domingo, 13 de abril de 2025

Los yacentes del escultor Gregorio Fernández (y la visión de Ricardo de Orueta)

 



Siempre me ha intrigado de dónde sacaría el imaginero Gregorio Fernández los modelos de sus Cristos. Y en concreto de sus Cristos yacentes. Si de cuerpos de hombre aún vivos con una determinada constitución, si de observaciones en moribundos, si detallando las anatomías de los fallecidos recientes. Pero tras las potentes dotes de observación del escultor este buscaba una mística. ¿Del personaje a representar o del dramatismo de la muerte? ¿Ahondaba en una aproximación al dolor y al desgarro? ¿Convertía a un Dios en un humano privado del don de la vida? ¿Buscaba exaltar la doctrina de la salvación que motivaba su fe? ¿Rebuscaba en la pérdida de la belleza que la muerte sentencia?

Esa semana en que las cofradías católicas evocan una vez más la tradición, es una ocasión para contemplar en las calles la escultura barroca a través de los pasos que representan episodios de la Pasión de Jesucristo. Las esculturas del barroco castellano son un derroche de realismo, con figuras de tamaño natural, pensadas para la mentalidad de los siglos XVI y XVII inspirada por la Contrarreforma de Trento. Una exposición que perseguía vincular a los hombres y mujeres sencillos con el relato religioso. Hoy día aún habrá quienes observen tales obras solo con los ojos de su fe, otros con la condescencia que reclama el realismo, otros con mirada de admiración ante la obra bien ejecutada por la mano de una pléyade de artífices. Creyentes o no creyentes pueden acercarse a una herencia artística e histórica, sean cuales sean sus pensamientos.

El paseante no pudo por menos que parar el otro día ante uno de esos Cristos yacentes del escultor insignia de la imaginería vallisoletana, Gregorio Fernández. El yacente fotografiado se encuentra en la iglesia de San Pablo. En diversas iglesias y conventos de la ciudad hay más yacentes, como también crucificados, de Gregorio Fernández. Un tallista de origen gallego que vivió de 1576 a 1636, y que fue vecino de Valladolid gran parte de su vida. Pero la información sobre este autor puede encontrarse por libros e internet y poco debo decir. Sin embargo me he topado con un librito titulado Gregorio Fernández, de un importante crítico e historiador del arte, Ricardo de Orueta que, por cierto, fue el impulsor del Museo Nacional de Escultura en 1933 cuando estuvo de Director de Bellas Artes en la etapa de la Segunda República. 


(Gregorio Fernández, retratado por Diego Valentín Díaz)


Con gran agudeza Ricardo de Orueta habla de los Cristos yacentes de Gregorio Fernández de este modo:

"Esas estatuas no expresan más que una cosa: muerte. Y no la muerte simbólica del Dios, sino la real y verdadera de un  hombre que sufre en su carne al morir, y que, todavía después de muerto, causa una impresión triste con la huella borrosa de su dolor pasado. Esas esculturas hacen suspirar, y conmueven. No hay en ellas elevación de miras, ninguna; pero hay, en cambio, esencia de realidad, percepción íntima de todo aquello que constituye la nota primera y más vigorosa de una expresión, y selección de esto por una sensibilidad exaltada. Seguramente no se ha pensado al labrar esas imágenes en representar a un Dios, un héroe o un genio. ¡Cómo iban a pedir esto los beatos del siglo XVII, ni cómo se lo iba a proponer el pobre Gregorio Hernández! Lo que se ha buscado ha sido una selección y un aumento de los valores emocionales que ofrecen, mezclados con otros valores, las apariencias sucesivas de uno y otro hombre singular. Una síntesis; una intensificación; una armonía expresiva; del mismo modo que los manieristas, sus contemporáneos, se proponían, sin conseguirlo, una armonía de proporciones, para representar al hombre bello, o de valores característicos, para representar al tipo, al profeta, al apóstol, al Dios. Todavía Gregorio Hernández tiene la ventaja enorme de que estas armonías son creaciones suyas, están formadas en el crisol de su temperamento, mientras que los manieristas traducen el sentir ajeno y siguen una moda. Y hay más; como Gregorio Hernández es un beato, un hombre de su tiempo, el sentir suyo está relacionado íntimamente con el sentir de los demás, y todos lo aprecian y lo admiran porque todos lo comprenden y lo sienten. ¿Qué más da que sea éste un arte popular, vulgar y plebeyo? Quien dice arte, tiene forzosamente que decir emoción, y puestos a sentir y a rezar, el mismo aroma ofrece el rezo de un magnate que el de un pobre campesino, que lo importante y lo difícil es que haya un sentir hondo y sincero en el rezo."


Ricardo de Orueta


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miércoles, 9 de abril de 2025

El atrio de San Felipe Neri. Un trozo de patio visibilizado a pie de calle

 



Hasta hace pocos años cualquier paseante ignoraba lo que se ocultaba en una calle tan céntrica de la ciudad como es la calle Regalado. Pero hoy se puede apreciar allí una huella rediviva del pasado. A simple vista puede parecer un ejemplo de reconstrucción o restauración, que lo es. Pero también remite a la destrucción sufrida por la ciudad en la época moderna. 

Y es que este trozo de antiguo atrio de iglesia es el resultado de la partición sufrida cuando en el avanzado siglo XIX se inició un trazado vial nuevo que, arremetiendo bruscamente sobre el caserío, pretendía conectar la Catedral con la calle de Santiago. Resultado: una nueva calle que lleva actualmente el nombre de Regalado. Ese trazado irrumpió abruptamente en la finca hospitalaria vinculada a la iglesia oratorio de San Felipe Neri, por lo que quedó destruída una parte y se ocultó la que no se había derribado. Esta se recuperó a raíz del Plan del Casco Histórico de 1992 pero no fue hasta hace menos de una década cuando la reconstrucción tuvo al menos el acierto de convertir un espacio tradicionalmente interior en una apertura del pasado a la calle.

El atrio, menos lujoso ornamentalmente que otros patios de palacios y casas nobles, tiene al menos el mérito de transmitirnos todavía aquella tradición de arcadas y columnas de tiempos pretéritos. Y de paso convertir sus capiteles en un homenaje a lo toscano.




En el muro lateral, como una aportación de nuestros días, figura un mural cerámico cuyos autores son Los Bravú. Ellos son Dea Gómez y Diego Omil, y lleva el título de Cruzando las aguas revueltas. Leo en su web acerca del mural de la calle Regalado: "Azulejado en cerámica producido en los talleres del centro cerámico de Talavera de la Reina, según la tradición artesanal de esta ciudad. La imagen está inspirada en Cristóbal, patrón de los viajeros, a los que ayudaba a cruzar un peligroso rio de una orilla a otra. Ephemera Phestival III tomó las calles de la ciudad con una selección de proyectos efímeros site-specific, novedosas intervenciones murales y proyectos efímeros sobre mobiliario urbano. Ephemera Phestival es un proyecto organizado por CreArt y FMC, bajo la dirección artística de Cless".














miércoles, 2 de abril de 2025

Las esculturas de Juan Haro que conversan con las clásicas en la Casa del Sol

 




Se miran, se soslayan. Se aproximan, se alejan. Se rodean, se liberan. Se hablan, enmudecen. Se corresponden, discuerdan. Coinciden, discrepan. Suben el tono, se atenúan. Se rozan, se rechazan. Se comparan, se diferencian. Se buscan, se pierden. Se abren, se recluyen. Se precipitan, se moderan. Tantos opuestos le son sugeridos al paseante, que disfruta de la conexión entre tiempos y estilos, al contemplar esta exposición contrastada entre obras grecorromanas y la creación de un autor almeriense, Juan Haro, acaso menos recordado por el común de los ciudadanos pero que tuvo su estilo particular donde las figuras son seres en acción, como las clásicas y, por lo tanto transmitiendo emoción. En cierto modo herederas de aquellas en la representación de las viejas manifestaciones humanas: el cariño y la ternura, el combate y el ejercicio, la representación y la mascarada, la maternidad y el cuidado, los sueños y las aspiraciones, la contemplación y el propio ego, la sexualidad y el encuentro, el desnudo y la liberación, la competición y el riesgo, el amor y la muerte.




Todo aquello que los clásicos ya representaron con su arte es retomado por Juan Haro. Y bajo el título de Nuclear, el Museo Nacional de Escultura ha generado en el lujoso ámbito -la iluminación recrea un ambiente casi sacro-  de la Casa del Sol una suerte de diálogo, como se dice ahora, transtemporal en un sentido pero vivo en la medida que los artistas modernos han seguido haciéndose eco de la mirada antigua, porque antiguo es el hombre y no sé hasta qué punto ha cambiado. 

Y es que diálogo no es solo una palabra razonada entre dos o más individuos. Es actitud, encuentro, aportación, llave para la convivencia. Dialogar es llevar a cabo la comprensión de los cuerpos y su fuerza interior a través de una reconstrucción actualizada de los tiempos. El estilo primitivo o clásico se acerca a nuestros días a través de aportaciones del siglo XX o XXI, como anteriormente el Renacimiento supo recuperar las suyas. En la misma  dirección que otras exposiciones con obras de autores como Joan Miró o Baltasar Lobo, por recordar alguna, es un acierto este planteamiento comparativo. No se trata de que la obra actual sea la obra clásica, sino que se vea un nexo, un cordón umbilical, en la constante persecución del arte por hablar de las capacidades de la especie humana, de sus logros y de sus fracasos, de sus deseos y sus límites. Que se observe la evolución formal, el tratamiento de los volúmenes y la expresión oculta que la mirada de artistas que han trabajado lo abstracto o una figuración no expresamente realista nos ofrecen.

Nuclear estará en vigor hasta el 20 de julio, en los mismos horarios que el Museo Nacional de Escultura. He oído que también está prevista una exposición de obra de Eduardo Chillida, esta vez en el Palacio de Villena, en el mismo corro de museos, pero para avanzado mayo.