domingo, 12 de octubre de 2025

Pedro Ansúrez, impulsor más que fundador de la ciudad

 



De esta mujer, entre pensativa y desgarbada, ¿quién sabría decir a primera vista qué hace, dónde se encuentra y por qué medita? Y sin embargo, ella, tal vez la Historia, extiende a su lado una inscripción que dice: "La ciudad de Valladolid erige este monumento a la memoria de su protector y magnánimo bienhechor el Conde D. Pedro Ansúrez. Siglos XI-XII". Epígrafe muy al gusto de la narrativa historicista que cundía en el siglo XIX y parte del XX. 




Y he aquí el motivo de la dedicatoria. El personaje. Pedro Ansúrez. Aquel conde que en lo que algunos llamarían, con halo romántico, la noche de los tiempos impulsó el crecimiento de la ciudad, más que fundarla como tal, como si surgiera de la nada o del desierto. Nada mejor que dejarse llevar por la explicación del que fuera catedrático de Historia Medieval en la Universidad Julio Valdeón Baruque en una obra colectiva titulada Valladolid, historia de una ciudad. No por ser algo extenso el texto es menos importante:

"Valladolid era a mediados del siglo XI un modestísimo núcleo rural, al parecer dependiente de Cabezón, núcleo vecino de mayor entidad. En Valladolid, por otra parte, no había un brillante pasado romano, al margen de las viejas discusiones sobre la mítica Pincia. Tampo hay restos significativos de la época visigoda. A diferencia de núcleos vecinos, como Palencia, Valladolid no era cabeza de una sede episcopal, dignidad que no alcanzó hasta finales de 1595. Tampoco podía beneficiarse de su localización en la ruta que conducía a los peregrinos a Santiago de Compostela. En definitia, el origen de Valladolid era sumamente modesto, lo que contrastaba de forma rotunda con otros núcleos de lc cuenca del Duero, como la citada Palencia o León.

De todos modos, es un hecho admitido que desempeñó un papel decisivo en orden al despegue de Valladolid el conde Pedro Ansúrez. Destacado magnate de la corte del rey de Castilla y León Alfonso VI, Pedro Ansúrez, conde de Saldaña y de Carrión, recibió el encargo de dirigir la actividad repobladora en la zona del Duero medio, con el núcleo de Valladolid como centro estratégico. Cuando el conde Ansúrez llegó a Valladolid, cosa que ocurrió hacia el año 1080, había allí un núcleo 'preurbano', según la expresión que acuñara en su día Amando Represa. De todos modos al conjunto inicial de viviendas, agrupadas en torno a la iglesia de San Pelayo, se le añadieron, en tiempos de Fernando I, otra iglesia, la de San Julián, una arcaica fortaleza y una tosca cerca.




Ciertamente se daban en Valladolid condiciones favorables: abundancia de aguas, pozos y fuentes, en particular las diversas ramas del esgueva y el Pisuerga; existencia de un clima que, aunque continental, estaba algo matizado con respecto a otros lugares de la cuenca del Duero; su papel de núcleo fronterizo entre los reinos de Castilla y de León; incluso su ubicación en un punto intermedio entre la ruta jacobea, por una parte, y las ciudades musulmanas del valle del Tajo, por otra. En todo caso Pedro Ansúrez supo sacar partido de aquellas posibilidades, fortaleciendo al núcleo vallisoletano. A él se debe la edificación de la Colegiata, pero también e un palacio condal y de su iglesia aneja, Santa María la Antigua.En el entorno de la Colegiata hubo un importante desarrollo urbano, completado con la expansión de la villa en otras direcciones, como el barrio de San Martín y la pueblo del Puente.

Estas actuaciones explican que se haya adjudicado tradicionalmente al conde Ansúrez nada más y nada menos que la fundación de Valladolid. En verdad el núcleo de Valladolid existía antes de la llegada de Pedro Ansúrez, pero no es menos cierto que con él comenzó, como ha dicho una vez más Amando Represa, "la tarea de su engrandecimiento".

 


La escultura en bronce, en el centro de la Plaza Mayor, delante del Ayuntamiento, es obra de Aurelio Rodríguez-Vicente Carretero, natural de Medina de Rioseco. La pose hierática del personaje responde a la mentalidad del tiempo en que fue concebida. Como muchos de los episodios de la ciudad, desde que se toma una deición pública hasta que se ejecuta una obra pueden pasar décadas. En 1864 el Consistorio decidió levantar este monumento que hasta 1900 no se encarga y solo se inaugura en 1903. Y desde entonces he ahí el Conde, viviendo imperturbable los avatares ciudadanos. 

Enarbolando con una mano el pendón de Castilla y con la otra el pliego supuestamente fundacional, pertrechado de los atributos del manto, el espadón y la adarga, el artista hizo su derroche imaginativo sobre la figura del noble castellano. Muy al gusto de la estética recuperadora de las glorias patrias, tan propia del pesimista eco del 98. Vaya usted a saber cómo era en aquel lejano siglo XI un conde y en concreto este tan decisivo para nuestro acontecer cívico. 

La escultura va soportada por un pedestal, obra del arquitecto municipal de entonces, Agapito y Revilla, en piedra de Campaspero, y adquiere una forma acastillada con algunas columnas de inspiración románica en las esquinas. Porque el pedestal dispone de cuatro relieves en bronce, cada uno situado en un lateral del mismo. En el más frontal va la inscripción explicativa del motivo, contemplada por esa representación femenina que se me antoja antítesis de la majestuosa arrogancia del conde. Figura que parece encarnar el pensamiento y la contemplación a través de los siglos. En el lado opuesto, el escudo de la ciudad  abrazado por motivos vegetales. En otro lateral se escenifica la presentación del conde Ansúrez ante el rey. Y en el último costado el relieve dejaría constancia de la obra de impulso urbano del conde, la arquitectónica, plasmada en la construcción de Santa María la Mayor, de la que hoy quedan ruinas.

Tantas veces atravesando el paseante la Plaza Mayor, mirando unas veces de reojo y otras obviando el monumento, y ya iba siendo hora de dedicar una sesión fotográfica y textual a un monumento que solo lleva 122 años de existencia.









domingo, 5 de octubre de 2025

El canto del exuberante jilguero del muralista Rage en la calle Gardoqui

 



       ¡Oh follaje de estío. 
Amor, rumor, verdor, plenitud tan ligera: 
       Quién, alado, te diera 
Voz sonada en las hojas, murmullo de ribera, 
       El acorde de estío!

Son palabras de nuestro poeta paisano Jorge Guillén en su poema Delicia en forma de pájaro. ¿Son solo palabras? ¿O canto o mirada o sentidos? Me pregunto qué diría el poeta de haber visto esta representación del pájaro en una calle de su ciudad natal. Tal vez multiplicara sus poemas sobre el gorrión o el jilguero o el tordo que cada uno de nosotros llevamos dentro. Y ahí, en el muro, ¿simboliza el pájaro tranquilo y luminoso la esperanza bajo un cielo cargado de negros nubarrones que parece avecinarse?

Un acierto. En un muro antes poco agraciado y un portalón grafiteado sin ton ni son de la calle Gardoqui, que debe pertenecer al convento de la Concepción, un pájaro multicolor pone la nota de un grato renacimiento estético. Aparentemente menor pero cargado de dignidad y que trata de ocultar la fealdad y el vacío de la pared, que ya venía desde hace mucho. Acogido al Ephemera Phestival 2025, promovido por CreArt 3.0, el mural ha corrido a cargo del artista Javier Román (Rage)

Ephemera Phestival es, en palabras de sus promotores, "la nueva propuesta de CreArt, para mostrar las últimas tendencias de Arte Urbano en la ciudad a través de una selección de proyectos efímeros site-specific, intervenciones murales y sobre mobiliario urbano, que toma el relevo de la iniciativa desarrollada en el post-confinamiento en 2020 #ArtistasCreArtenlaCalle. Ephemera Phestival apuesta por el arte urbano más allá de la estética amable y colorista, con proyectos reivindicativos, conceptuales o irónicos que buscan la mirada inquieta y crítica del espectador".

Javier Román bien puede haber puesto imagen y luz a un poema de Pablo Neruda que dice...

El pájaro ha venido
a dar la luz: 
de cada trino suyo 
nace el agua. 

Y entre agua y luz que el aire desarrollan 
ya está la primavera inaugurada, 
ya sabe la semilla que ha crecido, 
la raíz se retrata en la corola, 
se abren por fin los párpados del polen. 

Todo lo hizo un pájaro sencillo 
desde una rama verde.








Y Jorge Guillén de nuevo:
 

ÚNICO PÁJARO

¿Ünico pájaro? ¿Vibra ya el alba hacia un nido? 
Sobre un exánime resto de noche y zozobra 
Tiende a un preludio de coro posible un silbido. 
Atención, escuchad, el alba es una obra. 



martes, 30 de septiembre de 2025

La elegancia florentina del Palacio de los Marqueses de Valverde, en pleno casco antiguo

 



Subir desde la plaza Mayor por detrás del Ayuntamiento en busca del Valladolid más ancestral. Dejarse arropar por el número de monumentos que han sobrevivido de un lejano pasado abundante. Uno se va encontrando edificios que se han salvado de la ruina y la incuria humana. San Benito, el Patio Herreriano, San Agustín, los conventos de Santa Isabel y Santa Clara, o San Miguel, la casa de los Valverde, Fabio Nelli, el convento de la Concepción, el antiguo Coso, el Palacio del Licenciado Butrón...Todos ellos en una proximidad continua que prosigue en otras direcciones. Estamos hablando de pleno casco antiguo o, mejor dicho, de una de las zonas del casco antiguo. 

Cierto que todos estos edificios disponen de un uso totalmente nuevo. Cierto que muchos de ellos no llegan completos o se ha rescatado una parte con alta dignidad. Cierto que deben convivir, por mor de la no siempre respetuosa evolución constructiva e inmobiliaria, con edificios de altura que nada tienen que ver con la fisionomía de aquellos siglos en que fueron erigidos los monumentos. Y es ahí, en ese recorrido donde haciendo esquina con la calle Expósitos -qué nombre tan significativo- y San Ignacio, junto a la Plaza de Fabio Nelli, donde destaca todavía con empaque la casa de los Marqueses de Valverde.  



El edificio fue rehabilitado integralmente hace pocas décadas y la restauración también afectó a la fachada. Llama la atención esa disposición angular tan poderosa de la esquina, donde las balconadas se superponen con dos ventanas separadas por un pilar almohadillado, como todo el contorno.  Encima de las ventanas se erigen dos medallones renacentistas con figuras femeninas que algunos dicen que pueden representar virtudes de los dueños de la casa. En la Guía de Arquitectura de Valladolid escribe Daniel Villalobos Alonso: "Estas imágenes transmiten aun a los que las contemplan, las cualidades evocadoras del ornamento renacentista, poseedor de un lenguaje preciso en su simbología que se refiere a la tradición neoplatónica recuperada en ese siglo en la ciudad de Valladolid y a su discurso sobre el amor, tan discutido en los debates filosóficos del pensamiento neoplatónico".

Esta esquina resalta más como escultórica que cual elemento arquitectónico, pues el almohadillado florentino causa el impacto de una representación plástica, enormemente decorativa. Lo más logrado es que estas ventanas se armonizan y compenetran visualmente con la portada, que exhibe a su vez un hermoso almohadillado. La puerta es un derroche de almohadillado, tanto en el arco de medio punto como en los laterales, una muestra renacentista dotada de una cualidad decorativa diferente a la de otras fachadas más sobrias de los palacios vallisoletanos. La ventana que se alza sobre la puerta no desmerece en absoluto y aunque se estima que es ya barroca y bastante posterior, los atlantes -masculino y femenino- que la enmarcan, reforzada decorativamente por mascarones y escudos nobiliarios, completan una fachada redundando en su personalidad.




El patio, en línea con lo que se llevaba en su época por los demás palacios, exhibe una armoniosa galería en la que, según parece, las columnas actuales son una sustitución de las orginales, ignoro si por el mal estado de las primitivas o por otra circunstancia. El edificio entero es hoy algo totalmente distinto al fin original -aunque a lo largo de los siglos a la par que cambió de propiedad también sufriría abundantes modificaciones-  y está ocupado por viviendas, comercios y oficinas. No obstante el acceso al patio es abierto y se agradece que la conversión más moderna haya mantenido al menos un cierto espíritu y recuerdo de lo que fue tradicionalmente. Otras ventanas y balcones que aparecen en la fachada principal y la de la calle Expósitos son de época posterior, y al buenoteador enseguida le salta a la vista estilos y formas de entender la arquitectura que tuvieron en cada época.

Propiedad a mediados del siglo XVI de Don Juan de Figueoa y María Núñez de Toledo, más tarde perteneció a Don Fernando de Tovar, señor de la Sierra de la Reina y Marqués de Valverde. Es por este último nombre por el que es citado. 





Mirar la ciudad nos conduce a preguntarnos. Y en esa indagación más se descubre la riqueza urbanística o, si se quiere inmobiliaria, monumental, que tuvo que haber en Valladolid hace unos siglos. Quedan soberbios testigos, gran parte de carácter eclesiástico -y eso que de este orden han desaparecido un número elevado de monasterios e iglesias- y otra parte de edificación civil, de palacios o casas de nobleza o de mercaderes ricos, o simplemente posadas. Y al constatar lo que nos queda, que nos parece mucho, es cuando uno se da cuenta de lo perdido. Trazados antiguos modificados, calles enteras venidas abajo, edificaciones señoriales y soportales desaparecidos. No es un fenómeno nuevo, no viene solamente de las décadas de especulación inmobiliaria del último tercio del siglo XX. Ya el historiador ilustrado Antonio Ponz, que realizó un recorrido por España por encargo de Campomanes en pleno siglo XVIII, relata en su Viaje de España (1783) lo que vio por Valladolid y se sensibilizó con el lujo monumental heredado, pero constató también la decadencia:

"Se encuentran en esta Ciudad multitud de portaditas buenas, y patios con columnas en las casas antiguas, casi todas sin concluir, que por desgracia abandonaron, y abandonan sus dueños: muchos de los capiteles son de aquellas caprichosas invenciones de Berruguete, compuestos de cabecillas, animalejos, serpientes, y otras cosas, que no se deben imitar en tales miembros de la arquitectura; pero fuera de esto son trabajos de mucha prolixidad, y diligencia, que divierten y entretienen la vista de quien los mira. 

(...) Se ven igualmente diferentes patios, y portadas de la arquitectura Greco-Romana, que floreció en el buen tiempo 

(...) Da compasion el número de casas que hay ruinosas, y enteramente caidas, ó á medio caer, que se encuentran en muchas calles, siendo muy pocas las que se reparan, y menos las que se hacen de nuevo. Consiste en que muchas son de mayorazgos, que no se creen en obligación de repararlas: en los alquileres cortos, y ser las obras costosas. Como no las pueden vender, ni permutar sin licencia de S.M. y dispendiosas diligencias se aumenta la ruina. Se junta también el gravamen de censos perpetuos que las casas tienen, y subsisten en sus solares, y así no quieren repararlas los dueños del dominio util".  
 












Corrió una leyenda -ojo con las leyendas, que muchas de ellas suelen ser malévolas- por la que las figuras de los atlantes de la ventana barroca que hay sobre la puerta serían la representación de dos amantes adúlteros. La mujer se trataría de la marquesa, que fue infiel a su marido al enamorarse de un criado, y el hombre sería el amante del que ella se encaprichó. El marido supo de la relación y estableció causa contra ella pero el fallo judicical o le satisfizo, por lo que, en venganza, decidió reproducir a ambos personajes rendidos a Eros en plena fachada, no se sabe si como escarnio, desquite o aviso moral para generaciones futuras. Cuento, al fin y al cabo, porque nada consta en ninguna parte sobre lo que relata. Si se contó al calor del hogar en las noches de invierno o es invención de algún vate aburrido, tampoco es comprobable. Pero ya hubo quien, pretendiendo ser un nuevo Quevedo varios siglos más tarde, ingenió una poesía.

En efecto, en el poema El drama universal, del poeta romántico Ramón de Campoamor, se recoge la leyenda de la mujer que se entiende con el amante a espaldas del marido, en esa tradición muy al gusto del siglo XIX. He ahí un trozo.

LOS MARQUESES DE VALVERDE 

«Se alzó en Valladolid un edificio, 
de Fabio Nelli en la plazuela un día, 
y desnudo, en el ancho frontispicio, 
el cuerpo de la dueña se veía. 

»Creyó, haciendo la impúdica escultura, 
este Marqués celoso y delirante, 
vil castigar la vil desenvoltura 
de esa adúltera esposa y del amante. 

»Ciego, al llenar a su mujer de lodo, 
no ve el Marqués que su deshonra sella, 
publicando el imbécil de este modo
la infamia de él y la vergüenza de ella.
 
»Y ¿qué diréis del escultor impío? 
No supo, al retratarla, el miserable, 
que si el mundo perdona un extravío, 
siempre es con la bajeza inexorable. 

»Éste fue el escultor que hizo el retrato, 
ése el marido fue, la mujer ésa: 
¿cuál tuvo de los tres, menos recato, 
el artista, el marqués, o la marquesa?» 




sábado, 27 de septiembre de 2025

El vacío ocupado por los artistas del colectivo palentino Artistas Independientes AI+ en la Fundación Segundo y Santiago Montes

 



Pasar por la Fundación Segundo y Santiago Montes en una mañana sabatina de otoño clemente, tirando a temperatura en ascenso. Y es que la Fundación ha comenzado la actividad del nuevo curso. Lo hizo ayer viernes con la presentación de un poemario de Fermín Herrero -todos los viernes suele presentarse alguna obra literaria- y unos días antes se había inaugurado una exposición de obras del colectivo palentino Artistas Independientes AI+. 

En el pequeño pero acogedor jardín nos recibe la siempre diferente escultura de Oteiza, ese hueco interior habitable mediante capas yuxtapuestas, cuyas superficies van en chapa recortada y soldada en sus aristas, en palabras de Jorge Ramos y Fernando Zaparaín, de la Escuela de Arquitectura, y que parece conjugar con el nombre de la exposición del colectivo palentino Artistas Independientes AI+. Porque precisamente, y sin que tenga que ver con la obra de Oteiza, han titulado la muestra El vacío habitable. Sus componentes: Feli Alonso Acuña, Juan Carlos Gonzalez Muñoz, Juan Carlos Camarero Casado, Inma Emperador, Inés Martínez, Maria Jose Amor Rojo, Alfredo García Andrés, José Ramón Juez Cabañes y Paulino Mena Nieto. Y una serie de sus trabajos de los que he tomado algunas imágenes.

Transcribo la nota que ha escrito la Fundación: "La muestra reúne a una decena de creadores del colectivo en torno a una reflexión común: el vacío no como ausencia, sino como espacio de posibilidades, encuentro y creación. Pintura, escultura y grabado conforman un recorrido en el que la luz, la sombra y el silencio se convierten en materia artística. Con más de diez años de trayectoria, AI+ reafirma con este proyecto su compromiso con la difusión del arte contemporáneo y la apertura de nuevos espacios de diálogo con la sociedad".

Esta exposición permanecerá abierta hasta el 12 de octubre, los viernes de 19 a 21 y los sábados y domingos de 12 a 14.












Esta fotografía de los artistas está tomada del facebook del colectivo.
 


La obra de Jorge Oteiza en el patio jardín de la Fundación Segundo y Santiago Montes, testigo permanente junto a otras dos obras del artista local Miguel Isla, entregadas a los rigores del clima vallisoletano.