sábado, 8 de febrero de 2025

Tarde soleada para las alegorías de los cuatro puntos cardinales de Colón

 


La mañana fue sumamente fría, envuelta en la niebla, pero la tarde deviene soleada y las alegorías del monumento a Colón adquieren un tono de luces y sombras fascinante. Las figuras, como cuatro puntos cardinales o, si se prefiere, como cuatro virtudes, se muestran más humanas, con todo lo que implica de cercanía. Abandonan su naturalismo impertérrito y los cuerpos adquieren un movimiento que reclaman antiguas influencias renacentistas. Entonces los simbolismos resultan más inteligibles. 

El escultor Antonio Susillo (Sevilla, 1857 / Sevilla, 1896) es el autor del Monumento a Colón tan conocido por los vallisoletanos en la confluencia del Paseo de Recoletos y Filipinos, con la perspectiva de fondo de la Estación de Ferrocarril. Es uno de los puntos del eje que se establece con el Monumento a José Zorrilla, generando el llamado Paseo Central del Campo Grande. Todo el conjunto de figuras y relieves es una alegoría, o suma de alegorías, sobre el denominado Descubrimiento de América, que puede ser motivo de descripción en otra entrada. Pero hoy, con mañanita de niebla y tarde de paseo, al decir del dicho, a uno le interesa principalmente la contemplación de las cuatro grandes figuras que como cuatro proas delimitan el conjunto. La fundición de las esculturas se realizó en Fonderie Thiébaut Frères de París, ahí es nada.




Así pues, el artista otorgó atributos a las cuatro grandes figuras que rodean el monumento. Esculturas sedentes, desnudas, como atlantes y cariátides que parecen sujetar con sus espaldas la gran mole del monumento. Si todo él responde a la mentalidad historicista y épica que predominaba en el siglo XIX y parte del XX, las grandes figuras aportan, además de su grandiosa espectacularidad su propio código. Y así cada una representa una actitud o un valor o una técnica o un conocimiento. 

La mujer y el niño a los pies, sentado este sobre una ruda soga de marinería, representan a la Náutica. Es decir nada más ni nada menos que el arte y la técnica de navegar, y el desarrollo de buen oficio, algo de orígenes tan lejanos que propició que nuestra península ya recibiera la visita y asentamiento de culturas del Próximo Oriente, los fenicios o los griegos, por ejemplo, y ya no digo los romanos o los árabes más tarde. El arte antiguo de la navegación, y arte es siempre técnica que evoluciona constantemente, proporcionó intercambio comercial, difusión de ideas y conocimientos, e instalación de nuevos moradores. En un monumento relacionado con el histórico episodio de llegar a un continente desconocido no podía faltar el reconocimiento esencial de la Náutica.   






He ahí un guerrero, dirá el transeúnte al observar al hombre con la espada en ristre. Bien, la espada es el arma y al hombre armado se le ha relacionado siempre con lo valeroso. Eso pretende el escultor, utilizar este recurso para significar el Valor. Pero ¿acaso el valor es solo patrimonio del hombre armado? Valor no siempre implica la ejecución de un hecho manu militari. Ni es solo arrojo en extremo. Valor es ante todo decisión prudente, tomar iniciativa incluso con sus riesgos, considerarse apto para acometer una empresa, ya sea científica o de exploración de nuevos mundos. Valor es afrontar el día a día, con sus dificultades y dudas, por parte de cada cual. Valor es disponer y elegir, procurando el acierto.  Pero este guerrero de la espada carece de otros emblemas. No hay coraza ni casco  Diríase que es un guerrero tranquilo, más seguro de sí que de dar el paso a utilizar su arma. Tal vez un guerrero pensante.






Esta dama que parece ausente contempla el horizonte. ¿El que hay delante o el que quedó atrás? Los libros bajo su mano o a los pies hablan más bien de un tiempo transcurrido. Un tiempo colectivo del que se sabe poco y no siempre ajustado a lo que fue. También su mirada absorta en el recuerdo, escéptica y sin mayores pretensiones, nos está sugiriendo que se erige como la Historia. No es baladí esa postura de reposo, pues si se quiere interpretar el pasado, con sus glorias y sus desgracias, hay que hacerlo sin precipitación, sin exaltaciones, sin tomar partido en lo que se cree que aconteció como beneficioso y sin rechazar el lado oscuro del pasado. Sin prejuzgar y sin prejuicios. No confundir saber de la Historia con lo que gustaría que hubiera sido. Para ello nada mejor que tomar distancias y dotarse de información. Estudiar para conocer y reconocer. No para adulterar el pasado ni para colorear e inventar hazañas que acaso no existieron. La Historia calla, no le gusta hablar a la ligera, y necesita traductores que transmitan a las generaciones actuales una interpretación lo más próxima posible de lo que hubo. La Historia pide que no se la utilice para justificar el presente. Que no se hable y menos se vocee en su nombre. Que se mantenga la misma actitud de la mujer que la encarna en esta escultura. La prudencia.






He aquí un ejemplo de concentración. O, mejor dicho, de hombre reconcentrado en una lectura, en una elaboración mental. Es el Estudio. Ninguna acción humana que intente aportar y conseguir algo trascendental, ninguna aventura de envergadura, ningún avance en la técnica o en la producción, son posibles sin la capacidad y el esfuerzo del estudio. Es a través de él como convergen los datos, las ideas, la imaginación para trazar proyectos transformadores. Quien crea, por ejemplo, que los primeros navegantes llegaron a otras costas desde las propias al tuntún, simplemente lanzándose al océano que, por otra parte era desconocido y como tal temido, se equivoca. La más sencilla empresa requirió su estudio. Quien dice el océano dice las vastas llanuras o las abruptas sierras de los continentes. Cualquier empeño y cualquier iniciativa había requerido utilizar los conocimientos al alcance en cada época. Como aún sigue sucediendo.
 



En la Guía de Arquitectura de Valladolid dirigda por Juan Carlos Arnuncio Pastor figura una interpretación más técnica sobre estas cuatro esculturas imbólicas:

"Una característica esencial de la obra de Susillo es su expreso academicismo, que se manifiesta por un lado en la elocuencia y claridad del discurso que desarrollan las alegorías y por otro en la vocación profundamente historicista de su inspiración como escultor.

Reconocemos, en este sentido el simbolismo de los cuatro puntos cardinales que organiza la planta; y cómo sobre ellos, a la manera de los ríos berninianos de Piazza Navona, se asientan las cuatro virtudes de la gesta. En ellas descubrimos la sombra del Moisés de Miguel Ángel, pero también a Donatello y a los clásicos romanos. Del mismo modo que en los bajorrelieves planean Berruguete, Durero y hasta algún tallista de la época de Augusto, entre arcaísmos propios de un Ghiberti como la coincidencia en el mismo espacio de escenas separadas en el tiempo".  








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