martes, 19 de agosto de 2025

La estética de barco en el Colegio San Fernando, vanguardista y moderna

 



No está en el corazón más antiguo de la ciudad, pero sí en una zona muy poblada que late lo suyo y que debe sus comienzos, como toda esta parte de San Andrés o de Las Delicias, al ferrocarril. Ubicado en terreno fronterizo con el barrio de Las Delicias y junto a la Plaza Circular, o si se quiere en el límite del barrio tradicional de San Andrés, el Colegio de San Fernando se yergue con el signo de una arquitectura moderna, a la que no le pesa la edad. Se enmarca en lo que se ha dado en llamar por los entendidos arquitectura racionalista. Parece que su origen vino motivado por la necesidad de escolarización en los barrios, cada vez más populosos, del entorno de la Circular. 

Aun con planos de 1932 y diversos proyectos posteriores el edificio del Colegio Público San Fernando no se inauguró hasta 1950. Su diseño, en forma de proa de barco y con limitada altura, lo convierte en visualmente acogedor. Lamento haber hecho las fotos en plenas vacaciones, con lo que la estética de barco parece más bien de acorazado o submarino, con esas persianas bajadas a cal y canto. El arquitecto Joaquín Muro Antón, discípulo de otro arquitecto importante en nuestra ciudad, Antonio Flórez Urdapilleta, autor de La Normal, hoy Colegio García Quintana, ya había realizado otras obras de colegios en los años anteriores. Nombres de centros escolares que nos sonarán a todos: Fernández de Córdoba en La Victoria, Miguel de Cervantes en Las Delicias, Isabel la Católica en San Nicolás, Ponce de León en paralelo al Paseo de Zorrilla. Obras con características muy similares donde domina el ladrillo y que merecerá la pena que el paseante las traiga algún día a este blog.





Pero el Colegio de San Fernando tiene otros aires innovadores. Sin ser un conocedor de la arquitectura escolar, que no es solamente lo que se ve desde fuera, sino toda una estructura interior que seguramente solo los especialistas sabrán desentrañar, ya salta a la vista una forma diferente de sus fachadas. Esa solución de la vuelta de una calle a otra, que ni es esquinada ni en chaflán, sino en semicírculo, adquiere un aire de proa que se antoja amable e impactante. Seguimos viendo en ella una decisión moderna, pues de alguna manera suaviza el encuentro de dos calles y más al estar frente a las vías del tren, ignorándolas...o conversando con ellas. Quién sabe. 

Arquitecto Rodrigo Almonacid en el artículo Desde la renovación pedagógica hacia la modernidad arquitectónica. Valladolid como caso paradigmático de la arquitectura escolar pública en españa (1926-1936):

"Muro resuelve la esquina con una solución continua casi expresionista: en vez de crear una fachada plana a modo de chaflán enlaza las dos calles del solar con un trazado curvo cuyo centro se halla sobre la bisectriz del ángulo. Ahora bien, la modernidad de este gesto afecta al volumen completo del edificio docente, pues el torreón no se compone con rasgos verticales academicistas como en la Escuela Normal o en la escuela Isabel la Católica, sino que se genera por estricta superposición de estratos horizontales de idéntica altura renunciando así a convertir la esquina en el lugar de entrada al edificio".

Curiosamente esta arriesgada manera de hacer en aquel tiempo el edificio no la repitió Joaquín Muro, pues aunque los planos venían desde 1932, tengamos en cuenta que el edificio no se levantó por diversas incidencias y la Guerra Civil hasta mucho después, en una nueva etapa de la historia española que no se prestaba a vanguardias ni modernidades. 
















Calle Asunción y calle Niña Guapa, dos calles del Barrio de San Andrés que desde Labradores convergen en Padre Claret, es decir frente a la fachada del colegio.




 

jueves, 14 de agosto de 2025

El pretencioso invasor del Corrillo

 




Parece el palacete de la plaza del Corrillo, irguiéndose majestuoso, o exhibiendo más que nada su pretenciosidad. Pero eso sí, invadiendo un marco tradicional en un ángulo de la Plaza Mayor y mostrando su envergadura sobre la Plaza del Corrillo. Desde los soportales de Cebadería este edificio, al que los conocedores de la arquitectura y el urbanismo llaman de estilo nacionalista y/o historicista, se deja mirar. Hay más, uno bien cercano como es el edificio de Correos, en la Rinconada. 

El edificio levantado en 1926 por Jacobo Romero aparece en ese marco como una isla. Ni es Plaza Mayor ni es Corrillo. Y sin embargo, aun rompiendo la estética del entorno tradicional ha acabado por aclimatarse a este. Y yo creo que sobre todo por el poder que acumulan los soportales, ese gran invento urbanístico que en nuestra ciudad cubre plazas tan emblemáticas como la Mayor y la Fuente Dorada o las calles adyacentes. 




Así que frente al rigor armónico de las fachadas y soportales de la Plaza Mayor, a la que curiosamente da apenas en una fachada lateral, su fachada principal parece desafiar los siglos que la ciudad tiene tras de sí. Hay al menos otros dos edificios en la plaza ágora que rompieron en distintas épocas la estructura estética de la plaza, el que fue Hotel Moderno, entre Ferrari y Lencería, y el que hace esquina con la calle Santiago, del arquitecto Manuel Cuadrillero y Juárez, aunque muchos mayores aún nombramos como el de Soler, por el comercio que hubo en sus bajos. Y el mismo Ayuntamiento también evoca todavía períodos anteriores de la historia y algunos especialistas lo califican de una especie de arquitectura de estilo medievalista. 

Pero estas calificaciones desbordan al paseante al uso que no quiere empañar la mirada con disputas conceptuales o semánticas. Y para quien el pasado es objeto de indagación, si es posible desapasionada, pero no menos empeñada en aceptar, porque una ciudad es curva en su trayectoria vital. En la historia como en la vida nada es recto. O bien se expresa de manera lateral, como en los saltos del ajedrez, que decía Canetti, o bien responde al clamoroso decir de Jesús Lizano en su poema Las personas curvas:

Vivir es curvo, 
la poesía es curva, 
el corazón es curvo.




El historiador del Arte Jesús Urrea calificó a este edificio en su Breve historia de la Plaza Mayor de "uno de los más flagrantes atentados sufridos por la Plaza". Y María Antonia Virgili, otra historiadora del Arte de la ciudad, escribe que "el arquitecto Romero "concibe la fachada en un estilo que obedeciera al denominado 'renacimiento español' con libertad de composición. Tanto en el exterior que da a la Plaza Mayor, como en el de la Plaza del Corrillo los elementos decorativos, como atlantes, frontón, pilastras, etc., aparecen en toda la extensión de fachada como una clara plasmación de este estilo monumentalista"

Ante estas informaciones de los que conocen a fondo el tema el paseante no para de hacerse preguntas. Como de qué manera los estilos de edificación estaban marcados por modas, ideologías o influencias de esos vaporosos pasados gloriosos a los que muchas veces los países o las ciudades han recurrido en situaciones de paralización o demora de la evolución natural de las ciudades. 







Tal vez el edificio habría perdido parte de la gracia que pretende tener si no hubiera incorporado a los atlantes. Estos elementos que ya se ponían en práctica en templos de la Grecia clásica cumplían la función sustitoria de la columna. En el edificio de Romero probablemente sean más decorativos que otra cosa. Y esos personajes envueltos y desenvueltos en sus túnicas airean una masculinidad en parte tradicional y en parte portadora de una concepción varonil de la historia. No olvidemos que la fecha en que se construyó el edificio era una fecha de fuertes discusiones y surgimiento de nuevas ideas políticas, tras la decadencia límite de 1898, que era consideraba por los intelectuales de rendición y punto de inflexión de la decadencia.  















sábado, 9 de agosto de 2025

Hotel de Inglaterra, Hotel de Francia, Hotel Moderno, Hotel Conde Ansúrez...Aquellos edificios que fueron hoteles pero que hoy conservan su empaque

 




Valladolid ha sido siempre ciudad hospedera. Se dirá que todas las ciudades y villas lo han sido en mayor o menor medida, pero a poco que se revise la historia pasada lo cierto es que Valladolid ha tenido una trayectoria abundante de posadas, paradores, pensiones, fondas y hoteles en función de los períodos más o menos fecundos de su historia. Ya en una entrada anterior saqué a relucir aquí al Hotel Imperial, con un largo y antiguo legado hospedero, y más en concreto resaltando su patio renacentista tan espléndidamente conservado.

Paseando con calma y alargando la mirada uno descubre aún algunos edificios de buena factura constructiva, provenientes del siglo XIX, que tienen un uso renovado pero que cuentan en su haber con una esencia vinculada a la actividad hotelera. Entre estos hay cuatro, en el corazón de la ciudad, que las nuevas generaciones ignorarán cómo y para qué nacieron, y que la gente mayor que va quedando podrá recordar. Mi intención al traerlos aquí es más fotográfica y, por lo tanto, evocadora con las imágenes, que literaria o historiográfica. Pues para quien desee documentarse hay un espléndido libro de José Miguel Ortega, Cuatro siglos de hospedaje en Valladolid, que proporciona además de información un verdadero recreo al que se puede contribuir con la propia imaginación.  

Al final de cada bloque de imágenes de estos hoteles hago figurar una fotografía antigua que da idea de cómo fueron cada uno en el pasado.





Este edificio situado en la intersección de María de Molina con Plaza de Santa Ana, rehabilitado y convertido en viviendas, fue el Hotel Inglaterra. Fundado en 1893, sobre una fonda de 1861 llamada Fonda del Siglo, por unos vascos, los Hermanos Zubillaga, pasó en 1920 a manos de Manuel Rodríguez. Pero con la guerra civil y dado que el nombre del hotel no era precisamente apreciado por el bando vencedor, que estaba alineado con el Eje, pasó a denominarse Hotel Italia, este sí en consonancia con la mentalidad ideológica dominadora. Al perder alemanes e italianos la Guerra Mundial recuperó su nombre primigenio; se ve que ya no se consideraba por parte de las autoridades mantener el nombre de una nación vencida.
 











Nos desplazamos hasta la calle Teresa Gil, donde, haciendo esquina con San Felipe Neri, encontramos una actual residencia de posgrado de la Universidad, con el título de Reyes Católicos. Es como si quisiera permanecer aún en uso de acogida de transeúntes, pues ya anteriormente, durante los años del franquismo, fue también Colegio Mayor. Pero en su origen fue el Hotel de Francia. Abrió en 1883 por iniciativa de un francés, Pedro Hourcade y Abbadie. Sufrió un avatar semejante al del hotel anterior. Durante la guerra civil se vio obligado a cambiar el nombre. Ni Francia ni Inglaterra eran naciones consideradas favorablemente por el régimen, así que se reencarnó con el nombre de Hotel Fernando e Isabel, si bien a finales de la década de los 40 ya se constituyó en residencia universitaria. En los anales de la hostelería se reseña que fue el hotel más exquisito, con clientela más selecta.  














El ágora por excelencia, la Plaza Mayor, mantiene este edificio de empaque superior, situado entre la plaza y las calle Lencería y Ferrari. Pues bien, nació en 1907 para hotel, el Hotel Moderno, de la mano de los empresarios vallisoletanos Santos Rodríguez y Silvestre Motos Blasco. En cuanto a lujo le hacía la competencia al de Francia. Y además tenía un restaurante y un café abiertos al público y no solo a la clientela. Solo ver la disposición de arcadas y la estética de su balconada uno puede soñar en cómo impresionaría a los viajeros de buena posición y a los vallisoletanos comunes que se enorgullecerían de aquella modernidad. Parece ser que además se utilizaron buenos materiales. "El encargo de la obra pedía solidez, y el arquitecto diseñó unos cimientos de mampostería y hormigón, una fachada con piedra granítica de Campaspero, y viguetas de hierro en los pisos", relata José Miguel Ortega en la obra citada. Duró hasta 1965.














En otro de los espacios más transitados de la ciudad, esquina con la calle María de Molina y Doctrinos, se yergue todavía majestuoso un edificio de buena altura y de diseño más contemporáneo. A iniciativa de un grupo de empresarios -Alejandrino Pérez, Francisco Mateo, Teodoro de Uña, Moliner, etc.- vinculados a la industria y el comercio vallisoletanos, se inauguró en 1943 el Hotel Conde Ansúrez, considerado durante varias décadas el más lujoso. Aún lo recordamos muchos, así como al derribado Hostal Florido, otro edificio situado enfrente y no menos estético. Hace un tiempo el histórico edificio Conde Ansúrez pasó a habilitarse para viviendas, oficinas y comercios. Sin perder el nombre del fundador de la ciudad.