"El sol estaba ya alto, pero no calentaba. Cuando llegamos, cerca ya de las diez, el frío era horroroso pero las calles ardían de animación. El médico guardaba su tartana en casa de un boticario que tenía su corralón en la calle de Miguel Íscar; nos despedimos de él, quedando en volver a encontrarnos allí. Fuimos enseguida al mercado del Val, y del Val al Campillo; de allí salimos con un chico cargado de apios, cardos, lombardas y besugos, que fue a depositarlo todo en casa del boticario. Después, en los soportales de la acera compramos embutidos en las salchicherías, y en las tiendas de ultramarinos aceitunas y barrilitos de ostras". Así cuenta de un día frío de infancia Rosa Chacel el ambiente de su ciudad natal, Valladolid, en la novela Memorias de Leticia Valle. Y esa mención al avituallamiento en las plazas de mercado es un excelente homenaje con el que la escritora puede llegar al conocimiento de nuevas generaciones y al ejercicio de memoria de las antiguas que sobrevivan.
En este sentido va también el mural cerámico del Campillo, conocido hoy como Plaza de España que, erigido en 1996, tras la remodelación de la plaza con ámbito para un mercado al aire libre, fue realizado por Gonzalo Coello Campos. Es una evocación de aquel mercado proyectado en 1878 -el proyecto se denominó 'Proyecto de tres mercados de hierro'- a iniciativa del alcalde Miguel Íscar -el gran impulsor del Campo Grande- junto con los mercados del Val y de Portugalete. Las arquitecturas tenían de referente el mercado monumental de Les Halles, en París, y probablemente el mercado del Borne de Barcelona, lo cual suponía lo más avanzado en aquella época. Desgraciadamente tanto el del Campillo como el de Portugalete fueron derribados en unos años de nula o escasa reflexión y actuación arquitectónica y urbanística. El primero en 1957 y el segundo, aún más incomprensiblemente, en 1974, víctimas de un déficit notable en la protección y cuidado del patrimonio urbano.
Jesús de Anta Roca en su documentado libro Historias y personajes no tan conocidos del Valladolid contemporáneo nos cuenta sobre aquel mercado desaparecido que "Jacinto Peña, nacido en Palencia en 1845, era un promotor muy activo en el ámbito de la concesión de obras municipales: a veces se le citaba como maestro de obras, y otras como maestro cantero. Entre las muchas obras de las que resultó adjudicatartio destacan la construcción del mercado del Campillo de San Andrés que abrió sus puertas en 1880 y fue demolido en mayo de 1957 (...) Aquellos mercados fueron un gran avance tanto para los vendedores como para los compradores: un lugar cerrado a salvo de fríos, lluvia y el fuerte sol estival, disponibilidad de agua corriente y luz artificial (de gas en los primeros años) En definitiva, confortables para su época y con razonables condiciones higiénicas. Las crónicas de la época hablan de que costó que los vendedores se decidieran por trasladar sus puestos en la calle al interior del mercado del Campillo. A fin de cuentas era toda una novedad y un cambio radical en las costumbres. Además, los comerciantes creían que perderían clientela si metían sus puestos en el mercado frente a los que, más visibles para las amas de casa, quedaban en la calle".
En este mural se refleja el acarreo de las mercancías, la exposición para su venta de carnes, pescados, pan o verduras, los alimentos básicos de otra época, pero también la venta de cacharros de barro donde cocer o asar las viandas, y en el centro se halla la representación del mercado -la plaza, que se decía entonces- en su sólida estructura de hierro, ladrillo y tejería.
El mural está instalado en una chimenea de ventilación del aparcamiento subterráneo, en el extremo de la plaza frente al Banco de España y el comienzo de la calle Duque de la Victoria. El mercado actual de frutas y verduras, bajo una marquesina que evoca a su vez la que hubo antiguamente en la calle Dos de Mayo, no es ni la sombra de lo que hace ciento cuarenta años existió en ese lugar. Véase una fotografía actual de los puestos y compárese con la fortaleza antigua de un mercado con resonancias europeas de su tiempo.
Que mercado tan guapo. Siempre me han gustado.
ResponderEliminarBien por la cerámica, es un legado.
Salut
El antiguo desapareció pero la marqesina actual que sirve de mercado por las mañanas y de otros usos o libre por la tarde no está mal, al menos permite dejar bastante abierto el rectángulo de la plaza. Otro día entrará el paseante en detalles.
EliminarYo, el mercado que conozco, es el del Val, siempre que he pasado por allí he ido a visitar ese mercado y a comer a El Consejero del rey, que está en un lateral, frente a él.
ResponderEliminarMe encanta visitar mercados, y me gusta ir a comer allí, aquello es una tahona de categoría y la comida es más que excelente, a mi parecer.
Salut
El del Val es el único que sobrevivió de los tres que un alcalde con visión de modernidad en su tiempo (último tercio del siglo XIX) llevó a cabo en el caso central de la ciudad. Y gracias a que se acometió una renovación desde los cimientos está en funciones. Por cierto, en alguno de sus puestos se venden los mejores lechazos de esta Castilla.
EliminarEn el restaurante que citas no he estado nunca comiendo. Pero tomo nota, las impresiones sobre las comidas siempre son bienvenidas y tenidas en cuenta.
Paseante:
ResponderEliminarno soy forofo de los mercadillos, pero tampoco me disgustan. Los he visitado en compañía, he aguantado estoicamente en cada uno de los puestos visitados, también he comprado alguna cosilla, pero desde hace unos años noto que todo es lo mismo. No veo variedad por muy grande que sea el mercado. Los mismos zapatos, el mismo diseño de calzocillos, las mismas camisas, los mismos platos... La verdura y la fruta y algún embutido es lo que más me puede llamar la atención.
Pero le dan mucha vida a la ciudad y es muy interesante escuchar las conversaciones de vendedores y compradores.
Salu2.
Evidentemente hay mucha homogeneidad en los mercados, pero también tienen su idisioncrasía y particularidades. Los mercadosal aire libre o bajo marquesinas en poblaciones de cierta entidad nunca mwe los pierdo, por ejemplo los de Ávila o País Vasco o Navarra, porque allí siempre hay algo diferente, siquiera porque venden producto de huertas próximas y no de invernaderos. Y los mercados de carácter histórico me siguen fascinando por mantener estructuras antiguas (este de Valladolid, o en Madrid y Barcelona, o el que hay en Valencia, por citar ejemplos) Es uno de mis objetivos siempre en los desplazamientos a otras ciudades. Monumentos vivos donde ves a la gente viva en uno de los ejercicios más antiguos de la humanidad: comprar y vender.
EliminarHay algo de naíf en ese mural que para nada desvirtúa la imagen de lo que debió ser. Una obra amable.
ResponderEliminarMarisol.
Pues sí, ya que lo indicas algo hay de ese toque inocente. Debr ser que el transcurso del tiempo todo lo vuelve más grato.
EliminarEs un homenaje bonito e imprescindible para no olvidar. Al igual que las estatuas de Don Pío y Einstein, el fresco les dice a los transeúntes que "miren lo que alguna vez existió".
ResponderEliminarCorrecto, Ph. El problema es que muchos no saben mirar o no están interesados en mirar.
EliminarSiempre me llama la atención el número de personas que pasan por los sitios sin ver cosas como esta y preguntarse sobre su razón. Todo esto humaniza la ciudad.
ResponderEliminarSin duda, Pedro. Si la gente se detuviera ante un mural, como en este caso, por ejemplo, y buscara una explicación aprendería algo más no solo sobre el pasado de la ciudad sino sino sobre la necesidad de cuidar los bienes colectivos que hay en una urbe.
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