lunes, 28 de abril de 2025

Rescate de los colosos de Pedro Monje en la Rinconada

 



Los colosos se nos muestran de nuevo. Tras cerca de dos años secuestrados por las obras realizadas en el interior del Ayuntamiento, para lo cual cerraron el tramo de amplia acera donde se hallaban ubicados, helos aquí en su demostración de fuerza alegórica. El visitante o el ciudadano que no se haya parado a contemplar la fuente con estos hombres esforzados podría hacerse preguntas. ¿Por qué dos hombres desnudos empujan o caen exhaustos ante unos bloques de piedra? ¿Qué pretenden levantar con ellos? ¿No disponen de otras herramientas que sus propias manos y el empuje del esfuerzo físico que exhiben sus músculos? Todo es simbólico en esta fuente y las respuestas hay que hallarlas en la verdadera clave de sacar adelante un conjunto urbanístico: la relación entre el ser humano y la materia bruta transformada por este para sus necesidades de subsistencia y convivencia.

Sin duda el autor Pedro Monje Lara (Lopera, 1945-Valladolid, 2012) concibió la obra, inaugurada en 1996, como una representación de la construcción de la ciudad. Levantar y mantener una ciudad a lo largo de los siglos es sin duda algo colosal, y es en este sentido, más que en el tamaño de los individuos aquí representados que encarnan la metáfora, como quiero interpretar el sentido con que dotó el escultor a sus personajes. A mayores hay dispuestas en los otros extremos del círculo dos cabezas de carnero. En la tradición simbólica y mitológica el carnero encarna la energía, no solo la fuerza de ataque o empuje sino también la procreadora. Que las cabezas de carnero se nos hayan ofrecido siempre como punta de un ariete para abrir las puertas de una ciudad por un ejército no puede ocultar el elemento representativo del mito del vellocino de oro, la alianza entre autoridad y sabiduría. ¿No es precisamente la alianza del saber y del trabajo humano lo que edifica una urbe? 





No debe olvidarse el diseño de la fuente, con su consiguiente entramado hidráulico, discurrido por el arquitecto Fernando González Poncio, concebido horizontalmente, sin que su leve altura interrumpa la visión de ningún lado de esta parte de la Rinconada, ni siquiera la trasera de la casa consistorial. El plato de la fuente asume a los colosos sin abigarramiento alguno. Gracias a ello las figuras pueden atraer la atención de los viandantes y es precisamente la desnudez de estas lo que nos comunica la capacidad y el ejercicio físico, no transmitidos con un estilo realista. Su acabado prefiere centrarse en las posturas forzadas y el movimiento que ejercitan los personajes más que en un perfeccionamiento de facciones o manos, sin que por ello, más bien al contrario, dejen de transmitirnos el derroche de vigor, el impulso y el tesón de los dos colosos. Las proporciones de las figuras lo consiguen y el bronce se presta a todo ello.

Se agradece la recuperación del espacio y el rescate de la obra, a mi modo de ver de las más interesantes de tiempos recientes en la ciudad. Dedicada no a personajes públicos o privados como ha hecho siempre la tradicional estatuaria historicista o costumbrista, sino a algo que nos parece hoy borroso o que no cuenta o nadie da en pensar, ni siquiera las autoridades. La trayectoria de trabajo secular para mantener la ciudad. Al menos eso es lo que me sugiere. 



















domingo, 20 de abril de 2025

La campechanía y el compromiso inolvidables del ciudadano Millán Santos

 


Hay lugares por los que pasas por inercia o por comodidad. Otros a los que hay que ir expresamente si se los quiere conocer. El paseante tuvo noticia de una escultura dedicada a un personaje histórico local y buscó su emplazamiento. El barrio de las Delicias depara espacios de distintas épocas y distantes también entre sí. Hay una plaza nueva entre las calles Olmedo, Delicias y pácticamente el Paseo Juan Carlos I con una escultura especial. La de Millán Santos Ballesteros, una persona entregada a causas cívicas y populares desde los años 60 y durante el período de la Transición. La plaza también toma su nombre.

Un personaje que en su tiempo estuvo en las antípodas de la institución a la que pertenecía. Para muchos de los que le conocimos su recuerdo será imborrable. Cura de una parroquia de barrio obrero se le recordará más como educador o partícipe en el movimiento de barrio que como párroco. Potenciador de la educación de adultos en una época que esta no existía concentró en su entorno a colaboradores jóvenes de todo tipo, fueran de las creencias políticas que fuesen y con ámbitos de vida diversos, en una labor colectiva y voluntaria desde aquel callejón de la calle Hornija donde se levantaba su iglesia humilde.  




Para entender la sencilla y campechana postura del Millán Santos de piedra hay que saber de su no menos pétrea, en el sentido de resistente, filosofía en defensa de la gente de su barrio. Millán perteneció a aquella corriente, no mayoritaria pero sí persistente y abierta, de clérigos comprometidos por el desarrollo individual y la defensa de los valores democráticos, que entonces estaban impedidos, en que cualquier atisbo de libertad era reprimido. Millán prestaba los locales de la parroquia para reuniones de sindicalistas o estudiantes, clandestinos en aquellos tiempos, para auspiciar pequeños conciertos de cantautores, compartir apoyo económico en las incipientes cajas de resistencia cuando había huelgas en empresas. Contaba en la cercanía con miembros de las denominadas Comunidades cristianas de base, personas creyentes pero a la vez abiertas al diálogo con todos, comprometidas en la necesidad de los cambios políticos y de la mejora social y jurídica de los ciudadanos.

La escultura, obra de Lorenzo Duque Martín (La Mudarra,1952 - Laguna de Duero, 2023) no se inventa nada. Su rostro es el que Millán tenía, siempre afable y dispuesto a escuchar. El jersey, tal cual llevaba puesto. La pose, relajada y comunicadora. Su actitud, de libre interpretación. ¿Hace un alto relajante en su propia lectura? ¿Deja un instante el libro para escuchar al que viene a pedir su opinión? ¿Propone y enseña a otros? ¿Se abstrae ante la exigencia de lo que lee y compara con el mundo arriesgado que le tocó vivir? La idea de emerger de una roca poderosa, de apariencia bruta, pero dotada de la belleza de la piedra Alcor que tanto abunda por los Montes Torozos, me parece un logro. La piedra de este tipo está plagada de oquedades, como si por ellas se entrara a espacios recónditos y desconocidos, pero sabios. Porque la tierra siempre resguarda celosamente su primigenia sabiduría.




En la página de la empresa Alcor Rocas, SL, que produce materiales derivados de esta piedra se lee: "Las principales ventajas de este material están en su composición mineralógica fundamentalmente. La zona central del los Montes de Torozos donde se asientan estas calizas terciarias sobre y entre estratos de silicato de alúmina (arcillas rojas), hace que la caliza contenga gran cantidad de silicio cristalizado SiO2 lo que la da una dureza y brillo al pulido con un color beige a rojizo que unido a su textura travertínica la hacen especialmente atractiva. El color y la categoría del bloque 1ª ó 2ª determinan el acabado y el aspecto final del producto, así como su valor comercial acorde a sus características mecánicas y físicas"

Unas características que pueden explicar la conservación de este monumento y el tratamiento que el artista ha dado al mismo. 





En este lateral rocoso hay una leyenda: "Lo importante es que se devuelva al pueblo lo que le pertenece: la cultura, la distribución de la riqueza y la participación". Ignoro si esta cita fue expresada por Millán Santos Ballesteros, pero le podría venir como anillo al dedo. 








jueves, 17 de abril de 2025

¿Un océano bajo el scalextric del Arco de Ladrillo?

 


Nadie como el paseante asiduo sabe que una ciudad tiene múltiples rostros y que no todos son bellos. Pasar junto al viaducto de Arco de Ladrillo causa cierto desasosiego. Esa mole alargada, con unos pilares de cemento desgastados y enormes, levantada hace décadas para salvar la línea del ferrocarril obliga a apresurar la marcha cuando no mirar para otro lado. De ahí que uno se fije en algún elemento que rompa la tosquedad abrumadora del puente.

Disfrútese, por lo tanto, del fondo marino imaginado mientras dure la obra de El Escorial, que es como llama la vecindad a la reparación larga del scalextric del Arco de Ladrillo. Una obra de reforzamiento de este paso elevado discutida y polémica, pues los que la objetan dicen que lo sensato y de algún modo previsto era un paso subterráneo que eliminara la vial en altura. Este obsoleto sistema, dicen, no se lleva prácticamente ya en ningún lado. Pues eso, gocen con la mirada del paisaje acuático que embellece el deteriorado cemento, antes de que el mural se borre del todo o sea eliminado, porque nunca se sabe.

En los últimos años los pilares y techos del viaducto fueron ilustrados con murales diversos que se han ido deteriorando. Este me parece especialmente imaginativo. Si sales desde el paso peatonal subterráneo que une la calle de Puente Colgante con Paseo del Arco de Ladrillo, dirección Carretera de Madrid, te encuentras los grandes pilares decorados con un paisaje que puede evocar o un acuárium o un fondo oceánico. Diversos peces de tamaño desigual se deslizan por las imaginarias aguas del cemento. Y no es mera metáfora. Por lo que han dicho los técnicos de la obra el paso elevado había concentrado en su interior bolsas de agua y lo han tenido que taladrar por varios puntos para desaguar. Volviendo al mural. Si se observa bien el cetáceo se dibuja en pilares diferentes. Para contemplar el resultado conviene colocarse a una distancia que proporcione perspectiva y una las partes del cuerpo de la ballena. Entonces se admira el golpe de efecto y si el paseante no va con prisas se detiene y ensueña un poco con el fondo marino.

El autor es el arquitecto y artista urbano madrileno que firma como Eduars.







domingo, 13 de abril de 2025

Los yacentes del escultor Gregorio Fernández (y la visión de Ricardo de Orueta)

 



Siempre me ha intrigado de dónde sacaría el imaginero Gregorio Fernández los modelos de sus Cristos. Y en concreto de sus Cristos yacentes. Si de cuerpos de hombre aún vivos con una determinada constitución, si de observaciones en moribundos, si detallando las anatomías de los fallecidos recientes. Pero tras las potentes dotes de observación del escultor este buscaba una mística. ¿Del personaje a representar o del dramatismo de la muerte? ¿Ahondaba en una aproximación al dolor y al desgarro? ¿Convertía a un Dios en un humano privado del don de la vida? ¿Buscaba exaltar la doctrina de la salvación que motivaba su fe? ¿Rebuscaba en la pérdida de la belleza que la muerte sentencia?

Esa semana en que las cofradías católicas evocan una vez más la tradición, es una ocasión para contemplar en las calles la escultura barroca a través de los pasos que representan episodios de la Pasión de Jesucristo. Las esculturas del barroco castellano son un derroche de realismo, con figuras de tamaño natural, pensadas para la mentalidad de los siglos XVI y XVII inspirada por la Contrarreforma de Trento. Una exposición que perseguía vincular a los hombres y mujeres sencillos con el relato religioso. Hoy día aún habrá quienes observen tales obras solo con los ojos de su fe, otros con la condescencia que reclama el realismo, otros con mirada de admiración ante la obra bien ejecutada por la mano de una pléyade de artífices. Creyentes o no creyentes pueden acercarse a una herencia artística e histórica, sean cuales sean sus pensamientos.

El paseante no pudo por menos que parar el otro día ante uno de esos Cristos yacentes del escultor insignia de la imaginería vallisoletana, Gregorio Fernández. El yacente fotografiado se encuentra en la iglesia de San Pablo. En diversas iglesias y conventos de la ciudad hay más yacentes, como también crucificados, de Gregorio Fernández. Un tallista de origen gallego que vivió de 1576 a 1636, y que fue vecino de Valladolid gran parte de su vida. Pero la información sobre este autor puede encontrarse por libros e internet y poco debo decir. Sin embargo me he topado con un librito titulado Gregorio Fernández, de un importante crítico e historiador del arte, Ricardo de Orueta que, por cierto, fue el impulsor del Museo Nacional de Escultura en 1933 cuando estuvo de Director de Bellas Artes en la etapa de la Segunda República. 


(Gregorio Fernández, retratado por Diego Valentín Díaz)


Con gran agudeza Ricardo de Orueta habla de los Cristos yacentes de Gregorio Fernández de este modo:

"Esas estatuas no expresan más que una cosa: muerte. Y no la muerte simbólica del Dios, sino la real y verdadera de un  hombre que sufre en su carne al morir, y que, todavía después de muerto, causa una impresión triste con la huella borrosa de su dolor pasado. Esas esculturas hacen suspirar, y conmueven. No hay en ellas elevación de miras, ninguna; pero hay, en cambio, esencia de realidad, percepción íntima de todo aquello que constituye la nota primera y más vigorosa de una expresión, y selección de esto por una sensibilidad exaltada. Seguramente no se ha pensado al labrar esas imágenes en representar a un Dios, un héroe o un genio. ¡Cómo iban a pedir esto los beatos del siglo XVII, ni cómo se lo iba a proponer el pobre Gregorio Hernández! Lo que se ha buscado ha sido una selección y un aumento de los valores emocionales que ofrecen, mezclados con otros valores, las apariencias sucesivas de uno y otro hombre singular. Una síntesis; una intensificación; una armonía expresiva; del mismo modo que los manieristas, sus contemporáneos, se proponían, sin conseguirlo, una armonía de proporciones, para representar al hombre bello, o de valores característicos, para representar al tipo, al profeta, al apóstol, al Dios. Todavía Gregorio Hernández tiene la ventaja enorme de que estas armonías son creaciones suyas, están formadas en el crisol de su temperamento, mientras que los manieristas traducen el sentir ajeno y siguen una moda. Y hay más; como Gregorio Hernández es un beato, un hombre de su tiempo, el sentir suyo está relacionado íntimamente con el sentir de los demás, y todos lo aprecian y lo admiran porque todos lo comprenden y lo sienten. ¿Qué más da que sea éste un arte popular, vulgar y plebeyo? Quien dice arte, tiene forzosamente que decir emoción, y puestos a sentir y a rezar, el mismo aroma ofrece el rezo de un magnate que el de un pobre campesino, que lo importante y lo difícil es que haya un sentir hondo y sincero en el rezo."


Ricardo de Orueta


Ver también:





miércoles, 9 de abril de 2025

El atrio de San Felipe Neri. Un trozo de patio visibilizado a pie de calle

 



Hasta hace pocos años cualquier paseante ignoraba lo que se ocultaba en una calle tan céntrica de la ciudad como es la calle Regalado. Pero hoy se puede apreciar allí una huella rediviva del pasado. A simple vista puede parecer un ejemplo de reconstrucción o restauración, que lo es. Pero también remite a la destrucción sufrida por la ciudad en la época moderna. 

Y es que este trozo de antiguo atrio de iglesia es el resultado de la partición sufrida cuando en el avanzado siglo XIX se inició un trazado vial nuevo que, arremetiendo bruscamente sobre el caserío, pretendía conectar la Catedral con la calle de Santiago. Resultado: una nueva calle que lleva actualmente el nombre de Regalado. Ese trazado irrumpió abruptamente en la finca hospitalaria vinculada a la iglesia oratorio de San Felipe Neri, por lo que quedó destruída una parte y se ocultó la que no se había derribado. Esta se recuperó a raíz del Plan del Casco Histórico de 1992 pero no fue hasta hace menos de una década cuando la reconstrucción tuvo al menos el acierto de convertir un espacio tradicionalmente interior en una apertura del pasado a la calle.

El atrio, menos lujoso ornamentalmente que otros patios de palacios y casas nobles, tiene al menos el mérito de transmitirnos todavía aquella tradición de arcadas y columnas de tiempos pretéritos. Y de paso convertir sus capiteles en un homenaje a lo toscano.




En el muro lateral, como una aportación de nuestros días, figura un mural cerámico cuyos autores son Los Bravú. Ellos son Dea Gómez y Diego Omil, y lleva el título de Cruzando las aguas revueltas. Leo en su web acerca del mural de la calle Regalado: "Azulejado en cerámica producido en los talleres del centro cerámico de Talavera de la Reina, según la tradición artesanal de esta ciudad. La imagen está inspirada en Cristóbal, patrón de los viajeros, a los que ayudaba a cruzar un peligroso rio de una orilla a otra. Ephemera Phestival III tomó las calles de la ciudad con una selección de proyectos efímeros site-specific, novedosas intervenciones murales y proyectos efímeros sobre mobiliario urbano. Ephemera Phestival es un proyecto organizado por CreArt y FMC, bajo la dirección artística de Cless".














miércoles, 2 de abril de 2025

Las esculturas de Juan Haro que conversan con las clásicas en la Casa del Sol

 




Se miran, se soslayan. Se aproximan, se alejan. Se rodean, se liberan. Se hablan, enmudecen. Se corresponden, discuerdan. Coinciden, discrepan. Suben el tono, se atenúan. Se rozan, se rechazan. Se comparan, se diferencian. Se buscan, se pierden. Se abren, se recluyen. Se precipitan, se moderan. Tantos opuestos le son sugeridos al paseante, que disfruta de la conexión entre tiempos y estilos, al contemplar esta exposición contrastada entre obras grecorromanas y la creación de un autor almeriense, Juan Haro, acaso menos recordado por el común de los ciudadanos pero que tuvo su estilo particular donde las figuras son seres en acción, como las clásicas y, por lo tanto transmitiendo emoción. En cierto modo herederas de aquellas en la representación de las viejas manifestaciones humanas: el cariño y la ternura, el combate y el ejercicio, la representación y la mascarada, la maternidad y el cuidado, los sueños y las aspiraciones, la contemplación y el propio ego, la sexualidad y el encuentro, el desnudo y la liberación, la competición y el riesgo, el amor y la muerte.




Todo aquello que los clásicos ya representaron con su arte es retomado por Juan Haro. Y bajo el título de Nuclear, el Museo Nacional de Escultura ha generado en el lujoso ámbito -la iluminación recrea un ambiente casi sacro-  de la Casa del Sol una suerte de diálogo, como se dice ahora, transtemporal en un sentido pero vivo en la medida que los artistas modernos han seguido haciéndose eco de la mirada antigua, porque antiguo es el hombre y no sé hasta qué punto ha cambiado. 

Y es que diálogo no es solo una palabra razonada entre dos o más individuos. Es actitud, encuentro, aportación, llave para la convivencia. Dialogar es llevar a cabo la comprensión de los cuerpos y su fuerza interior a través de una reconstrucción actualizada de los tiempos. El estilo primitivo o clásico se acerca a nuestros días a través de aportaciones del siglo XX o XXI, como anteriormente el Renacimiento supo recuperar las suyas. En la misma  dirección que otras exposiciones con obras de autores como Joan Miró o Baltasar Lobo, por recordar alguna, es un acierto este planteamiento comparativo. No se trata de que la obra actual sea la obra clásica, sino que se vea un nexo, un cordón umbilical, en la constante persecución del arte por hablar de las capacidades de la especie humana, de sus logros y de sus fracasos, de sus deseos y sus límites. Que se observe la evolución formal, el tratamiento de los volúmenes y la expresión oculta que la mirada de artistas que han trabajado lo abstracto o una figuración no expresamente realista nos ofrecen.

Nuclear estará en vigor hasta el 20 de julio, en los mismos horarios que el Museo Nacional de Escultura. He oído que también está prevista una exposición de obra de Eduardo Chillida, esta vez en el Palacio de Villena, en el mismo corro de museos, pero para avanzado mayo.