viernes, 31 de enero de 2025

Gonzalo Cancedo y su libro "La chica que leía el viejo y el mar", en la Fundación Segundo y Santiago Montes

 



Viernes 31 de enero 2025. 20.00
Fundación Segundo y Santiago Montes

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE CUENTOS DE GONZALO CANCEDO
  "LA CHICA QUE LEÍA EL VIEJO Y EL MAR"

                   
La Fundación Segundo y Santiago Montes remite esta información:

"Como Chéjov, Borges, Poe, Quiroga o Medardo Fraile, Gonzalo Calcedo solo cuenta cuentos. Con ellos ha obtenido numerosos premios, entre ellos el Alfonso Grosso, el NH, el José Hierro, el Vargas Llosa, el Tiflos, el Hucha de Oro etc; y en 2021, su trayectoria literaria fue galardonada con el Premio de las Letras de la Junta de Castilla y León. Sin embargo, en consonancia con el género elegido, su obra ha sido acogida con la escasa relevancia que la sociedad otorga al autor de relatos. Él mismo nos comenta con ironía: Las novelas no suelen regalarse, los cuentos sí. Una vez terminados son abarcables, con suerte una pequeña joya que cabe en un estuche y se convierte en una dádiva. Si alguien me pide un relato para un periódico o una revista, lo cedo gustosamente. No sólo es una hipotética publicidad, sino también un destino. 

"A la pregunta sobre cuáles son sus autores preferidos, contesta sin dudar que los norteamericanos Salinger y Tobias Wolff, y el indiscutible Ernest Hemingway, cuya novela “El viejo y el mar” aparece en el título del libro que se presenta en la Fundación Segundo y Santiago Montes. Al igual que los de Hemingway, los relatos de Calcedo son aparentemente sencillos y profundamente complejos, pues el autor solo nos muestra la punta del iceberg que subyace bajo cada uno de ellos. 




"En “La chica que leía el viejo y el mar” encontramos personajes que trajinan de acá para allá en situaciones aparentemente banales: conversan con desconocidos a los que seguramente no volverán a ver, con diálogos reconocibles, que podrían incluir al lector como un interlocutor más. Personajes itinerantes, cuyos encuentros en aeropuertos, autobuses, bares o paseos, aunque sean azarosos, propician la comunicación entre los que comparten el afán de buscar desesperadamente el contacto con el otro. Sentir la vida, librándola del automatismo de lo cotidiano, este es el anhelo, consciente o inconsciente, de cada uno de ellos. 

"El autor de relatos se asemeja a alguien que se cuela en una casa a oscuras y, con una pequeña linterna, ilumina únicamente lo que cabe en su estrecho foco de luz. Todo lo demás, lo que hay alrededor, el contexto del cuento, han de imaginarlo tanto el autor como los lectores. Y la linterna de Calcedo no enfoca al centro de la sala, sino a los ángulos donde se apoya lo que parece no tener importancia ni valor. Pero son esas historias insignificantes las que nos acaban dando una idea de la indefensión, de la carencia y de la melancolía en la que se debate el hombre contemporáneo, que anda por el mundo como el caminante de Machado, sin meta ninguna. Únicamente las huellas que la vida deja a su paso constituyen algo parecido a un destino posible, o al menos eso parece cuando volvemos la vista atrás. Así nos traza Calcedo, por medio de la escritura, el camino que conduce al reconocimiento de la contingencia de la vida humana. 

Gonzalo Calcedo nació en Palencia en 1961, pero desde niño vive en Cantabria. Su primera colección de cuentos, “Esperando al enemigo”, apareció en 1996, y desde entonces ha publicado más de veinte libros, entre los que destacan “Cuantos de hijos y padres”, “Temporada de huracanes” o “Las inglesas”. Su presentación de “La chica que leía El viejo y el mar” en la Fundación es la primera que realiza de un libro suyo en Valladolid."



La fotografía de portada está tomada de El Norte de Castilla

jueves, 30 de enero de 2025

Desaparece Jesús Anta Roca, activo conocedor de la historia y vida de Valladolid

 


A veces el paseante se siente sobrecogido por la dureza del azar. Invocamos la suerte para todo lo que deseamos que nos beneficie, olvidando que no hay mejor fortuna que una salud bondadosa que nos permita sobrevivir con dignidad. Y un comportamiento honesto y colaborativo entre los componentes de una sociedad cada vez más competitiva.

Hoy me llega la noticia del fallecimiento de Jesús Anta Roca, autor precisamente del libro que cité en la entrada anterior. Un hombre Jesús y un personaje. Su interés por todo lo relacionado con las cuestiones locales, no solo las contemplativas y estéticas sino las prácticas, bien fuera como sindicalista o como político honesto, fue manifiesto y útil en las diversas representaciones que ostentó en tiempos pasados en Ayuntamiento, Diputación o Comisiones Obreras. También en su propia formación política (VTLP) y en las asociaciones vecinales, lo que le permitió siempre palpar la urdimbre de la vida y las necesidades de la gente de los barrios. 

Y más recientemente fue afianzando su faceta de una especie de cronista que, poco a poco pero sin pausa, divulgaba, tanto desde medios periodísticos de la ciudad como desde su propio blog, temas ciudadanos, de historia, de calles, de monumentos. Sus conocimientos le permitieron estrenarse incluso  como guía voluntario de grupos que desearan conocer aspectos de la ciudad. A la par fue publicando diversos trabajos sobre patrimonio del concejo, sobre fuentes de vecindad, sobre pozos y fuentes de la provincia, sobre los pozos de hielo de pueblos de Valladolid o uno bastante reciente también sobre historia y personajes de la ciudad menos conocidos pero no menos interesantes. Los títulos completos se pueden ver en las librerías y puedo asegurar que son todos una aportación valiosa. 

Si existe el amor por la ciudad y por la provincia Jesús Anta pudo testimoniar que él generaba un encuentro sentimental con toda la herencia monumental, del tamaño y valor que fuese, y con los acontecimientos históricos donde se desarrollaron. Agradecido a sus conocimientos y a su siempre generosa bonhomía en el trato invocaré la frase romana actualizada: que la tierra o el éter te sea leve. 












lunes, 27 de enero de 2025

Fuentes, pozos y lavaderos de la provincia de Valladolid, un documentado trabajo de Jesús Anta Roca

 


El agua ha sido siempre un don de Valladolid y provincia, por sus ríos de mayor o menor caudal y por sus capas freáticas. La capital ha dispuesto siempre tanto de unas como de otras corrientes. Y el viaje de las aguas de Argales realizado hace siglos proveyó a la urbe de un suministro privilegiado. Las fuentes han sido una constante histórica en Valladolid. Aún permanecen algunas antiguas, secas o en uso, de piedra o ladrillo, y se han incorporado algunas nuevas en materiales modernos. Pero si bien en la ciudad han desaparecido otros espacios relacionados con el agua, tales como lavaderos o pozos o abrevaderos, no así en la provincia, aunque ya sin uso pero al menos manteniendo sus peculiares arquitecturas. Porque todos estos espacios tienen su arquitectura, y aun sencilla resulta aún bella. 

Un ejemplo es la fuente de la imagen. Ubicada en la esquina de la calle Tres Amigos con Francisco Suárez forma parte de la fachada del Colegio Ponce de León. La geometría del ladrillo es insuperable y dice mucho de la sabiduría de los viejos albañiles. Y del buen disponer de los recursos. En este caso el colegio público todo, levantado entre 1925 y 1930, es una muestra del saber hacer arquitectónico. Y la solución de esta esquina entre dos calles revela además una inteligencia amable y no solo técnica. No todo lo pasado fue más viejo, como algunos podrían pensar.




Recomiendo esta última obra de nuestro paisano Jesús Anta Roca, autor que viene trabajando y haciendo públicos desde hace tiempo temas relacionados con la ciudad y la provincia. Parte de ellos expuestos en la prensa local y parte en su blog.


Fuentes, pozos y lavaderos de la provincia de Valladolid - Historia, cultura y arquitectura del agua

Jesús de Anta Roca

Edición digital: Fundación Joaquín Díaz • 2024

189 páginas
ISBN: 978-84-126425-7-5

Puede descargarse gratuitamente en formato PDF 21,1MB 



viernes, 24 de enero de 2025

El niño del libro y el Día Internacional de la Educación

 


¿Hay mejor símbolo de la educación que el libro? Bueno, las nuevas generaciones saltarán ante la pregunta. La tablet, el ordenador, el móvil, es decir la pantalla, dirán a bote pronto. Nuevos soportes que deben complementar, que no sustituir al libro, pero que sin duda tienen una aceptación superior. ¿Son todos ellos sinónimos de educación? Una pregunta que no soy capaz de responder. Pueden serlo, pero ¿hasta qué punto de conocimiento? De cualquier manera son representativos de la cultura de nuestros días.

El caso es que me acabo de enterar de que hoy, 24 de Enero, es el Día Internacional de la Educación, fecha decidida por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Por más que miro por la red no veo que centros de enseñanza, medios de comunicación y organismos públicos se hagan mucho eco. Puedo estar equivocado. Pero de cualquier manera la educación no es algo restringido a las edades tiernas y juveniles, sino una respuesta a la necesidad de saber y comportarnos que debe durar toda la vida.




Y aunque hay varias esculturas repartida por la ciudad con referencia simbólica al libro y, por extensión, al conocimiento y el aprendizaje vital, he recordado una que no recuerdo haber traído al blog. La del niño esgrimiendo un libro en el Campo Grande. Quien leas estas páginas dirá, pero espero que no se queje, que la referencia Campo Grande es constante en mi blog. Inevitable. El parque es un mundo que sintetiza otros mundos, incluso a la misma ciudad, pero a la vez explaya a esta, la dota de una emulación del bosque que hace bien al cuerpo con su consiguiente efecto psicológico. Pero en él también están recordados escritores del pasado.

La llamada Plaza del Libro del Campo Grande es un espacio recoleto y ordinariamente solitario donde en un lateral se representa la alegoría de un niño esgrimiendo -esgrimir: término bélico aunque ampliado a otros quehaceres, como es el caso- un libro. Es una obra en bronce del escultor gallego Manuel García Vázquez, Buciños, erigida en 1980 con ocasión de un Congreso Nacional de Libreros. Situada sobre un pedestal rocoso en forma de arco, que es una fuente pero no funciona, el niño alza el libro por encima de su cabeza, que es tanto como decir hacia el mundo y los acontecimientos. Acaso lo sujeta como una antorcha, porque en un libro que se precie debe haber siempre luz. 

Aun menuda y sobresaliendo sobre una roca, la escultura me sugirió hace tiempo un poema que publiqué en otro espacio.


El niño del libro

Se alza, 
se pone de puntillas, 
quiere llegar tan lejos: 
escalar por la fronda
alcanzar la copa de los árboles y allí
dominar el paisaje
y tal vez desde la hoja
más avanzada del ramaje 
se dispone a volar. 

Planear sobre la tierra 
humedecerse con el salitre del océano 
y descender al corazón del bosque 
o atravesar el desierto 
que los tártaros abandonaron hace siglos
y deslizarse 
por las calles en la noche de las metrópolis 
entre la bohemia y los lances
de los pendencieros. 

Todo está ahí
en su mano revindicadora de fantasías: 
al agitar las páginas 
las palabras se desparraman 
y se mezclan y el viento 
las aventa llevándolas
tan lejos donde otro niño de acero
las volverá a ordenar 
y repetirá la hazaña 
en otra lengua 
sobre los mismos sueños





Enlaces de interés.






martes, 21 de enero de 2025

Emersión de la palabra desde Rosa Chacel

 


Quién dijo que la palabra emerge de la piedra no lo sé. Acaso me lo he imaginado. Quien dice piedra dice materia. ¿Y no es la materia la esencia o, mejor dicho, el todo del hombre? ¿Y no está la capacidad de este para transformarla? La escritora vallisoletana emerge de su propia materia. No es solo la imagen de ella, es su palabra la que asciende horadando la dureza. 

Nace la mujer y se hace la escritora. La fusión de bronce y granito en un entorno que se antoja selvático nos hace soñar con metáforas y alegorías. El busto realista, representando tal cual era Rosa Chacel, se crece sobre la base piedra, mole abstracta. El verdín y la pátina cubriendo la voz oculta. Y tras ese marco arbolado y asentado el monumento en el fértil suelo parece haber una conexión con un párrafo de su libro "Memorias de Leticia Valle": "Con todo, me pasa lo que con la rama de hiedra que llega al marco de mi ventana. Cuando la miro de refilón y la veo asomarse al cristal, me parece una lagartija que va a escaparse si me acerco. Sin embargo, no es lo que parece; no puede huir ni estremecerse, aunque pegue en el cristal con los nudillos; pero a pesar de eso me gusta creer que es mi compañera". ¿Se hubiera imaginado alguna vez la escritora que de alguna manera su futuro, ya en otra materia dispersa, iba a hallarse rodeada de la hiedra? ¿Sentiría de este otro modo el latigazo instantáneo de la simbólica lagartija que se ofrecía a sus ojos?

Tribuna idónea desde donde se sigue honrando el recuerdo de la vallisoletana y de paso las palabras que dotaron su obra. La escultura, obra de Francisco Barón (Madrid, 1931-2006), se erigió en un espacio recoleto del Campo Grande en 1988. 






viernes, 17 de enero de 2025

Postales de invierno. El pavo real

 


Querido pavo real. El rocío que acompañaba a la niebla de par de mañana se ha diluído lentamente y tú picoteas en busca de lo que solo tú sabes. Pero ¿acaso no hacemos también algo así los humanos? Picotear en nuestro entorno, deslizarnos entre cencelladas, buscar alimentos terrenales, incluidos los que nutren nuestros pensamientos, las emociones y los sentimientos. Y como tú, hay individuos que despliegan su plumaje para conquistas efímeras, pretendiendo deslumbrar en el entorno. ¿Lo logran? ¿O simplemente se lo creen? Si al menos dispusieran de la belleza de tus geometrías plásticas y de tus colores, de la gracilidad de tu imagen, de los movimientos controlados con que te mueves...La vida nos dice que quien de verdad aporta algo constructivo apenas se exhibe. Que quien busca con sinceridad no se pasea con alharacas. Que quien obtiene satisfacciones, que no beneficios crematísticos, lo consigue desde sus silencios. Pero a ti no se te puede aplicar esquema humano alguno porque solo vives para los tuyos. Y las metáforas y comparaciones son ejercicios netamente nuestros.

Te diré que eres una especie de hilo conductor de los vallisoletanos que hemos llegado a cierta edad. Os conocimos de niños y con cierta distancia y prevención. Más de una vez corríais tras algún paseante, acaso interpretando que este invadía un territorio sacro para vosotros. El del cortejo. Pero seguís llamando la atención de los visitantes, aunque no creo que las ánades o las ardillas tengan celos por ello, pródigos en eternizaros con los móviles y no sé hasta qué punto supliendo la observación directa y relajada. No me cabe duda de que sabéis sobradamente que dejáis al personal boquiabierto. Yo suelo escuchar sus expresiones de admiración.

Tenéis un vínculo tan simbólico con el Campo Grande, en cuyo ámbito os movéis como reyes del mambo, que hasta las ilustraciones publicitarias os ponen a capitanear la perspectiva del parque. Sois, como se dice ahora, un icono representativo. Una seña de identidad cuando no una identidad corporativa de la ciudad. Pero a veces, díscolos, despistados o aventureros, sobrepasáis la zona que los humanos os han delimitado y os paseáis alegremente por el Paseo de Filipinos, una ocurrencia que también practican de vez en cuando los patos o los gansos, con los consiguientes riesgos. No sé si fuiste tú u otro de tu familia al que no hace mucho tuve que reconducir hacia el recinto seguro porque había invadido la calzada de vehículos ¡con el tránsito que hay por esa zona! Se ve que mis chasquidos y palmadas conectaron con vuestros receptores sensoriales y logré que, sin mayor percance, tú o el que fuera se reintegrase a la vida ordinaria del jardín. Aquel día tuve la sensación de haber realizado una buena acción con otra especie. Seguro que os lo habéis contado entre vosotros. Eso me basta.




 

Elisa Martín Ortega y su libro "La piel cantaba" en la Fundación Segundo y Santiago Montes

 




En «La piel cantaba» se establece una alianza entre amor y dolor: la memoria del amor genera dolor al enfrentarse a un deseo infinito. Y la piel es la gran metáfora, la frontera que la voz no puede traspasar para expresar cuanto ansía. Clara, ensimismada y armoniosa, la voz de la piel que canta suena en la noche líricamente desolada; piel que está en el origen del lenguaje y marca los contornos de la boca, del decir. Así pues, la palabra poética, íntimamente ligada al lenguaje oral y a los órganos que lo generan, es una palabra nocturna que permanece agazapada, explora el dolor y ahonda en lo inefable. En palabras de Carlos Aganzo (La piel como frontera, Norte de Castilla) “La voz de Elisa Martín Ortega es una voz encendida en plena búsqueda de la belleza. Una voz que canta sobre las sorpresas del tacto y las visiones del interior, en ese momento incierto, todavía en los feudos de la noche oscura del alma, donde se espera con inminencia la llegada de la luz del amanecer”.





Elisa Martín Ortega (Valladolid, 1980) había publicado hasta el momento tres libros de poesía: Corazón huido (2002) Ensueño (2009) y Alumbramiento (2016), además de los ensayos El lugar de la palabra. Ensayo sobre la Cábala y la poesía contemporánea(2013) y La belleza de la infancia (2022). En su faceta investigadora, se ha dedicado a los estudios sefardíes, y actualmente es profesora de Literatura infantil en la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Madrid. Todos sus libros los ha presentado en la Fundación Segundo y Santiago Montes, a la que ha estado siempre ligada, habiendo colaborado durante dos veranos en las labores didácticas que Catalina Montes llevaba a cabo en la Ciudad Segundo Montes de El Salvador.


* Información remitida por la Fundación Segundo y Santiago Montes.

martes, 14 de enero de 2025

Ménades y sátiro en el jarrón modernista de Ángel Díaz Sánchez en el MUVA

 



He ahí el sátiro en el juego de seducción con las ménades o bacantes. Enredados todos ellos en una celebración dionisíaca el sátiro trata de apropiarse de las danzantes y ellas lo fustigan, escapan, se burlan. Se dejan arrebatar. Es un juego condescendido entre todos. Hasta los amorcillos, esos niños que en realidad son los impulsos eróticos, azuzan la diversión, pugnan por contribuir a su manera a la bacanal. La flauta de Pan cuelga de una rama. Pendiendo de otra rama, un panal de miel al que acude una abeja. Hay una mariposa que revolotea. Toda la imagen es de un mundo rural donde las fuerzas naturales implican a los seres fantásticos como proyección de los mortales. Una ménade se deja caer voluptuosa y enajenada, sin soltar el pandero. Casi se escucha la última percusión musical. Otra, desde lo alto, perdiendo su vestido, se dispone, pletórica de regocijo, a golpear al sátiro con una vara. Un amorcillo tira de la gran oreja caprina del genio. Este ríe y se retuerce abandonado a la lujuria, ocupando gran parte de la escena de un costado del jarrón. Sus manos gruesas obran como zarpas, reteniendo a las dos bacantes por sus brazos o piernas. Las contorsiones de las figuras conceden movimiento a un jarrón que se presta como excusa para la escena. 




Sobre sátiros dice el investigador Ramón Andrés en su Diccionario de música, mitología, magia y religión: "Estos genios festivos y alegres, custodios de los bosques, embriagados por el vino y no menos por la sensualidad del mundo, tenían un aspecto rudo y bestial, mitad hombre y mitad macho cabrío en su parte inferior; otras veces sus piernas y cintura correspondían a un caballo, o bien a un asno. Siempre provistos de una larga cola, sus representaciones coincidían en mostrarlos chatos y calvos, desnudos e itifálicos, con los ojos saltones".

El mismo autor también dedica su erudita indagación a las bacantes: "...Tocan una música de sonido intenso y embriagador, y lo hacen con el aulós y percutiendo fuertemente la tensa piel del tímpano; casi desnudas y con velos transparentes -otras veces se las describe con pieles, a menudo de corzo o de pantera- van por los montes y caminos coronadas de hiedra, llevan un tirso y un cántaro, y danzan con fuerza y violencia. Se pensaba que durante sus rituales estaban poseídas por una pantera, y danzaban imitando los movimientos de este animal".



Siempre es una sorpresa lúdica encontrarse con una recreación que desde el arte clásico se ha estado reproduciendo hasta la actualidad. El juego de la seducción del sátiro con las bacantes. Este interesante jarrón modernista forma parte de la Colección de Arte de la Universidad de Valladolid. Su autor fue el madrileño Ángel Díaz Sánchez (1859-1938) que tras formarse en la Academia de San Fernando de Madrid viajó a Italia donde trabajó intensamente. Posteriormente se asentó en Valladolid y aquí fue durante veinte años profesor de la Academia de Bellas Artes. La Universidad vallisoletana adquirió en 1981 un lote de pinturas y esculturas de este artista.

Realizado en yeso barnizado el jarrón se halla protegido por un acristalamiento que, con sus reflejos, limita la nitidez de las tomas fotográficas del visitante.  










viernes, 10 de enero de 2025

Máscaras de nuestros días -¿o de siempre?- en el Museo de la Universidad de Valladolid

 


El paseante no niega que siente especial predilección por un objeto artesanal que aún se exhibe en determinadas festividades de todas las regiones del país. Y con el cual todavía la gente mantiene cierta distancia, ya sea en su manifestación callejera o en la exposición en un museo. Distancia y prevención. Conozco a personas que solo mencionarles la máscara emiten su juicio al estilo vade retro. Ignoro si porque sus subconscientes respectivos les hablan temerariamente o porque la estética de muchas máscaras les espanta. Hay gente que no soporta la desfiguración de los cuerpos y mucho menos de los rostros. 

En realidad muchos tipos de máscaras son satíricas y burlonas, y siempre una exageración Pero cada cual es libre para sentirlas perturbadoras, cuando deberían ser más bien purificadoras, es decir una manera de ver en un rostro transfigurado lo ridículo que es el rostro cotidiano que llevamos cada uno al hacer frente a los avatares. Cuando uno se mira en el espejo y juega a hacerse gestos desmesurados con el otro que se refleja en él, ¿no está ejerciendo el papel de máscara? Por no hablar de la máscara, y aquí uno entra en el orden psicológico, que con frecuencia llevamos por la calle para mantener el tipo de individuos normales.




¿Y a cuento de qué viene esta perorata sobre máscaras? A cuento de una exposición que he tenido oportunidad reciente de visitar. No es uno de los museos más conocidos el de la Universidad de Valladolid. De hecho hay varios museos dependientes de la institución, solo que dispersos en sus ubicaciones. Haciendo repaso, y si no me traiciona la memoria, está el de Ciencias Naturales en el edificio conocido como la Normal, el de Ciencias Biomédicas, en la Facultad de Medicina, y el de Historia y Arte, en el Edificio Doctor Tejerina en la Plaza de Santa Cruz. Pues bien en este último, además de un fondo permanente de obras pictóricas y escultóricas, amén de diversos otros objetos, se realizan exposiciones transitorias. Y he aquí que una de ellas es la que está ahora mismo en vigor hasta el 21 de febrero. La titulada Alas y viento, del catalán Nacho Rovira.




Esta exposición es parte del proyecto europeo Masks, y copio y pego de la web de Alas y viento, "destinado a fomentar el aprendizaje de la creación artesanal de máscaras, en el que colaboran doce socios de Rumanía, Italia, Portugal y España, y en colaboración con la Cátedra de Estudios sobre la Tradición de la Universidad de Valladolid". 

Como esta entrada de blog no es un catálogo sino un popurrí visual, a capricho, donde solo se pretende una mirada sobre la belleza y originalidad espectacular de las máscaras, no pretendo orden alguno. Únicamente decir que en esta muestra  hay  máscaras elaboradas por artesanos actuales que responden a diversas manifestaciones populares. Las hay de representaciones de las celebraciones cristianas de Navidad o Semana Santa o el Corpus. Las hay de carácter funerario. O de teatro. Pero sobre todo dominan, al fin y al cabo son las más extendidas y representativas del sentir lúdico, las carnavalescas. Bien las de pueblos, las cortesanas del Barroco o aquellas que aún se inspiran en la Comedia del Arte.




El coleccionista Nacho Rovira dice haber recorrido durante 44 años el planeta recogiendo máscaras por doquier, máscaras representativas de culturas, tradiciones y leyendas, cuyo carácter varía, y que muchas tienen un origen animista. Él lo expresa así: "Dudé en su día cómo llamar a esta colección y me decanté por «Alas y Viento» ya que estas piezas de arte y cultura son personajes, espíritus y ancestros que han viajado con sus alas hasta nuestros días como pájaros inmemoriales impulsados por vientos de fe e ilusión. Mostramos estas máscaras viajeras con la humilde esperanza de que vivan y sigan nuevas corrientes y sinergias durante mucho tiempo".





Pero es la directora de la Cátedra sobre Estudios de la Tradición María Pilar Panero García quien aporta una información más precisa: "Cuando hablamos de máscaras automáticamente tenemos la evocación del arte primitivo, categoría que, por fortuna, se ha desprendido de las connotaciones negativas que tuvo cuando se comenzó a utilizar en la Europa colonial para referirse a las producciones de los «otros», esos pueblos some tidos que vivían como «nosotros» en la Prehistoria. Es decir, el arte primitivo era el arte de los «salvajes» y, en el mejor de los casos, el de los «bárbaros» atrasados e incapaces de producir obras artísticas con los cánones europeos de las clases de prestigio. Esta idea es la que se aplicó también a «nuestros otros», los campesinos que producían sus obras «populares» desde sus economías depauperadas o de subsisten cia. Lo popular es otro nombre para lo primitivo. 

Esta teoría decimonónica y desfasada que veía en las artes primitivas o populares formas antiguas, inge nuas e infantiles, es en parte aceptada y en parte superada por los primitivistas como Gauguin, Picasso o los integrantes del grupo ruso de Sota de diamantes. Los últimos reivindican la cultura popular rusa y la combinan con las culturas exóticas y «primitivas». Uno de los elementos de las culturas exóticas y campesinas que valoraron y fascinaron a los miembros de las vanguardias artísticas fueron las máscaras. Su consideración de arte primitivo o popular se combinó con su estimación como artefacto cultural y uti litario en rituales y cultos reivindicado desde el folklore y el indigenismo. En la oposición al desarrollismo o al colonialismo las artes populares han sido fundamentales para refrendar las identidades frente a la industrialización y la globalización, entendida esta última como colonización cultural. Y en este punto es donde estamos hoy.

La cultura de la máscara se inserta en la música, la danza y la oralidad de las culturas populares, así como en las artesanías, las duraderas y las efímeras. Hoy día se siguen produciendo máscaras para muchas finalidades lúdicas, rituales y estéticas que validan la idea de tradición. Es decir, las máscaras son un soporte plástico para que los grupos participen de la estructura social que es cambiante".





Uno no puede abandonar esta entrada sin traer a colación a un estudioso de los simbolismos como Juan Eduardo Cirlot. 

Dice Cirlot sobre la máscara: "Todas las transformaciones tienen algo de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y lo ambiguo se produce en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser ya otra cosa, pero aún sigue siendo lo que era. Por ello, las transformaciones tienen que ocultarse: de ahí la máscara. La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que es a lo que se quiere ser; este es su carácter mágico tan presente en la máscara teatral griega como en la máscara religiosa africana u oceánica. La máscara equivale a la crisálida".

Sugerencia para quien lea esta página. Visite la exposición y disfrute. Las máscaras no las fabrican los humanos para apartarnos de ellas sino para dejarnos conducir por ellas hacia los territorios que no conocemos de nosotros mismos.  




Quien desee acceder al catálogo situado en la red puede ir a