jueves, 4 de septiembre de 2025

¿Caída al pozo o ascensión a la superficie? La mirada desde el chozo de Amaya Bombín

 



En la imaginación que nos estimula el arte los opuestos se manifiestan. No sabes si se aproximan o se repelen. Si caen o suben. Si buscan las tinieblas o anhelan la luz. Si protegen o causan desamparo. Si hacen soñar o hunden en los abismos de la realidad. Pienso en ello mientras contemplo un techo dejándome llevar por sugerencias y sensaciones particulares sin caer en la cuenta de que, por otra parte, puede haber una explicación más sencilla. Pero el arte ¿está para simplificar o para revelar la dimensión de lo complejo que nutre el mundo y la actividad de los humanos? Una idea sacada de su contexto y trasladada como imagen a otra parte puede interpretarse a capricho del observador. Ve en la imagen lo que quieras ver, te dice algo dentro de ti. Luego, tras haber degustado esa oquedad virtual que se eleva sobre el empedramiento quieres saber más y prospectas en informaciones. 




Me parece fascinante esta alegoría de techo que hay en el soportal a la entrada del Teatro Zorrilla. Su autora Amaya Bombín es una entusiasta de los chozos de pastores que cunden por Castilla y León. Diríase de ellos que constituyen no solo un espacio de cobijo sino un pequeño santuario con su apilamiento de piedras en forma cónica, generando una bóveda perfecta que para sí quisieran algunas culturas antiguas. Construcciones circulares pequeñas, en mampostería hecha con piedra que se conseguiría en el entorno, con apenas la apertura de una puerta, donde se refugiaban los pastores, y siempre situadas fuera de terreno de labor. Los chozos, como los palomares, son esas reliquias de un pasado ganadero y pastoril que hunde sus raíces en vacceos, vetones o arévacos, aquellos pueblos que hace siglos poblaron la región actual. 

La trashumancia por las Cañadas Reales tenían su propia normativa. En el libro editado en 1828 titulado Vida Pastoril de Manuel del Río, vecino de Carrascosa, Soria, que era ganadero trashumante y hermano del Honrado Consejo de la Mesta ya se dice: "Para que los pastores puedan ponerse por las noches a cubierto del mal temporal, se construirán un chozo grande, donde puedan reunirse todos para cenar, quedando después para el rabadán y zagal; además un chozuelo en cada uno de los rediles en que se divida el rebaño"

Muchos de estos chozos se han venido abajo, otros están demediados, algunos conservan gran parte de su estructura. Amaya Bombín no solo se ha inspirado en ellos sino que ha desarrollado sus ideas in situ dentro de un proyecto denominado Raíces. Que aquella inspiración llegara al techo del soportal de la Plaza Mayor, sea mirada de chozo que ella ve o de pozo que yo imagino no podría titularla de otro modo sino como Aire.




Esta obra se realizó al amparo de la Ephemera Festival 2021, y como dicen en la web de CreArt es "una nueva propuesta de CreArt para dar a conocer las últimas tendencias de Arte Urbano en la ciudad a través de una selección de proyectos efímeros site-specific, intervenciones murales y sobre mobiliario urbano, que toma el relevo de la iniciativa desarrollada en el post-confinamiento en 2020 #ArtistasCreArtenlaCalle. Ephemera Phestival apuesta por el arte urbano más allá de la estética amable y colorista, con proyectos reivindicativos, conceptuales o irónicos que buscan la mirada inquieta y crítica del espectador".

Creo que iniciativas como las propuestas por CreArt están contribuyendo a dar vida y belleza a espacios anodinos u ocultos de nuestras edificaciones y calles. Ahora bien, el que quiera mirar, que mire.







domingo, 31 de agosto de 2025

La discreta presencia del Corral de Ricote. Y la compañía de un mural de Cuco bajo el soportal

 



Es uno de esos residuos del pasado que la ciudadanía común ignora o se desinteresa. Cierto que no es requerida la atención del que solo desea mirar escaparates o entrar en bares. A otros nos conmueve, simplemente porque nos habla del pasado con su voz silenciosa. Con su discreta presencia. Aunque el rótulo dice calle no lo es. En todo caso es un callejón. No lleva sino a trasera de otras viviendas o comercios. No hay salida y el acceso solo suele ser utilizado por quien se dirige a viviendas o a otras dependencias particulares. Pero el espacio es público. Su nombre viene de antiguo: Corral de Ricote. Donde nace la calle Pasión.

Nada nos aclara aquel relator de calles que fue, entre otros ejercicios, Juan Agapito y Revilla: "Se la conocía por corral de Ricote y en 1863 se la denominó calle. Se ignora lo de Ricote, que sería apellido de alguna persona que allí habitara algún tiempo, pues no creo pudiera tener relación con la población de Murcia, así denominada". Lo cuenta tan sucintamente en su obra Las calles de Valladolid.




Una placa en el suelo matiza más. Entrada al corral de Ricote y portales de coleteros, dice. Corral, portales, coleteros...Un vocabulario perdido o ya ignoto. Un corral puede hacer referencia en este caso a las casas de vecindad que hubiera ahí en otro tiempo, formando un cuadrilátero o patio. Como portal seguramente se defina al soportal, esa zona cubierta que recorre toda la plaza Mayor y otros espacios próximos con sus columnas de soporte de los edificios. Y coletero...ay, me pilla de nuevas. 

Pero indagando indagando uno se entera de que hace referencia al coleto, una prenda que antiguamente, es decir ya allá por el siglo XVI, se colocaban los hombres encima del jubón, que era una prenda más íntima. El coleto no tenía cuello ni mangas y podía caer más abajo de la cintura. El Diccionario de la RAE precisa: Vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubría el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura. No sé si el coletero era solo el que hacía el coleto o el que lo vendía, o si ambas funciones se concentraban en un mismo artesano-comerciante. Puede que hubiera de todo, en función del desarrollo del mercado.




Para los que nos gusta disfrutar la ciudad no solo en su presente sino imaginándola a través de diferentes testigos y huellas del pasado, un corral como el de Ricote nos parece de una dignidad meritoria. Cómo es posible que un espacio tan estructurado pueda hacernos sentir que nos trasladamos a otras épocas con su geometría ajustada, sus vigas de madera, la largura y la estrechez combinadas. Se dirá que no hay arte importante, habrá quien encuentre el espacio descuidado, o quien sospeche que una especie de pasadizo como este no puede aportar seguridad. Supongo que estas objecciones son propias de los tiempos modernos en los que tanta gente no aprecia sino lo que es ostentoso, aunque también se enstusiasma con lo banal, que por otra parte probablemente tampoco lo entienda. El corral es, como los soportales, una invención urbanística y arquitectónica que cumplió y cumple su función y no debe ser menospreciado.

Y mira por dónde hasta en el Quijote sale el término coleto. En una aventura de Don Quijote en Sierra Morena (capítulo XXIII), del personaje que recaba la atención del caballero andante y su socio se dice:

"El cual quedó admirado de lo que al cabrero había oído, y quedó con más deseo de saber quién era el desdichado loco, y propuso en sí lo mesmo que ya tenía pensado: de buscalle por toda la montaña, sin dejar rincón ni cueva en ella que no mirase, hasta hallarle. Pero hízolo mejor la suerte de lo que él pensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareció por entre una quebrada de una sierra, que salía donde ellos estaban, el mancebo que buscaba, el cual venía hablando entre sí cosas que no podían ser entendidas de cerca, cuanto más de lejos. Su traje era cual se ha pintado, sólo que, llegando cerca, vio don Quijote que un coleto hecho pedazos que sobre sí traía era de ámbar; por donde acabó de entender que persona que tales hábitos traía no debía de ser de ínfima calidad".





Máximo García Fernández en su documentado libro Los viejos oficios vallisoletanos escribe:

"Otra de las dedicaciones preferenciales de estos artesanos fue la confección de prendas resistentes de cuero, para resguardo corporal o destinadas a la protección del resto de los ropajes, de los que se servían muchos jornaleros agrícolas, oficiales del hierro, zapateros y otros artesanos y gente común; cuando no, se adornaban ricamente y constituían indumentarias cortesanas. Los Coleteros se dedicaban a dichos menesteres.

Este gremio menor se dedicada a hacer y/o vender coletos: vestiduras hechas en ante y piel de alta calidad, especie de casacas o jubones, con o sin mangas, ajustadas, que servían para cubrir el cuerpo ciñéndolo hasta la cintura.

La asignación diaria de los tres maestros coleteros existentes en el Valladolid de mediados del setecientos alcanzó los cinco reales de vellón. El conjunto de estos artesanos prácticamente formaba una única familia: Bernardo y Julián Pérez eran sus dos miembros más destacados, acaparando la producción.

Los portales de Coleteros eran los soportales que iban de la calle Santiago a la Pasión, en la Plaza Mayor, por ubicarse allí los menestrales dedicados a confeccionar y vender los coletos y jubones, generalmente hechos de ante, ceñidos y terminados en unas faldillas hasta la cintura. En su derredor estaba el callejón del Calceto".






Al quedarme con lo de coleteros me he ido a consultar las Ordenanzas de Valladolid de 1549  -Ordenanzas con que se gobierna la República de Valladolid, se titulan oficialmente-  que son una joya de buen control de la autoridad, de protección de lo público, de precisión de normas y leyes, con el objeto de hacer que las actividades fabriles, artesanas, comerciales, de limpieza e higiene o de habitabilidad, que se desarrollaban en la ciudad, fueran de lo más respetadas posible.

Encuentro la Ordenanza L, dedicada a los jubeteros y roperos, y aunque no se cita a los coleteros, me hace pensar que también se les aplicaría a estos. O acaso el término ya estaba en desuso. Uno de sus capítulos indica: "...Otro sí ordenamos é mandamos, que ningun Ropero, Sastre, ni Calcetero, ni Jubetero, que hiciere cosa de nuevo para vender, eche en ella ninguna guarnición de  seda vieja sino nueva, cortada para ello de la pieza, porque en esto suele haber muy grandes engaños y fraudes, so pena de perdidas las ropas, ó jubones, ó calzas que de otra manera tuviere guarnecidas, y seiscientos maravedís por cada vez que se le halláre, todo reparrtido en la manera susodicha. E so la misma pena mandamos, que en todas las ropas, é otras cosas que vendieren hechas de nuevo, tengan un escritillo cosido en ellas de la suerte del paño que fueren, porque nadie pueda ser engañado, como de cada dia acaece vender á los que no lo conocen una cosa por otra".

¿No es preciosa y precisa la descripción de la Ordenanza cincuenta? Ese tengan un escritillo cosido en ellas de la suerte del paño que fueren me parece de una escrupulosidad de control que resta modernidad a las etiquetas de hoy día en las ropas. Se incluyera a los coleteros o no en esta Ordenanza el rigor de la redacción resultaba temeroso. Aunque las trampas seguirían haciéndose, como sabemos que se hacen en nuestros días. Por cierto, las citadas Ordenanzas estuvieron en vigor desde 1549 hasta 1818.








Pero el Corral de Ricote, tan olvidado y fiel viviente del pasado, tiene su compañía moderna. Un Horizonte de sucesos parece vislumbrarse en el techo del soportal, sobre la entrada al estanco. Y es que Horizonte de sucesos llama a su obra el artista gráfico, especializado en muralismo, Javier Carrera (Cuco) ¿Cómo interpretar lo que al primer vistazo el paseante hubiera creído que se trataba de un zodíaco o bien una peculiar rueda de la fortuna? Tal vez su sentido se encuentre más próximo al infortunio de los tiempos vertiginosos y despersonalizadores que parecen engullirnos. Escuchemos a Cuco:

"Si por casualidad ves a una persona que a lo lejos se está metiendo en un agujero negro, la percepción espacio-tiempo es diferente para ambos. Estarás viendo a una persona con diferentes circunstancias y tu serás inmune a ellas. 

El punto principal del problema que se plantea en el mural es el agujero negro, que se está tragando todo y a todo el mundo, pero la gran cantidad de información a la que se somete el espectador, hace que este hecho pase a un segundo plano, saturando y anestesiándole, hasta tal punto que le es indiferente ya que está a salvo, mirando. 

Vivimos sometidos a este tránsito de información masivo y vivimos anestesiados ante la catástrofe ajena. El agujero negro no nos toca, pero ¿y si lo hiciese? Seríamos noticia y el mundo entero nos vería como espectadores mientras damos vueltas en redondo". 






PROYECTO: HORIZONTE DE SUCESOS (Galaxia.470) UBICACIÓN: Plaza Mayor 16


jueves, 28 de agosto de 2025

El encanto en estío del jardín de la Casa de Zorrilla

 



Es uno de esos jardines interiores que puede pillarte de paso, y que se muestra tímido aunque deseoso de ser recorrido. Su limitada superficie se proyecta gracias a la frondosidad que le hace crecer. Cipreses, hiedras, parras y otras especies que uno no alcanza a nombrar cubren de belleza ese patio jardín. ¿Qué más se puede pedir? Lo denominan jardín romántico, por acompañar la casa natal del poeta y dramaturgo José Zorrilla (Valladolid, 1817 - Madrid 1893), aunque creo que los jardines ni son románticos ni lo contrario. Son el ambiente que desean recrear. Son jardines también de las cuatro estaciones, si bien en verano se muestran exuberantes y muestran un escenario relajante y evocador.

Llegas al jardín atravesando el portalón que hay en la peatonal calle Fray Luis de Granada, donde un embozado en bronce escapado del Tenorio te pide casi el santo y seña. Alto, ¿quién va?, escucha el visitante a su espalda nada más atravesar el umbral por mor de un sensor que detecta su llegada. Decir Tenorio es citar ya a Zorrilla implícitamente, pues es el autor del Don Juan más familiar en España. A continuación te dedicas a un paseo lento y fresco a través de los estrechos pasillos entre los árboles. Por un instante crees estar en un paraje de otro tiempo, no solo por lo apartado sino por la acogedora e invulnerable soledad. El edificio nuevo de los Juzgados queda detrás pero los cipreses amortiguan parcialmente el golpe visual. 

La adaptación de la puerta de la fachada de una desaparecida casa noble de la calle Alonso Pesquera (¡cuánta destrucción lloran estos restos acoplados a fines modernos!) confiere una pretendida recreación antigua que resulta más atractiva para el reclamo de visitantes. Los lienzos de piedras de viejas fachadas desaparecidas que se han trasladado a otros espacios más recientes obran como una mala conciencia de una buena parte, nada pequeña por cierto, de la ciudad perdida o, mejor dicho, destruída. Porque una pérdida nunca es casual y menos inocente. Y, sin embargo, gracias a esta supervivencia de algunos muros, sillares, arcos y escudos, piedras al fin y al cabo, que pretende embellecer espacios para los que nunca fueron creados, que en Valladolid son muchos, aún nos dan idea de la pujanza pretérita. 




Es el jardín de la Casa de Zorrilla, pero no adquiere la categoría de un espacio transitado por la ciudadanía. Salvo para los visitantes al caserón principal. Sucede lo mismo que con la Casa de Cervantes, si bien esta se encuentra en un lugar más de paso, la calle Miguel Íscar. Pero ambos jardines no son considerados más que como ámbitos interiores, vinculados a un museo y aunque invitan a tomar posesión de ellos siquiera como simple parada del transeúnte no suelen estar frecuentados. Probablemente ni su mera concepción lo pretenda. Tratan dignamente en ambos casos de adornar los edificios respectivos, dotarlos de mayor atracción e incluso revitalizar zonas que probablemente nunca antes fueron verdes. Nada que objetar en este sentido. Disfrútense mientras el cuerpo les pida un alto en el camino y sean satisfechos los visitantes con una visión agradable e íntima que el estío no regatea.

Y  sin embargo uno piensa si al estar este jardín interior en una calle discreta, sin tráfico, por la que apenas pasa gente, una calle que no lleva a ninguna parte porque ya hay otras calles perpendiculares y paralelas que cumplen el cometido del tránsito, se beneficia de su aproximación al vallisoletano. Por cierto, miento, la calle conduce también, o sobre todo, al núcleo de un conjunto suntuario de edificios monumentales (San Pablo, San Gregorio y su Museo de Escultura, Palacio Villena, Casa del Sol, Palacio Real) 

Volviendo al jardín, se dirá que desde el punto de vista museístico, es decir, más privativo, evidentemente cumple con su objetivo. Pues el jardín queda apropiado por la función de la Casa y se limita a mantener el horario de museo. Esa misma condición ¿limita el acceso y conocimiento por los ciudadanos de un espacio agradable y reconfortante? Cierto que determinadas actividades de la Casa o del ente Valladolid en su tinta, bien al aire libre o bajo techo, propician detenerse y relajarse sensorialmente. No revolvamos más y demos por útil lo que hay y que el vallisoletano de paseo prolongue sus recorridos no solo dejándose llevar por los espacios fáciles sino esforzándose un poco por disfrutar de lo recóndito.






Ha recibido al visitante desde un busto el vallisoletano Narciso Alonso Cortés, gran erudito y además cervantista, del que se conmemora este año los 150 años de su nacimiento. ¿Merece la pena traer a este blog el poema que escribiera Antonio Machado para él? ¿Por qué no? Seguramente muchos no conocerán ni la amistad que mantenían ambos literatos ni estos dedicados versos de Machado. Enramado en el jardín de la Casa de José Zorrilla creo que suena mejor, no obstante el tiempo transcurrido. Léase aquel elaborado poema de amistad no solo como contribución del reconocimiento efectuado por el poeta sevillano sino como homenaje nuestro.


 NARCISO ALONSO CORTÉS, poeta de Castilla
Iam senior, sed cruda deo viridisque senectus.
VIRGILIO: Eneida.


Tus versos me han llegado a este rincón manchego,
regio presente en arcas de rica taracea,
que guardan, entre ramos de castellano espliego,
narcisos de Citeres y lirios de Judea.

En tu árbol viejo anida un canto adolescente,
del ruiseñor de antaño la dulce melodía.
Poeta, que declaras arrugas en tu frente,
tu musa es la más noble: se llama Todavía.

El corazón del hombre con red sutil envuelve
el tiempo, como niebla de río una arboleda.
¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!
Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!

El tiempo rompe el hierro y gasta los marfiles.
Con limas y barrenas, buriles y tenazas,
el tiempo lanza obreros a trabajar febriles,
enanos con punzones y cíclopes con mazas.

El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde;
socava el alto muro, la piedra agujerea;
apaga la mejilla y abrasa la hoja verde;
sobre las frentes cava los surcos de la idea.

Pero el poeta afronta el tiempo inexorable,
como David al fiero gigante filisteo;
de su armadura busca la pieza vulnerable,
y quiere obrar la hazaña a que no osó Teseo.

Vencer al tiempo quiere. ¡Al tiempo! ¿Hay un seguro
donde afincar la lucha? ¿Quién lanzará el venablo
que cace esa alimaña? ¿Se sabe de un conjuro
que ahuyente ese enemigo, como la cruz al diablo?

El alma. El alma vence— ¡la pobre cenicienta,
que en este siglo vano, cruel, empedernido,
por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!—
al ángel de la muerte y al agua del olvido.

Su fortaleza opone al tiempo, como el puente
al ímpetu del río sus pétreos tajamares;
bajo ella el tiempo lleva bramando su torrente,
sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares.

Poeta, el alma sólo es ancla en la ribera,
dardo cruel y doble escudo adamantino;
y en el diciembre helado, rosal de primavera;
y el sol del caminante y sombra del camino.

Poeta, que declaras arrugas en tu frente,
tu noble verso sea más joven cada día;
que en tu árbol viejo suene el canto adolescente,
del ruiseñor eterno la dulce melodía.


















viernes, 22 de agosto de 2025

Capuletti vuelve a Valladolid

 



¿Capuletti? ¿Quién conoce a Capuletti? Salvo para una minoría de iniciados José Manuel Capuletti es un desconocido. Pero ¿cuántos se acuerdan, si es que alguna vez han sabido de su existencia, de otros artistas vallisoletanos? Pienso en Anselmo Miguel Nieto, Mariano de Cossío, Eduardo García Benito, José Loygorri, Ángeles Santos, Aurelio García Lesmes, por citar algunos de los más creativos y afamados de la primera mitad del siglo XX. 

A los cien años de su nacimiento Capuletti vuelve a Valladolid. Siempre es un desafío plantarse uno ante la obra de un pintor del que había oído nombrar pero apenas sabía nada. Ahora, no obstante, gracias a la exposición de la Sala de la Pasión se puede apreciar el trabajo ingente de aquel pintor vallisoletano. Y sobre todo valorarlo. Una muestra amplia, variada, sugerente, no tengo criterio para saber si será suficientemente representativa, pero que ilumina la mirada del visitante. 

José Manuel Capuletti había nacido en Valladolid en 1925 y parece que desde niño lo que le motivaba era dibujar. Así que desarrollando sus aptitudes con veintipocos años se marchó a París, más tarde a Nueva York, volvió a Mairena del Alcor, luego a Madrid. Todo un recorrido donde desarrollar su obra y a la vez ser valorada. Algo que ha sucedido con infinidad de artistas de gran parte del siglo XX que se marcharon del país para estar en la onda internacional, aprender y lograr reconocimientos. Con relativa frecuencia visitaba Valladolid. Había estado casado con la bailarina Pilar López Fernández, de la que se separó en 1973.  Desgraciadamente el ictus se lo llevó en 1978 en Walluf (Hesse, Alemania), lugar donde vivía con su nueva compañera Iris Henrich, y allí quedó enterrado




Pero ver una exposición en directo, dedicando un tiempo caprichoso ante las obras que más le dicen, y a la vez asombrarse por lo polifacética que fue la tarea del pintor, induce a informarse un poco más. Dibujante, pintor, figurinista de escenas de baile y danza, diversos rostros y habilidades de la capacidad de Capuletti que se pueden comprobar en la exposición. 

Recurro a un texto de Enrique Valdivieso:

"Capuletti fue un pintor que sin París no hubiera llegado a nada. Salido de Valladolid, donde nació y vivió sus años juveniles, pudo escapar de un ambiente cerrado y asfixiante que limitaba su creatividad artística. Tuvo que ser París y el amorquien le insuflase una potente veta de inspiración artística que lo llevó a niveles de gran originalidad creativa. Fundamental en la vida de Capuletti fue su matrimonio con la bailarina Pilar López Fernández, quien fue durante la mayor parte de su vida su musa y modelo permanente y que, cual Gala daliniana, es motivo de constante presencia en sus pinturas".

El historiador del arte da la clave para entender la presencia femenina en los cuadros expuestos. Pero Valdivieso aún nos explica más:

"No es desdeñable dentro de su obra el capítulo de sus fuentes artísticas, fundamentalmente las muy diversas influencias artísticas que el pintor recibió de los Maestros del pasado, tanto remoto com inmediato y, lógicamente, su innegable admiración por Dalí, en cuya estética encuentra en numerosas ocasiones puntos de partida para la realización de sus obras. Sin embargo sería injusto catalogar a Capuletti como un daliniano más, ya que su pintura señala otras direcciones y latitudes, siendo también perceptibles en sus obras efluvios derivados de Paul Delvaux, René Magritte, Dorotea Tanning e Yves Tanguy. Pero ante la aportación inevitable de las influencias es necesario constatar la inmensa originalidad creativa que Capuletti introduce en sus obras". 

Un resumen que el historiador Valdivieso (aún recordamos la trágica muerte este año de Enrique y su mujer) hace sobre los estilos que el visitante percibe, siquiera como intuición, en la contemplación de los cuadros.





¿Que abunda el desnudo, principalmente femenino, en la obra de Capuletti? Y qué. ¿Hay algo que a un artista más le llame la atención para interpretar que un cuerpo desnudo, en cualquiera de sus poses? Porque un pintor es un intérprete y la materia corporal seguramente es la más excelsa e insinuante exigencia para ser interpretada y en la medida de lo posible comprendida y gozada. "El pintor acierta a reflejar de manera, siempre sugestiva, toda la belleza erótica y escultórica estructura del cuerpo de la mujer, así como su misterio y enigma", escribió José Carlos Brasas Egido.

En esta exposición reina el desnudo. El pintor lo reproduce como territorio donde se desenvuelve el cuerpo. Cuerpo que puede descansar, permanecer erecto, abandonarse a una relajación abstraída, caminar en una lejanía, darnos la espalda, convertirse en una fusión onírica...Pero siempre son cuerpos que contemplan, que tal vez esperan. Sigue diciendo Brasas Egido:

"A pesar, muchas veces, de la crudeza de la representación y de su tremenda sensualidad, el desnudo no era para Capuletti más que el reflejo de su amor por la vida, la expresión de una sexualidad natural, incluso inocente. La glorificación  y sublimación de la carne en sus voluptuosos desnudos no hacía sino transmitir al espectador su profundo instinto vital que lo llevaba a enamorarse de las gentes y de las cosas, el intenso vitalismo del artista que, como afirmaba Ayn Rand, era la piedra angular y el fundamento de toda su pintura".





No insisto más. La exposición se brinda al disfrute. Luego nos puede llevar al conocimiento, si se quiere, de la obra y personalidad de Capuletti. Se ha reeditado el libro de Brasas Egido Capuletti, el pintor y su obra, y se ha editado expresamente para la exposición un ilustrado y completo catálogo titulado En el centenario de Capuletti. 1925-1978. Por supuesto, este paseante volverá a la exposición. Hay muchas obras que no habré valorado lo suficiente o que no he sabido comprender. Es decir, sobre las que no he sabido mirar. Y es que ¿por qué tenemos ese comportamiento de ver una exposición a la carrera? O acaso el volumen de las obras, que representan tantas etapas de creatividad y significados del artista, nos desbordan. O son nuestros propios prejuicios, torpes ideas preconcebidas y gustos viciados los que suelen condicionar una visita, es decir lo que debería ser un acercamiento a la obra.

La exposición en la Sala de la Pasión permanecerá hasta el 28 de Septiembre.