historial. La casa actual es de finales del primer tercio del siglo XVI, levantada por el banquero Santiago de San Pedro. Pero por deudas con la Corona tuvo que venderla a medidados de siglo a uno de sus acreedores, Hernando de Ochoa que, a su vez se vio obligado poco después a venderla a un banquero de Medina del Campo. Los avatares siguieron, pues pasó a manos de la Compañía de Jesús y después por más manos hasta terminar en 1607 en propiedad de Juan Gallo de Andrada, cuya familia fue dueña hasta 1848. El restaurante que acoge el hotel lleva precisamente el nombre de Casa de los Gallo. Fue entonces cuando un descendiente de aquella familia secular vendió el edificio a Francisco López Santiago, que la convirtió en posada, la llamada Fonda del Peso, que toma nombre de la calle donde está situada la puerta principal del hotel. Nada nuevo ni tan antiguo esto del paso de las propiedades de unas manos a otras a lo largo de la historia, e incluso lo vemos en estos tiempos que vivimos, acaso con tanta o más celeridad.




Naturalmente el edificio actual es una ampliación de aquella hostelería primigenia, dando sus fachadas a la citada calle del Peso, a la calle Correo y a la calle Molinos. Pero volviendo al relato de los cambios de propiedad citaré solamente que ya tenía solera lo que es hoy. Así, desde 1850 a 1885 existió la Fonda Parador del Peso. Desde 1885 a 1908, el Hotel de la Iberia. Desde 1908 a 1913 el Hotel Victoria. Todo un proceso de cambio de propiedad, que no de uso. Y ya en 1914 Damián Velasco San José, oriundo de un pueblo burgalés, fundó el Hotel Imperial vigente. En 1941, doña Carmen, esposa del fundador, y sus hijos llevaron a cabo obras importantes de remodelación y decorativas, y en 1944 comenzó una nueva etapa, pues una de las hijas, Angelines, se casó con un comerciante murciano, Manuel Abellán, tomaron el timón y no cesaron de remozar el hotel y sus funciones, hasta posteriormente trasladar a sus hijos, los actuales gestores, el testigo. Conclusión de los acontecimientos históricos referentes a un negocio hostelero: que este pervive si se ejecuta una recurrente renovación, si se toman iniciativas para su mantenimiento y atención, lo que podría calificarse de adaptación a los tiempos, ya de por sí extraordinariamente competitivos.

En las siguiente imágenes se puede ver lo que sería la entrada antigua en la fachada de sillares de piedra, que da a la calle Correo. Y, oh sorpresa, véase cómo el citado Juan Gallo de Andrada, que se hizo con el viejo edificio, aparece en la introducción a la edición de 1605 del Quijote. 









Con la tarde 
se cansaron los dos o tres colores del patio. 
Esta noche, la luna, el claro círculo, 
no domina su espacio. 
Patio, cielo encauzado. 
El patio es el declive 
por el cual se derrama el cielo en la casa. 
Serena, 
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. 
Grato es vivir en la amistad oscura 
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.


Jorge Luis Borges también habría aplicado al patio renacentista de la Casa de los Gallo este poema suyo titulado Un patio. Aunque su cobertura, que ya viene desde la transformación del antiguo edificio en posada y hotel, tal vez no le satisficiera porque Borges era respetuosamente clásico. Larga es la polémica sobre la cubrición de los patios antiguos, pero por mor de nuevos usos, por mucho que quede desvirtuado el sentido original, los criterios de un uso moderno también pueden ser útiles para preservar la herencia histórica. A mí me parece un acierto, pues en realidad la cubrición de este patio no deja de ser una transparencia. Y una vez más, como valor compensatorio hay que decir que probablemente sin el cuidado de los propietarios del hotel actual el patio se hubiera extraviado para siempre.

Porque el patio tiene tres alturas, y los clientes del hotel pueden comprobarlo cuando transitan hacia sus habitaciones. En otra altura se siguen reproduciendo capiteles originales y en la superior son una reelaboración más moderna para que se mantenga la estética, en una obra realizada por Ortiz de Urbina, un arquitecto fundamental en el Valladolid decimonónico.





Y dejo aquí una opinión fundamentada de la historiadora María Antonia Fernández del Hoyo sobre estos capiteles, que aparece en el libro Casas y palacios de Castilla y León. "Son estos seguramente los de mayor calidad de la ciudad y su similitud con los del Palacio Real, la Casa de los Villasantes (actual Palacio Arzobispal) o la desaparecida del Conde Monterrey, en Valladolid, y el Palacio de las Dueñas, de Medina del Campo, pueden hacer pensar en un mismo autor". 

Por supuesto, el historial del Hotel Imperial da sobradamente para multitud de anécdotas vinculadas a la gente que se ha hospedado permanentemente en él, a actores, comerciantes, a actividades y tertulias que han tenido lugar en su seno. Pero la narración solo puede ser de boca de los últimos y actuales testigos, los hermanos Abellán Velasco que con cariño aún mantienen a flote el hotel.