martes, 22 de agosto de 2017

Plaza del Viejo Coso: pasaje, jardín y corrala



El Viejo Coso es uno de esos lugares inapelables para un alto del paseante. Resume varias características y usos. Viviendas de un vecindario recoleto y tranquilo. Arbolado de varias especies. Pasaje entre dos calles, San Quirce y San Ignacio, gracias a sus dos portalones. Y una herencia histórica. Se trata de un antiguo coso taurino, una plaza octogonal reconvertida en pisos, tras el tránsito de cuarenta años como dependencias de la Guardia Civil.



En realidad la plaza parece más antigua de lo que es. Pero sólo data de 1833 (total, ¿qué son cerca de doscientos años en una ciudad tan secular como la nuestra?) Erigida sobre las fincas de un antiguo conde, no sé si reinando ya Isabel II o a punto de hacerlo, si bien en el frontispicio aparece un escudo muy significado de aquella peculiar monarca. El destino y uso de la edificación va implícito en el nombre: coso. Las plazas de toros de entonces, y en otras ciudades españolas eran análogas, de forma eran octogonal, y ésta poseía dos pisos de gradas bajo una crujía cubierta, que aún permanece en su forma exterior.




Las entradas y salidas de la plaza tienen lugar desde dos calles y consisten en un portalón largo en cada caso, lo cual permite ser utilizado el espacio como lugar de tránsito para el viandante que desea ir desde la zona de San Quirce hasta Fabio Nelli, sin necesidad de dar la vuelta por la Plaza de las Brígidas. Un doble pasaje sui generis, pasadizo-plaza interior descubierta-pasadizo, que siempre impresiona al paseante. ¿Por qué? Es como trasladarse al pasado, no tanto para imaginar la fiesta de toros como para cualquier tipo de sensaciones cuyo mérito es la piedra, el ladrillo, la estructura misma del ámbito y una tranquilidad interior que proporciona ese a modo de patio-jardín.




No dudo nunca, cuando me aproximo a esta parte de la ciudad, en desviarme levemente y demorarme a propósito en el Viejo Coso. Me sucede como con el Pasaje Gutiérrez. Por una parte, el goce de esos espacios recoletos y a la vez sublimes. Por otra, un reconocimiento a las huellas de la arquitectura civil vallisoletana sobre las que tan escasamente nos habían hablado en el pasado. Y que, por lo tanto, nadie nos enseñaba a apreciar. El Viejo Coso dejó de cumplir su función a finales del siglo XIX, al levantarse la nueva Plaza de Toros  -nueva  entonces, pero hoy con casi ciento treinta años a cuestas, un monumento por sí misma al ladrillo-  y pasar a nuevo uso como casa cuartel de la Guardia Civil. Aún recuerdo en mis años jóvenes haber visitado el cuartelillo por alguna razón, con cierta timidez como era de lógica en aquella época, y es que la Benemérita siempre imponía. Acaso gracias a aquel destino el conjunto arquitectónico se salvó de la barbarie urbanística y el siguiente salto de uso fue estrictamente de habitabilidad. Se transformó en viviendas, manteniendo ese aspecto de corrala, aunque ya los tiempos no reproducían las pautas y costumbres, a más del griterío, de las corralas madrileñas. En los bajos se han habilitado oficinas varias, tipo academia de idiomas, escuela de preescolar, una radio FM, centro de creatividad para niños u otro de enseñanza de lengua para extranjeros.




¿Sería lo mismo el interior de la plaza sin el conjunto verde que adorna y oxigena a la vez? Ahora mismo no la imagino ya pelada, puro empedrado o cemento, y como creo que los monumentos van siempre reproduciendo monumentos de forma concéntrica, aquí el valor interior reside en ese arbolado variopinto y generoso. Aunque hay un tejo de tamaño considerable, cuya forma cónica es toda una vestimenta verde que cae majestuosamente hasta el suelo, cohabita con otras especies, tal como puede advertirse en las fotografías. Cierto que el tejo, especie de la que no hay excesivas muestras en la ciudad, tiene once metros de altura, es tupido, ha cumplido unos cincuenta añitos y, como cualquier madurito que se precie, exhibe una prestancia que no sólo es ficticia, sino real, pues los técnicos dicen que, hasta la fecha, goza de buena salud.




















6 comentarios:

  1. Me lo perdí...visita obligada para la próxima vez.
    Ahhh esos cafés con leche acompañados con cruasants gigantes y zumo de naraja...No los he visto por aquí, no.
    salut

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    1. A veces los pequeños alimentos, pero gustosos, dejan mejor recuerdo de las visitas a las ciudades que todo lo monumental...

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  2. Siempre que se añade peso consistente a estructuras históricas dedicadas a otros menesteres me pregunto si reforzarían los cimientos para el nuevo fin. En este caso imaginémoslo afirmativo básicamente debido a su nueva función, porque aguanta y luce bonito a la par que original.

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    1. Supongo que el uso original ya era bastante consistente. Una plaza de toros del XIX, capaz de soportar el peso de masa humana tendría que estar firmemente asentada.

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  3. Es un espacio amable, muy proporcionado. La arquitectura es muy cercana, los arcos rebajados de planta baja con aparejo de ladrillo a sardinel y la estructura de madera del claustro de las plantas superiores hacen que todo sea muy próximo. Es un buen ejemplo de cómo la arquitectura hace ciudad y no al revés de como suele plantearlo el urbanismo del Movimiento Moderno que proponía una modulación y una "moldeación" de la arquitectura al servicio de las grandes tramas urbanas. (véase el urbanismo de Le Corbusier o de Hilberseimer)
    Un abrazo
    Francesc Cornadó

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    1. Se agradece tu valoración de profesional sobre un pequeño ejemplo de arquitectura civil adaptada desde un uso anterior. Cuántas vueltas da la vida en el asunto de las tramas urbanas y, por lo tanto, de usos y costumbres. Seguiré la pista de otros ejemplos. Gracias, un abrazo.

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