martes, 30 de septiembre de 2025

La elegancia florentina del Palacio de los Marqueses de Valverde, en pleno casco antiguo

 



Subir desde la plaza Mayor por detrás del Ayuntamiento en busca del Valladolid más ancestral. Dejarse arropar por el número de monumentos que han sobrevivido de un lejano pasado abundante. Uno se va encontrando edificios que se han salvado de la ruina y la incuria humana. San Benito, el Patio Herreriano, San Agustín, los conventos de Santa Isabel y Santa Clara, o San Miguel, la casa de los Valverde, Fabio Nelli, el convento de la Concepción, el antiguo Coso, el Palacio del Licenciado Butrón...Todos ellos en una proximidad continua que prosigue en otras direcciones. Estamos hablando de pleno casco antiguo o, mejor dicho, de una de las zonas del casco antiguo. 

Cierto que todos estos edificios disponen de un uso totalmente nuevo. Cierto que muchos de ellos no llegan completos o se ha rescatado una parte con alta dignidad. Cierto que deben convivir, por mor de la no siempre respetuosa evolución constructiva e inmobiliaria, con edificios de altura que nada tienen que ver con la fisionomía de aquellos siglos en que fueron erigidos los monumentos. Y es ahí, en ese recorrido donde haciendo esquina con la calle Expósitos -qué nombre tan significativo- y San Ignacio, junto a la Plaza de Fabio Nelli, donde destaca todavía con empaque la casa de los Marqueses de Valverde.  



El edificio fue rehabilitado integralmente hace pocas décadas y la restauración también afectó a la fachada. Llama la atención esa disposición angular tan poderosa de la esquina, donde las balconadas se superponen con dos ventanas separadas por un pilar almohadillado, como todo el contorno.  Encima de las ventanas se erigen dos medallones renacentistas con figuras femeninas que algunos dicen que pueden representar virtudes de los dueños de la casa. En la Guía de Arquitectura de Valladolid escribe Daniel Villalobos Alonso: "Estas imágenes transmiten aun a los que las contemplan, las cualidades evocadoras del ornamento renacentista, poseedor de un lenguaje preciso en su simbología que se refiere a la tradición neoplatónica recuperada en ese siglo en la ciudad de Valladolid y a su discurso sobre el amor, tan discutido en los debates filosóficos del pensamiento neoplatónico".

Esta esquina resalta más como escultórica que cual elemento arquitectónico, pues el almohadillado florentino causa el impacto de una representación plástica, enormemente decorativa. Lo más logrado es que estas ventanas se armonizan y compenetran visualmente con la portada, que exhibe a su vez un hermoso almohadillado. La puerta es un derroche de almohadillado, tanto en el arco de medio punto como en los laterales, una muestra renacentista dotada de una cualidad decorativa diferente a la de otras fachadas más sobrias de los palacios vallisoletanos. La ventana que se alza sobre la puerta no desmerece en absoluto y aunque se estima que es ya barroca y bastante posterior, los atlantes -masculino y femenino- que la enmarcan, reforzada decorativamente por mascarones y escudos nobiliarios, completan una fachada redundando en su personalidad.




El patio, en línea con lo que se llevaba en su época por los demás palacios, exhibe una armoniosa galería en la que, según parece, las columnas actuales son una sustitución de las orginales, ignoro si por el mal estado de las primitivas o por otra circunstancia. El edificio entero es hoy algo totalmente distinto al fin original -aunque a lo largo de los siglos a la par que cambió de propiedad también sufriría abundantes modificaciones-  y está ocupado por viviendas, comercios y oficinas. No obstante el acceso al patio es abierto y se agradece que la conversión más moderna haya mantenido al menos un cierto espíritu y recuerdo de lo que fue tradicionalmente. Otras ventanas y balcones que aparecen en la fachada principal y la de la calle Expósitos son de época posterior, y al buenoteador enseguida le salta a la vista estilos y formas de entender la arquitectura que tuvieron en cada época.

Propiedad a mediados del siglo XVI de Don Juan de Figueoa y María Núñez de Toledo, más tarde perteneció a Don Fernando de Tovar, señor de la Sierra de la Reina y Marqués de Valverde. Es por este último nombre por el que es citado. 





Mirar la ciudad nos conduce a preguntarnos. Y en esa indagación más se descubre la riqueza urbanística o, si se quiere inmobiliaria, monumental, que tuvo que haber en Valladolid hace unos siglos. Quedan soberbios testigos, gran parte de carácter eclesiástico -y eso que de este orden han desaparecido un número elevado de monasterios e iglesias- y otra parte de edificación civil, de palacios o casas de nobleza o de mercaderes ricos, o simplemente posadas. Y al constatar lo que nos queda, que nos parece mucho, es cuando uno se da cuenta de lo perdido. Trazados antiguos modificados, calles enteras venidas abajo, edificaciones señoriales y soportales desaparecidos. No es un fenómeno nuevo, no viene solamente de las décadas de especulación inmobiliaria del último tercio del siglo XX. Ya el historiador ilustrado Antonio Ponz, que realizó un recorrido por España por encargo de Campomanes en pleno siglo XVIII, relata en su Viaje de España (1783) lo que vio por Valladolid y se sensibilizó con el lujo monumental heredado, pero constató también la decadencia:

"Se encuentran en esta Ciudad multitud de portaditas buenas, y patios con columnas en las casas antiguas, casi todas sin concluir, que por desgracia abandonaron, y abandonan sus dueños: muchos de los capiteles son de aquellas caprichosas invenciones de Berruguete, compuestos de cabecillas, animalejos, serpientes, y otras cosas, que no se deben imitar en tales miembros de la arquitectura; pero fuera de esto son trabajos de mucha prolixidad, y diligencia, que divierten y entretienen la vista de quien los mira. 

(...) Se ven igualmente diferentes patios, y portadas de la arquitectura Greco-Romana, que floreció en el buen tiempo 

(...) Da compasion el número de casas que hay ruinosas, y enteramente caidas, ó á medio caer, que se encuentran en muchas calles, siendo muy pocas las que se reparan, y menos las que se hacen de nuevo. Consiste en que muchas son de mayorazgos, que no se creen en obligación de repararlas: en los alquileres cortos, y ser las obras costosas. Como no las pueden vender, ni permutar sin licencia de S.M. y dispendiosas diligencias se aumenta la ruina. Se junta también el gravamen de censos perpetuos que las casas tienen, y subsisten en sus solares, y así no quieren repararlas los dueños del dominio util".  
 












Corrió una leyenda -ojo con las leyendas, que muchas de ellas suelen ser malévolas- por la que las figuras de los atlantes de la ventana barroca que hay sobre la puerta serían la representación de dos amantes adúlteros. La mujer se trataría de la marquesa, que fue infiel a su marido al enamorarse de un criado, y el hombre sería el amante del que ella se encaprichó. El marido supo de la relación y estableció causa contra ella pero el fallo judicical o le satisfizo, por lo que, en venganza, decidió reproducir a ambos personajes rendidos a Eros en plena fachada, no se sabe si como escarnio, desquite o aviso moral para generaciones futuras. Cuento, al fin y al cabo, porque nada consta en ninguna parte sobre lo que relata. Si se contó al calor del hogar en las noches de invierno o es invención de algún vate aburrido, tampoco es comprobable. Pero ya hubo quien, pretendiendo ser un nuevo Quevedo varios siglos más tarde, ingenió una poesía.

En efecto, en el poema El drama universal, del poeta romántico Ramón de Campoamor, se recoge la leyenda de la mujer que se entiende con el amante a espaldas del marido, en esa tradición muy al gusto del siglo XIX. He ahí un trozo.

LOS MARQUESES DE VALVERDE 

«Se alzó en Valladolid un edificio, 
de Fabio Nelli en la plazuela un día, 
y desnudo, en el ancho frontispicio, 
el cuerpo de la dueña se veía. 

»Creyó, haciendo la impúdica escultura, 
este Marqués celoso y delirante, 
vil castigar la vil desenvoltura 
de esa adúltera esposa y del amante. 

»Ciego, al llenar a su mujer de lodo, 
no ve el Marqués que su deshonra sella, 
publicando el imbécil de este modo
la infamia de él y la vergüenza de ella.
 
»Y ¿qué diréis del escultor impío? 
No supo, al retratarla, el miserable, 
que si el mundo perdona un extravío, 
siempre es con la bajeza inexorable. 

»Éste fue el escultor que hizo el retrato, 
ése el marido fue, la mujer ésa: 
¿cuál tuvo de los tres, menos recato, 
el artista, el marqués, o la marquesa?» 




sábado, 27 de septiembre de 2025

El vacío ocupado por los artistas del colectivo palentino Artistas Independientes AI+ en la Fundación Segundo y Santiago Montes

 



Pasar por la Fundación Segundo y Santiago Montes en una mañana sabatina de otoño clemente, tirando a temperatura en ascenso. Y es que la Fundación ha comenzado la actividad del nuevo curso. Lo hizo ayer viernes con la presentación de un poemario de Fermín Herrero -todos los viernes suele presentarse alguna obra literaria- y unos días antes se había inaugurado una exposición de obras del colectivo palentino Artistas Independientes AI+. 

En el pequeño pero acogedor jardín nos recibe la siempre diferente escultura de Oteiza, ese hueco interior habitable mediante capas yuxtapuestas, cuyas superficies van en chapa recortada y soldada en sus aristas, en palabras de Jorge Ramos y Fernando Zaparaín, de la Escuela de Arquitectura, y que parece conjugar con el nombre de la exposición del colectivo palentino Artistas Independientes AI+. Porque precisamente, y sin que tenga que ver con la obra de Oteiza, han titulado la muestra El vacío habitable. Sus componentes: Feli Alonso Acuña, Juan Carlos Gonzalez Muñoz, Juan Carlos Camarero Casado, Inma Emperador, Inés Martínez, Maria Jose Amor Rojo, Alfredo García Andrés, José Ramón Juez Cabañes y Paulino Mena Nieto. Y una serie de sus trabajos de los que he tomado algunas imágenes.

Transcribo la nota que ha escrito la Fundación: "La muestra reúne a una decena de creadores del colectivo en torno a una reflexión común: el vacío no como ausencia, sino como espacio de posibilidades, encuentro y creación. Pintura, escultura y grabado conforman un recorrido en el que la luz, la sombra y el silencio se convierten en materia artística. Con más de diez años de trayectoria, AI+ reafirma con este proyecto su compromiso con la difusión del arte contemporáneo y la apertura de nuevos espacios de diálogo con la sociedad".

Esta exposición permanecerá abierta hasta el 12 de octubre, los viernes de 19 a 21 y los sábados y domingos de 12 a 14.












Esta fotografía de los artistas está tomada del facebook del colectivo.
 


La obra de Jorge Oteiza en el patio jardín de la Fundación Segundo y Santiago Montes, testigo permanente junto a otras dos obras del artista local Miguel Isla, entregadas a los rigores del clima vallisoletano.



miércoles, 24 de septiembre de 2025

Aquel fatídico terremoto que repercutió en la torre de la catedral llamada La buena moza

 



Siempre me quedo imaginando, en la confluencia desnivelada de las calles Catedral y Arribas, la torre desaparecida de la Catedral, la auténtica. La torre del otro lado, la que se ve ahora, es de finales del siglo XIX y principios del XX, y nada tiene que ver con la traza que el arquitecto Herrera y después Churriguera, intentaran llevar adelante. Todo el mundo sabe en Valladolid que la catedral es un edificio demediado y cojo. Que el proyecto original era extenso y se había diseñado con cuatro torres, pero quedó no ya inconclusa sino muy a medias. No obstante hay grabados que dejan constancia de que al menos se erigió una torre que daba a poniente, que ya planteó problemas en los primeros años del siglo XVIII y exigió reparaciones. Bien por la altura o por el terreno, probablemente más inestable pues uno de los Esguevas pasaba por detrás, la excesiva envergadura de la torre, a la que se le añadieron más cuerpos que en el proyecto original, no debió contribuir a la estabilidad y firmeza. Y sí, debió ser la torre más alta de la urbe, divisada ya a distancia desde todo el alfoz por los viajeros y gentes que llegaban, y cuentan que popularmente dieron en llamarla La buena moza

Pero como las leyes de la naturaleza no son las de los humanos y no andan con contemplaciones, tan ajenas a las obras mundanas, he aquí que el tristemente célebre terremoto de Lisboa, que ya Voltaire mencionara en su Poema sobre el desastre de Lisboa, tuvo su efecto sobre la torre. Y aunque el neoclasicista Ventura Rodríguez trató de poner algún remedio parece ser que el daño estructural era más severo y en 1841 se vino abajo. 





Aquel seísmo considerable que causó tanta desgracia por ciudades españolas del Sur principalmente y se dejó notar en Valladolid es relatado en primera persona por Ventura Pérez, un vecino que durante bastantes años fue dejando constancia de acontecimientos de la ciudad bajo el título de Diario de Valladolid. Un diario sui generis que el Grupo Pinciano editó hace pocos años y que es un deleite por la de cosas que se narran de modo sencillo y donde se advierte que ya sucedían muchos acontecimientos, sucesos y peripecias en nuestra ciudad. He aquí la transcripción de lo que narra sobre el terremoto en la misma feha que tuvo lugar:

"Año de 1755, dia de Todos los Santos, primero de Noviembre, á las diez de la mañana poco más ó menos, vino un grande terremoto y temblor de tierra de modo que toda la ciudad bambaleó, hasta los más eminentes edificios  de templos, palacios y torres, como fue la de la Catedral, que del bambaleo que dió sonó el reloj; pero por la infinita misericordia de Dios no hubo en esta ciudad desgracia ninguna ni el más leve daño, el que en otros pueblos los hubo grandísimos y con grande esceso. Fué general el terremoto en toda la Europa, á una misma hora, y se esperimentaron grande estragos especialmente en Lisboa, Sevilla, Cádiz y Turquía, como lo testificaron las relaciones que de dichas provincias se estendieron en todo el reino. En la Santa Iglesia, á donde yo me hallé á este tiempo, toda la iglesia se bambaleó, y todos los canónigos echaron á correr y dejaron la iglesia sola, que no quedamos en ella mas que el Ilmo. Sr. D. Isidoro Cosío, obispo de ella, su coadatario, un vecino de esta ciudad llamado D. Manuel Colomeda y mi persona; nos arrimamos al machon donde se pone el púlpito cuando vá el acuerdo, hasta que fué viniendo gente diciendo que habia sido en toda la ciudad, y los canónigos acabaron la misa en el oratorio que la decia D. Juan Ignacio Delgado, dignidad de arcediano, y al empezar el Evangelio sucedió".




Pero para un relato de lo acaecido sobre el derrumbe de la torre casi un siglo después, en 1841, tenemos la versión del vallisoletano Matías Sangrador Vítores, cuya Historia de Valladolid, obra de 1851, es considerada la primera síntesis sobre la historia de la ciudad, una obra pionera, en palabras del catedrático de Historia  Contemporánea Celso Almuiña, que aporta una serie de datos eruditos.  He aquí el relato del derrumbe de La buena moza:

"Llegó por fin el aciago dia 31 de Mayo del referido año de 41, y sobre las doce de la mañana comenzó en esta población una gran tempestad de agua y granizo, acompañada según advirtieron algunos, de un pequeño temblor de tierra, que tuvo inquieto al vecindario hasta las tres de la tarde en que cesó. A las cinco menos cuarto de la misma, una horrible detonación conmovió toda la ciudad, y las densas nubes de polvo que se veian á las inmediaciones de la catedral anunciaron la ruina del ángulo occidental de la gran torre. Se hallaban a la sazón dentro de ella el campanero Juan Martinez y su muger Valeriana Perez, quienes sorprendidos con tan inesperado suceso, trató aquel de salvarse refugiándose en el hueco de una ventana, y esta cayó envuelta entre los escombros hasta el fondo de la capilla de San Juan Evangelista.

Las primeras personas que se presentaron en aquel sitio fueron Jorge Somoza, Aquilino Flecha, Juan Tabernero y Mariano Rodriguez, quienes al oir los triste lamentos del campanero que demandaba socorro desde la ventana en que se había salvado, corrieron á casa del primero y tomando una escalera la colocaron en la pared de la torre, y después de haber subido por ella Somoza y Tabernero, consiguieron bajar a Juan Martinez sin haber sufrido este la menor lesion.

(...) Se practicaron algunas diligencias para averiguar el paradero de la Valeriana; mas no habiéndose podido descubrir llegaron á persuadirse todos de que habria perecido entre las ruinas. Mas sucedió que siendo ya cerca del anochecer, habiéndose llamado á grandes voces á la Valeriana, quedaron todos sorprendidos al oir allá en el fondo de las ruinas una voz triste y apagada que contestaba *aqui estoy".

Final feliz para los campaneros Juan y Valeriana, aunque fatídico destino, incorregible, de la única torre del templo que llegó a estar alzada en su  tiempo. Pido disculpas por haber extendido el relato del caso que, no obstante, aún prosigue ampliamente. Si interesa la anécdota el libro de Matías Sangrador se puede encontrar en las bibliotecas municipales.
 




Grabado de Fournier, antes de la caída de la torre


Dibujo de Ventura García Escobar, representando el derrumbe







sábado, 20 de septiembre de 2025

El desafiante edificio de la Plaza del Poniente

 



No todo va a ser mirar lo antiguo de la ciudad, y cuando paso por la Plaza del Poniente mis ojos se dirigen de inmediato a un edificio alto, con forma de proa de barco, excesivamente anguloso. Pero es precisamente ese perfil cortante, atrevido, cuyo rumbo parece estar mantenido por un eje cual mástil que pareciera asegurar su flotación. Pero esto es literatura barata. Lo interesante es que data de 1957, que su autor José María Plaja apenas tres años años antes había levantado otro edificio en La Rinconada en un estilo en las antípodas, más tradicionalista y convencional. Por qué este cambio radical en su modo de concebir el del Poniente no sabemos. Supone uno que por la propia evolución de los arquitectos de aquel período que iban soltando lastre de corrientes pretéritas y arriesgando nuevas visiones para una ciudad que necesitaba la modernidad.

Por la época en que se levantó el edificio la Plaza del Poniente no era la misma. Existían jardines en el centro pero las edificaciones elevadas que hoy bordean dos de sus costados no existían todavía. Es más, en el lado perpendicular al edificio lo que había era un cuartel denominado General Ordóñez, y es de suponer que este nuevo edificio de considerable altura destacara. Hoy día su perspectiva horizontal se ha perdido por las construcciones posteriores y de no ser por esta disposición angulosa seguramente el edificio no sobresaldría. 




Al paseante le gusta mirar y acompañarse de la sorpresa e incluso de la perplejidad ante el caserío tan diferente y contradictorio que hay por nuestras calles. Pero saber ver es otra cosa, depende de limitados conocimientos técnicos, de ahí que interesa conocer en base a opiniones más fundamentadas. He aquí lo que dice Darío Álvarez en la Guía de Arquitectura de Valladolid, dirigida por Juan Carlos Arnuncio Pastor.

"Se trata de un edificio paradigmático en la escena urbana de Valladolid. Situado en pleno centro del casco histórico, muy próximo a la Plaza Mayor, y que opta por un discutible aprovechamiento de las libertades urbanísticas del momento: excesivo volumen y alturas (...) El autor apuesta por una imagen rotunda cargada de una gran expresividad. Lejos de rehuir el problema de la esquina, de exagerado ángulo, esta se constituye en el tema central de la actuación, mediante una secuencia de afiladas terrazas soportadas por un pilar retranqueado que dotan al edifico de cierto aire expresionista, una arquitectura desafiante en la ciudad, que va acompañada  con un cuidado tratamiento de los materiales y una cierta finura en detalles tales como las barandillas o las carpinterías exteriores. Es una lástima que tan acertada esquina no se vea coronada por un mejor remate en la parte alta y que con el paso del tiempo la vertiginosa silueta se haya visto alterada por la irrupción del obsesivo cerramiento de las terrazas, anulando parcialmente el alarde formal y constructivo del edificio".

Ahora que leo esto es verdad que en nuestra ciudad se ha abusado en exceso del cerramiento de los espacios de terraza. Guiado por sacar un poco más espacio cubierto a un piso el vecindario ha cerrado a discreción, en gran parte de los casos sin permiso comunitario, rompiendo la estética del edificio y seguramente ignorando las normas de disciplina urbanística. Como diría aquel castizo: es que semos así. Afortunadamente, en la proa del edificio del Poniente se advierte un cerramiento mínimo pero que altera el proyecto inicial. Por lo demás, a mí me sigue gustando este desafío de una época en que no era fácil significarse por algo diferente.



La Fundación do.co,mo.mo-ibérico recoge en su registro de edificaciones notables de Valladolid de 1925 a 1975 este edificio de la Plaza de Poniente. https://docomomoiberico.com/edificios/edificio-de-viviendas-poniente/





martes, 16 de septiembre de 2025

Diálogo de verde y piedra en el recóndito jardín arqueológico

 



"Es pequeño el jardín, de aquella forma 
que al hombre llaman el pequeño mundo, 
en quien se cifra su grandeza y forma 
de aquel mundo mayor otro segundo; 
de suerte que el artífice conforma 
con más valor y ingenio más profundo 
al grande paraíso este pequeño, 
muestra del cielo y del valor del dueño".

Lope de Vega, Descripción del Abadía (versos 41-48)


¿Por qué no empezar con unos versos de Lope, aunque este los dirigiera a los jardines de uno de los palacios del Duque de Alba? No quería demorar las imágenes de un jardín escasamente conocido, y más tras haber estado recorriendo el patio de Fabio Nelli. Tampoco es que me haya haya trazado una ruta de jardines; simplemente salen a mi encuentro. Más allá del Campo Grande, que es en sí mismo un parque con muchos jardines, había paseado los jardines de Santa Cruz, de la Casa Cervantes, de la Casa Zorrilla, los jardines de La Rubia, la Fuente de la Salud, entre otros, y los había traído al blog. Y me quedan tantos aún, interiores de edificios y abiertos a un barrio. 

Pero a veces te encuentras con jardines que no te esperas y te sorprenden. Es el caso del que existe en el Museo de Valladolid, o Fabio Nelli. Hay algo de sueño arqueológico en este jardín. Decir arqueológico no quiere decir ni funerario ni pretérito y mucho menos extinto. Es de alguna manera el contrapeso de la exuberancia del patio renacentista desde el que se accede. La altura de los árboles tratan de contrarrestar los muros que lo delimitan. Muros del propio palacio de Fabio Nelli y de la plaza octogonal del viejo coso, a la que está adherido, que lo ensombrecen. 




Las piedras, sin duda exiliadas de antiguos edificios desaparecidos, presumiendo todavía de sólidos basamentos o de esbeltos fustes, dan la impresión de que se hubieran colocado ellas mismas guiadas por el viejo instinto de haber pertenecido a edificios palaciegos demolidos impunemente. Si tienen memoria echarán en falta columnatas de las que formaron parte, arcadas de patio de casas nobles, atrios o zaguanes, o conducciones de agua que durante siglos trajeron el agua de Argales a la ciudad. La nobleza de la piedra no viene solo del edificio al que haya pertenecido una pieza. Viene sobre todo del trabajo manual realizado por quienes las trabajaban. Viene por su representación estética y de uso. Viene por los significados simbólicos que la hayan otorgado y la función que los canteros y arquitectos quisieron que cumpliera.

Jardín más luminoso y fecundo en verano, jardín umbrío y húmedo en estaciones de recogida, la vegetación compensa la dureza y la altura de los muros que cercan. Las tapias de ladrillo o mampostería,  engullidas en algunas partes por las plantas trepadoras, colaboran a un desaliño aparente. Pero todo está más estudiado de lo que parece, con los rótulos informativos de piedras y plantas.

Y uno, admirado por este rincón oxigenante del museo, se va de ahí haciéndose preguntas harto contradictorias. ¿Qué falta en este melancólico jardín interior? ¿Dónde el agua que el paseante desearía ver? ¿Por qué ese aire casi más conventual que accesible y que, sin embargo, le da un carácter secreto que atrapa a los sentidos? ¿Por qué no será más frecuentado si aparta al visitante del ruido de los días? Pero también el paseante duda de sus propias preguntas. No tiene sentido dar vueltas a lo que es como es y le imprime carácter y en alguna medida arrebata.





Entonces, puesto a dejarme llevar por la imaginación, he recordado el poema Al otro lado de la puerta del poeta catalán Francesc Cornadó y lo recito.

AL OTRO LADO DE LA PUERTA 

Hacia poniente, en la parte sombría,
el jardinero quiso plantar un laberinto 
de árboles perennes. Crecieron setos vivos, 
grandes cedros de incienso y tejos recortados. 
Aquellos árboles magníficos murieron de viejos. 
Permanece, sin embargo, una cueva oscura 
cuya puerta está cerrada desde hace algunos años; 

sus bisagras están oxidadas y cuesta
mucho abrirla. Alguno afirma que dentro 
se halla un corredor que conduce a una cámara 
circular con la estatua de una diosa virgen 
de largos y sueltos cabellos y mirada terrible. 
Hay quien dice que la estancia se encuentra vacía 
y que toda mirada no es sino un vacío de sombras.


(Del poemario Jardí ardent -Jardín ardiente- publicado por SD Editores)