domingo, 30 de octubre de 2016

El jardín recoleto de la Casa de Cervantes




A veces pienso que el paseante local o el visitante de fuera se dejan seducir más por el lugar ilustre y el nombre que detenta la Casa de Cervantes que por el marco vegetal que da acceso. Y es a ese marco, a ese ámbito ajardinado que lo precede a lo que mis ojos quieren prestar atención. Uno y otro, jardín y casa que lleva el nombre del escritor, son espacios remozados. La casa pudiera ser una de aquellas del siglo XVII en que Cervantes vivió entre 1604 y 1606 en Valladolid. El jardín es una recreación bastante reciente, pues en los tiempos del escritor solo se conocía la calle Rastro y la casa estaba ubicada a orillas de una de las Esguevas. La casa, que se convertiría en museo ya bien andado el siglo pasado, pasó por una restauración exhaustiva que la sacó de su incuria en la primera parte del siglo XX, a instancias del vallisoletano Marqués de la Vega-Inclán.



Aunque la casa y su jardín tiene un acceso más conocido desde la calle Miguel Íscar, urbanizada en el siglo XIX, tras el soterramiento del Esgueva,  existe otro, el que desde la Plaza de Madrid lleva por la antigua calle del Rastro. El desnivel que se produce entre Miguel Íscar, de intenso tránsito, y la del Rastro permite una visión acertada y grata.  

El paseante desearía que este jardín recoleto fuera más concurrido y menos prisionero. Puede que las altas verjas estén pensadas para proteger el lugar de actos vandálicos, pero en modo alguno debería tal cerca espantar a gentes que quisieran hacer un alto en el camino o improvisar una tertulia peripatética. De todos los elementos que lo adornan hay que destacar los altos árboles tras los que se pueden ver edificaciones del urbanismo burgués decimonónico. En el jardín destaca un añadido que va pegado a la medianera de un edificio posterior. Se trata de parte de la fachada del antiguo Hospital de la Resurrección, que debió estar por la actual Plaza de Zorrilla, donde se ubica la imponente Casa Mantilla. Que Cervantes escribiera en Valladolid algunas de sus novelas, llamadas hoy ejemplares, tales como El licenciado Vidriera, El coloquio de los perros y El casamiento engañoso propició que algunos lugares de la ciudad aparecieran en ellas.

Un ejemplo. Así comienza la novela El casamiento engañoso: "Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, un soldado que, por servirle su espada de báculo y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de su rostro, mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora". Por cierto, a quienes no hayan leído El licenciado Vidriera, El casamiento engañoso o El coloquio de los perros se les recomienda desde este modesto blog que lo haga sin dudar. La frescura, la modernidad y la imaginación de estos relatos, impregnados de una ironía y una diversión fantásticas conjura cualquier mal de nuestros días. Nada del alma humana hay de nuevo bajo el sol.













2 comentarios:

  1. Apetece pasear por el jardín, tan bien dispuesto y sombreado.

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    1. Es pequeño, poco concurrido, parece más un adorno, pero es hermoso.

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